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Espía, libertino, trasgresor: vida de Marlowe, el gran rival de Shakespeare

Stephen Greenblatt publica la biografía de Marlowe, el rival del autor de «Hamlet», un hombre de poder que todos veían como un genio y que fue asesinado en una conjura

Marlowe, el hombre que le disputó el reino del teatro a Shakespeare La Razón

Son infinitas, desde luego, las aproximaciones a la vida y obra de William Shakespeare, quien ha sido objeto de todo tipo de análisis, incluyendo aquellos que están más cerca de la leyenda o el partidismo de ciertas ideologías. Ya Peter Ackroyd publicó en 2005 en Inglaterra la que podría considerarse la enésima biografía definitiva del poeta inglés. Era aquel libro una delicia tanto para el amante del creador de Hamlet como de cualquier lector que pretendiera obtener no sólo una visión fidedigna de la figura del escritor, sino de cómo se vivía en la Inglaterra del siglo XVII, bajo los reinados de Isabel I y Jacobo I. Una Inglaterra que aún se regía por las normas medievales, por la estricta jerarquía entre las clases sociales y, también, por el poder de los poseedores de tierras. Más tarde, el norteamericano Stephen Greenblatt ofreció otra biografía que nos hizo palpar el ambiente de Stratford-Upon-Avon y del Londres en el que se movió el poeta, y cómo su vida repercutió en sus creaciones.

Así, de la misma manera que Ackroyd hablaba de cómo las experiencias de la niñez –su casa y las obras de actores nómadas que pudo presenciar– acabaron influyendo en sus creaciones literarias, Greenblatt también explicaba ese trasfondo con fuentes históricas fidedignas y un estilo ameno, sencillo y riguroso al tiempo, muy notable. Nos presentaba a un Shakespeare decidido a escalar en el escalafón social –pese a adoptar quizá la peor tal vez de todas las profesiones para ello, la de actor, que estaba fuertemente estigmatizada–, a alguien en constante contacto con la realidad –ejemplificada por la cercanía de su padre, John, que tuvo diversos cargos influyentes aparte de su actividad como guantero– y que gozaba de un gran dominio de la retórica y del lenguaje. Greenblatt usó un subtítulo con el que pretendía poner un espejo frente al biografiado y captar lo más objetivo de su imagen: «Vida, obra y época de William Shakespeare».

No pisaba tampoco el terreno, por supuesto, del Harold Bloom que defendió cómo los personajes shakesperianos usurparon la personalidad de Occidente reinventando lo humano, sobre todo, Falstaff y Hamlet: «Shakespeare nos hizo teatrales, incluso si nunca hemos asistido a una representación suya ni leído ninguna de sus obras», dijo en su monografía sobre el poeta del teatro The Globe. Hasta el punto de que, según este crítico, «la lengua inglesa y el ser humano han sido moldeados por Shakespeare».

Una vida turbulenta

Semejante «bardolatría», que Bloom elevaba a religión secular junto a Jesús o Alá, no era del gusto de Greenblatt, que prefirió humanizar al escritor aceptando muchas veces que no es posible hallar vínculo alguno entre lo que escribió y las circunstancias de su vida, limitándose a hablar de la figura de un caballero corriente que gozó lo que el ensayista daba en llamar «el triunfo de la cotidianidad».Sin embargo, fue otro el dramaturgo que transformó la literatura inglesa y que estaba llamado a ser el mayor genio de su tiempo en Londres: Christopher Marlowe, del que Greenblatt publica «El Renacimiento oscuro» (traducción de Yolanda Fontal Rueda), con un subtítulo esta vez mucho más incisivo y comercial: «La turbulenta vida del gran rival de Shakespeare». Así las cosas, el autor ilumina las zonas ocultas y los estallidos creativos que hicieron de un Marlowe al que se le recuerda como un personaje secundario y por detalles turbios: pobreza, espionaje, provocación y muerte violenta a los 29 años.

Greenblatt pone el acento en una fecha, 1580, tras la cual todo cambió en Inglaterra, que llevaba sumida en décadas de censura, represión y temor religioso. De repente, surgieron grandes poetas, dramaturgos, científicos y artistas en lo que fue un torbellino de creatividad por medio del que el país parecía recuperar a marchas forzadas el retraso respecto al continente. Marlowe emergió como la encarnación misma del arrojo y la energía que definieron esta explosión cultural. No obstante, no era el candidato probable para protagonizar ese despertar. Hijo de un zapatero pobre, sin conexiones familiares con la élite, el pequeño Christopher sólo pudo buscarse una buena educación –y, en concreto, en latín– para abrirse camino en la vida: ingresó a los 14 años en la King’s School y comenzó a leer a Virgilio y Ovidio.

Marlowe gastó un estilo de vida que disfrutaba con la trasgresión y lo prohibido

La formación clásica no fue un adorno académico; Greenblatt demuestra que el latín fue la herramienta con la que Marlowe creó una voz propia. Su traducción completa de los textos amorosos de Ovidio revela su fascinación por el poeta romano, al tiempo que deja ver la audacia formal que lo caracterizaría: la decisión de transformar versos ingleses de catorce sílabas en pentámetros pareados, un hallazgo que influiría en las traducciones inglesas hasta bien entrado el siglo XVIII.

Por otra parte, Greenblatt es especialmente persuasivo al situar el deseo –sexual, intelectual, artístico– en el centro de la experiencia de Marlowe. En un ambiente universitario exclusivamente masculino, donde la intimidad entre compañeros de habitación era tanto cotidiana como prohibida, el dramaturgo desafió repetidamente el código de silencio que rodeaba a los actos homosexuales, castigados con la muerte. Y lejos de presentar este aspecto como anécdota biográfica, el autor lo relaciona con la libertad interior y la osadía imaginativa que Marlowe llevaría al teatro. Su vida personal, siempre al borde del peligro, se convierte en clave interpretativa de un estilo que celebraba precisamente la transgresión y todo lo prohibido. A ello se le debe sumar uno de los elementos más fascinantes del libro: la incursión de Marlowe en el espionaje isabelino.

Greenblatt reconstruye, a partir de informes oficiales, la sospecha de Cambridge de que el joven teólogo planeaba huir a la ciudad de Reims para unirse a una comunidad clandestina católica. Esa reputación –real, fingida o instrumentalizada– lo vinculó a un mundo de agentes dobles, provocadores y denunciantes. El espionaje, lejos de limitarse a recopilar información, implicaba también incitar a otros a actuar, infiltrarse en entornos hostiles, sembrar confianza para luego traicionarla. La duplicidad, la máscara y la actuación, elementos centrales de su obra dramatúrgica, fueron también experiencias vividas en carne propia.

Rateros y poetas

Asimismo, el libro se vuelve especialmente vibrante cuando Marlowe deja Cambridge y llega a Londres. Greenblatt describe con gran riqueza el barrio de Norton Folgate, donde convivían rateros, marineros, cortesanos, criadas, poetas y dramaturgos, lo cual fue el caldo de cultivo perfecto para la creación teatral.

El autor reconstruye asimismo con detalle el funcionamiento de los teatros al aire libre -sin decorados, sin telón, sin iluminación- y recuerda que el público acudía a «oír» una obra, no a «verla». La proyección vocal y la habilidad verbal eran el corazón del espectáculo; un arte del oído tanto como de la palabra.

En este ambiente competitivo, donde las compañías necesitaban estrenos constantes y se pagaba razonablemente bien por producir obras sin parar, Marlowe encontró un espacio fértil para desarrollar su escritura.

Desafió los códigos de silencio de su época hablando de la homosexualidad entre universitarios

En este sentido, Greenblatt dice que la obra «Tamerlán el Grande» fue algo muy innovador en la época. Nada semejante se había visto antes en la escena inglesa: un pastor que derrocaba emperadores, un héroe violento capaz de encerrar a un sultán en una jaula y humillarlo con impunidad, un universo narrativo que amenazaba con desbordar todos los límites del decoro político, algo que en absoluto desarrolló el endiosado por el gobierno inglés William Shakespeare, que no desafió al poder en ningún momento y fue un escritor tan brillante como conservador. Aunque quedó la leyenda por mucho tiempo , que han aprovechado cineastas y escritores, de que quien estaba en realidad detrás de Shakespeare era Marlowe, que sobreviviría a su asesinato, fingido, y, a partir de ese momento se dedicaría a trabajar para el teatro. Un rumor que se apoyaba en que la eclosión de Shakespeare coincidió, más o menos, con la desaparición de Marlowe, y, también, en que Shakespeare dejara de escribir obras años antes de que muriera. Un hecho que ha dado pie a muchas habladurías. Aunque semblanzas como esta desmienten los rumores.