Dramas ocultos
El delicado piano de Perianes iluminó por momentos el paisaje con su entrada lírica, tan bien dibujada
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Obras: de Brahms y Schmidt. Piano: Javier Perianes. Orquesta Nacional. Director: David Afkham. Auditorio Nacional, 10-XI-2023.
Un programa prieto y enjundioso constituido por dos obras entre las que se establecen vínculos emocionales y que fijan momentos dolorosos de sus respectivos compositores. Dos partituras de gran arquitectura que dan pie a un sesudo análisis. Dos partituras oscuras y densas bien vistas por Afkham, que actuó en todo instante muy atento, serio y concentrado. Tampoco había mucho lugar para la sonrisa. Estuvo bien arquitecturada la extensa introducción al “Concierto nº 1” de Brahms, que sonó rotunda, oscuramente coloreada, bien acentuada; lenta y casi solemne. El delicado piano de Perianes iluminó por momentos el paisaje con su entrada lírica, tan bien dibujada. Fraseó el pianista con sentido, con meditado arrebato. Su pianismo no es monumental, de ahí que no se muestre tan robusto en los pasajes de escritura más bien vertical, que abundan en los repetidos acordes y octavas de la obra. Perianes es fundamentalmente un artista poético, refinado antes que un robusto abarcador de teclas.
El “Adagio” fluyó fácil y caluroso, dicho con una delicadeza de altos vuelos. No tuvo problemas Perianes en dotar de ligereza a los primeros compases del “Rondó” y de marcar con precisión el animado 2/4. Su estilo cantábile, efusivo y resuelto fue bien entendido por el director. Echamos de menos un aire más brioso, con el que los aspectos rítmicos y la fuerza convulsiva de la música nos hiciera levantar del asiento. La Orquesta se plegó bien al solista y no lo presionó. Versión por tanto musical, bien configurada y delineada a falta de un gesto de índole más dramática.
Drama bien pergeñado es el que anima a la “Sinfonía nº 4” de Franz Schmidt, en la que, a lo largo de 40 minutos, parecen evocarse los sinsabores por la pérdida de una hija, como nos recuerda en sus notas Clara Sánchez. La arquitectura y construcción de la obra son monumentales y trazadas por una mano firme y segura, a trasmano de las corrientes que estaban en boga en la Europa de la época. La “Sinfonía”, estrenada en 1934 en Viena, trabaja fundamentalmente un dramático tema enunciado por la trompeta solista en solitario al comienzo y que Adán Delgado bordó desde su instrumento vienés.
A partir de ahí asistimos a un continuo y bien trabajado desarrollo -sin pausas, que demuestra la imaginación constructiva del compositor en un flujo inacabable. Magnífico solo de violonchelo en el Adagio a cargo de Ángel Luis Quintana. Buena y bien entendida interpretación, que acertó plenamente en la elaboración del primer gran “crescendo”. Contrapuntos bien elaborados y una voluntad de clarificar las complejas líneas. De tal modo que la música fue manando de manera muy natural hasta el previsible cierre, que deja sola a la trompeta. Un discurso que podríamos definir como capicúa.