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Crítica

Un excesivamente largo «Farnace»

Obra de Vivaldi. Solistas: E. González Toro, K. W. Murrah, A. Charvet, D. Uzun, J. Sancho... Ensemble I Gemelli. Dirección musical: E. G. Toro. Teatro Real, Madrid, 27-IX-2025

MADRID, 27/09/2025.- Un momento de la puesta en escena de la ópera ´Farnace´, de Antonio Vivaldi, hoy sábado en el Teatro Real de Madrid. EFE / Teatro Real / Javier del Real. ***SOLO USO EDITORIAL / SOLO USO DISPONIBLE PARA ILUSTRAR LA NOTICIA QUE ACOMPAÑA/ (CRÉDITO OBLIGATORIO)***.
OPERA FARNACE DE ANTONIO VIVALDIJAVIER DEL REALAgencia EFE

El Teatro Real nos cuenta que, de las noventa óperas compuestas por Vivaldi, solo veintiuna han llegado hasta nosotros y, entre ellas sobresale «Farnace», la ópera que compuso para la temporada de carnaval veneciano de 1727. La obra, supuestamente favorita del compositor, tuvo éxito y se representó en numerosas ocasiones, cada vez con modificaciones y cambios en el reparto. Nos cuenta también que «Farnace» supone un gran espectáculo. En ausencia de decorados y vestuario y que su medio puesta en escena está concebida como una «puesta en juego» destinada a resaltar las emociones desbordadas y la dramatización extrema de los diálogos. Pero vamos con más cosas.

La obra de Vivaldi, con algunos añadidos de Corselli, se ofreció en el Teatro de la Zarzuela en 2001 con regia de Emilio Sagi. La música de Vivaldi está escrita para ser captada de inmediato, para el consumo del público de la época, y hoy respiramos a mucha mayor velocidad. Por eso, si la partitura se alarga innecesariamente con «da capos» y repeticiones, el resultado adolece de reiteración y al público le invade un cierto sopor por más que ovacione alguna que otra vez –al contratenor y al protagonista justo al final de la primera parte del concierto–, y al término de la representación. Los intentos por recuperarla vienen siendo vanos y es que, como sucede con la «Pepita Jiménez» que abrirá temporada en la Zarzuela, si una obra permanece en el armario suele ser por algo. Carece de sentido tratar de ofrecerlas hoy como se hizo en su época, porque los tempos vitales son muy distintos. Por eso veremos otra «Pepita», adaptado a nuestro tiempo con hora y media de duración, sin descanso, sin recitativos y potenciando su dramaticidad. No es lo que sucede con este «Farnace».

La versión elegida por I Gemelli, un conjunto integrado por 18 músicos de cuerda con un par de metales de apoyo, es la de 1731 representada en Pavía, en la que el papel protagonista ya no lo interpreta un castrado, como en el original, sino un tenor. El tenor, Emiliano González Toro, es a la vez el maestro concertador. Empieza con gestos sobreactuados en la obertura y luego prácticamente es el concertino quien se prácticamente se encarga del asunto. Su labor en los ensayos permitió una prestación musical sin relevancia, pero correcta. Como cantante destacó en el momento ya citado, con voz casi de baritenor e interpretando con amplias dinámicas, incluso recurriendo a falsetes como varios de sus compañeros, matiz y sentimiento. La mezzo Deniz Uzun, como su esposa Tamiri, se exhibió en los graves, algo forzados, y menos en los agudos. El contratenor Key’mon W. Murrah, como Gilade, fue justamente aplaudido al final de su par de grandes intervenciones, cantando con gusto, caudal y un atractivo timbre para lo habitual en su cuerda. El resto de los solistas –la mezzo soprano Séraphine Cotrez y los tenores Juan Sancho y Álvaro Zambrano– mantuvieron un nivel aceptable.

La semi escenificación fue bien simple, trajes de ahora con algún aditamento como capas o sandalias, algún puñal y alguna espada, pero los meditados gestos escénicos de los solistas ayudaron a imprimir algo más de ligereza al largo espectáculo.