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"Los Fabelman": Steven Spielberg frente al espejo

El rey Midas de Hollywood regresa a los cines con una autobiografía nostálgica protagonizada por Michelle Williams, Paul Dano y Gabriel Labelle
La Razón
  • Matías G. Rebolledo

    Matías G. Rebolledo

Madrid Creada:

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En una industria tan ontológicamente ególatra como la del cine, mirarse al espejo puede resultar un ejercicio onanístico reservado solo a los más privilegiados. Pero es que la tendencia ya es marca, y directores como Kenneth Branagh («Belfast»), Pedro Almodóvar («Dolor y gloria»), Emanuele Crialese («L’immensitá») o James Gray («Armageddon Time») han rizado el rizo presentando obras maestras en el último lustro que emborronan la línea entre la autoficción y la propia biografía, dibujando infancias más o menos felices, siempre ligadas a la pasión que se deja ver entre el proyector y la pantalla. En esa misma línea se instala, como un reflejo galvanizado, la totémica «Los Fabelman», del maestro Steven Spielberg.
Después de ganar el Globo de Oro a la Mejor Película de Drama y con las opciones intactas de cara a los Premios Oscar, con hasta siete nominaciones, su nuevo filme explora sus años de instituto desde un prisma mucho más tierno y sensible de lo esperado, desde una especie de nostalgia cruda y consciente en la que hay espacio para enmendar y psicoanalizar todos sus traumas: desde el complicado divorcio de sus padres –hay quien afirma, el más importante de la historia del cine americano–, hasta su relación con la religión judía, pasando por su vergüenza casi patológica y, por supuesto, su apego artesanal al cine, a su construcción y a su trascendencia cultural.
Lejos de cualquier pretensión narcisista, Steven Spielberg cuenta en «Los Fabelman» cómo se enamoró del séptimo arte, más por acción que por admiración, y cómo, en realidad, su concepción del cine siempre ha sido familiar y catenaria. O, lo que es lo mismo, si el cine se hace en familia, tiene que disfrutarse en familia. Y, al igual que su nuevo filme eleva la tendencia autobiográfica del cine contemporáneo, conecta con la propia producción del director de «Tiburón» y «Jurassic Park», respondiendo de forma frontalmente ética a los dilemas que planteaba en «Encuentros en la tercera fase» o, claro está, «E.T.».
«Tenía que estar listo para contar la historia, encontrar el tono y la forma correctos, porque siempre he sido muy celoso respecto a mi intimidad», confesaba el Rey Midas de Hollywood a «Deadline». Y es que en su filme «Los Fabelman», escrita de manera tan sincera que le ha valido a Spielberg su primera nominación a Guion Original en cinco décadas largas de carrera, el realizador tiene tiempo de recoger el retrato familiar del imán de la nevera y darle realismo mímico. Ahí están, pues, la madre frágil y mentalmente inestable a la que da vida Michelle Williams, entregada a su arte, a su piano, pero en debate con su propia dualidad como ama de casa; ahí está el padre endeble, secundario de su propia vida, pero expresión última del amor como ente romántico, al que interpreta Paul Dano; y ahí está el propio Steven Spielberg, que aquí se llama Sammy y tiene el rostro del joven Gabriel Labelle, como eterno arquetipo de «pringado» que quiere trascender su condición misma de perdedor, contextual, siempre como recién llegado a la ciudad, y estructural, siempre señalado y maltratado como «el judío».
«Ha sido el proyecto más personal y privado de mi carrera. Me di cuenta de que iba a cumplir 75 años y me dio por reflexionar acerca de mi trayectoria. Por suerte, todas esas clases de lengua y de escritura creativa parece que han valido la pena», explica Spielberg a «The Hollywood Reporter» antes de situar su película más cerca de «Uno de los nuestros» (Martin Scorsese, 1990) que de cartas de amor al cine canónicas, como «Cinema Paradiso», «Cantando bajo la lluvia» o «El crepúsculo de los dioses». Gracias a ello podemos deducir que «Los Fabelman», escrita a cuatro manos junto a Tony Kushner («Múnich»), no es tanto un artefacto reaccionario y naftalino, sino una especie de deconstrucción del propio Spielberg. Por momentos, de hecho, la película se olvida que es metacine y se pasa al género de aventuras, se disfraza de «Indiana Jones» o se vuelve un collage dramático, vistiéndose de «El color púrpura»; se arroba con el espíritu juvenil de la fallida «Ready Player One» y la gravedad de «Lincoln»; e, incluso, llegando ya a su clímax y revelándose como el estudio de personaje definitivo, es capaz de regalarle a la historia del cine un epílogo para la posteridad.
Un fotograma de "Los Fabelman"
Un fotograma de "Los Fabelman"Imdb
«Me he sentido como en una reunión de viejos amigos, donde todo el mundo solo era capaz de recordarme buenas anécdotas. Eso ha hecho la película y el proceso mucho más fácil y sencillo, y, sobre todo, ha hecho más fácil llorar. En frente de amigos es mejor que delante de un montón de desconocidos», dijo el director a «Variety» ya durante el montaje de la película. Y, de hecho, para esa labor quiso contar con Michael Kahn, un habitual en sus películas desde 1977. Del mismo modo, John Williams ha vuelto a colaborar con Spielberg, firmando de nuevo la banda sonora y, de paso, robándole a su buen amigo el récord de persona viva más nominada a los Oscar, con hasta 53 reconocimientos. Y la lista podría seguir, con Janusz Kaminski como director de fotografía o Rick Carter en el diseño producción, todos colaboradores inseparables de Spielberg desde «La lista de Schindler» (1993).
Y al final, es tanto lo henchida de sí misma que se presenta ante el espectador «Los Fabelman», que es su propio objeto y sujeto el que se ve obligado a presentarse como superficie reflectante. Durante la película, de hecho, Spielberg se enfoca varias veces frente al espejo, siempre cámara en mano, como si nuestra desnudez fuera la suya sin rodar, que es lo que mejor sabe hacer. Y es tan verdadero todo que, incluso lo impostado, en ese casi cameo de Judd Hirsch como el alocado tío Boris, se siente una confesión. Escena a escena y diálogo a diálogo, el director pareciera estar pidiendo perdón, justificando sus manías, invitándonos, en último término, no a mirar su reflejo, ese que ya conocemos todos con barba, gorra y gafas de sol, sino a la luz misma, a él y a sus cincuenta años de cine, al bueno y al malo. «Los Fabelman», ni mucho menos la mejor, la más redonda o la última película de Spielberg, es el abrillantado casi obligatorio a una carrera entera, el pulir de una sala de trofeos y el reflejo en la quietud de un estanque repleto de éxitos. O, lo que es lo mismo, otra vez ese chaval, cámara en mano y frente al espejo, siendo vulnerable.