Cine
Drácula vuelve de la tumba cogido de la mano de Luc Besson
El «Drácula» del cineasta francés resucita al vampiro de Stoker más romántico que nunca, pero también más excesivo, delirante y divertido
Luc Besson lo ha hecho de nuevo. El Spielberg francés, el único director, productor y guionista que ha sostenido el bastión del mejor (y del peor) cine de género popular en Europa, tras dejarnos boquiabiertos con “Dogman” (2023), ha sacado ahora de su tumba al vampiro por excelencia de cine y cultura pop, el Conde Drácula, creado por Bram Stoker en 1897, para elevarlo a las más altas cumbres del delirio romántico, con desopilante espíritu barroco, excéntrico y camp, que no será del gusto de todos, aunque a nadie aburrirá.
Contando con la inquietante presencia de su actor fetiche, Caleb Landry Jones, junto a Zoë Bleu, el siempre digno Christoph Walz (que no se pierde una: también está en el “Frankenstein” de Del Toro, dispuesto a convertirse en nuevo Rutger Hauer), la sexy Matilda de Angelis, el simpático Ewens Abid (un Jonathan Harker digno de Tintín) y un breve pero nutritivo papel para el joven Raphael Luce (habitual de “Stranger Things”), Besson ha arrastrado al vampiro de Coppola, más que al de Stoker, hasta su propio territorio eurotrash.
Trasladando la acción del Londres tardovictoriano al París de la Belle Époque, el creador de extravagancias como “El profesional” (1994) o “El Quinto Elemento” (1997), convierte su “Drácula” privado de razón en puro tebeo francés, con escenarios dignos de Druillet y una Ciudad de la Luz a lo Tardi, donde el romanticismo del “Drácula” (1994) de Coppola se disparata, combinado con resabios de “Los inmortales” (1986), la saga vampírica “Subespecies” (1991), con sus gárgolas de puro slapstick, y hasta una descarada apropiación de “El perfume”, película y libro. Todo, con sofisticada aura de farsa feérica al estilo del fantastique centroeuropeo de los 60, los surrealistas cuentos de hadas cortesanos de Cocteau y Demy o el Ken Russell más delirante.
Por supuesto, la referencia fundamental es el film de Coppola, del que se convierte sin pudor en palimpsesto, homenaje, plagio, parodia, relectura y paráfrasis. Al hacerlo, derriba también el mito que sostiene que la película protagonizada por Gary Oldman es la más fiel a Stoker, pues subrayando aquello que la convirtió en éxito, su trágica faceta sentimental, subraya también su traición al texto original y a sus primeras versiones teatrales o cinematográficas.
Drácula enamorado
Aunque Coppola utiliza muchos episodios, caracteres y elementos narrativos de Stoker, al introducir el romance inmortal como agón, con sus temas de reencarnación, sacrificio y redención, no sólo añadió algo totalmente ausente en la novela, sino que provocó una hecatombe performativa, obligando al vampiro a transformarse prácticamente en sinónimo de trágico personaje romántico, tanto en sagas adolescentes como “Crepúsculo”, como en casi todos los “dráculas” posteriores que en el mundo han sido, del superhéroe oscuro de “Drácula: La leyenda jamás contada” (2014) de Gary Shore, al de la psicotrónica “Drácula 3D” (2012), de un Argento en horas bajas, pasando por el pedante y grotesco “Nosferatu” (2024) de Eggers. Así, hasta llegar al de Besson, romántico pero también cinéfago, glamuroso y rebosante de kitsch, elevando su narrativa por encima del simple remake, para constituirse en artificial y artificioso artefacto bessoniano, sinceramente emotivo.
¿Dónde y cuándo surge este Drácula enamorado, que atraviesa océanos de tiempo para recuperar a su amada, capaz de sacrificarlo toda por ella? No está en la novela. Ni en las películas de la Universal o la Hammer, aunque hereden un aristocrático vampiro erotizado, con aires de dandi castigador, que se corresponde más con “El vampiro” (1819) de Polidori que con el de Stoker. Lord Ruthven, Don Juan sádico y maltratador, creado a imagen y semejanza de Lord Byron, es atractivo pero nada sentimental, constituyendo su principal placer destruir completamente a sus víctimas.
El primer Drácula asociado al tropo de la amada muerta y reencarnada es el del telefilme de Dan Curtis, escrito por Richard Matheson, “Drácula” (1973), con Jack Palance como el conde, del que Besson ha tomado el detalle de la caja de música y donde también se identifica al personaje con el histórico Vlad Tepes, cosa que tampoco ocurre en la novela. La idea en sí procede de “La momia” (1932) de Karl Freund, con Boris Karloff, estando también presente en la teleserie vampírica “Sombras en la oscuridad” (1966-1971), creada por Curtis y parodiada por Tim Burton.
De este “Drácula” televisivo, sumado a la versión apasionadamente feminista de John Badham en 1979, con un seductor Frank Langella, que Coppola hizo ver a su equipo, procede el giro romántico del carácter, que Besson lleva al exceso ridículo y sublime, siempre con personal sello euro. Si alguien quiere ver una adaptación fiel a Stoker, que abandone toda esperanza antes de entrar al cine. Para ello, más le vale dirigirse no a Coppola ni tampoco, pese al mito, al “Conde Drácula” (1970) de Jess Franco, sino a la excelente serie de Philip Saville para la BBC “El conde Drácula” (1979), con Louis Jourdan como vampiro. Eso sí: es mucho menos divertida que la nueva locura de Besson.