Fernando Delgado

Fernando Delgado: «He sido de esos creyentes por la mañana y agnósticos por la noche»

Fernando Delgado: «He sido de esos creyentes por la mañana y agnósticos por la noche»
Fernando Delgado: «He sido de esos creyentes por la mañana y agnósticos por la noche»larazon

Me gusta reencontrarme con Fernando Delgado, tal vez el único presentador de informativos que se ha atrevido a despedirlos con poesía. Un periodista de radio, televisión y prensa que siempre se sintió más escritor. Un hombre comprometido que cuenta, con esa preciosa voz suya, todo lo que cree que debe ser escuchado... Fernando está de actualidad por varios asuntos, el primero, por haberse alzado con un nuevo premio en su carrera que suma al Pérez Galdós, al Planeta, al Ondas y a la Antena de Oro. En esta ocasión se ha llevado el Azorín con una novela que esconde otra, además de una historia de amor inesperada. El título, «Sus ojos en mí» (Planeta). Los protagonistas, Santa Teresa de Jesús y Fray Jerónimo Gracián. Contado así, sin explicación, habrá más de un lector que se quede con los ojos abiertos.

El poeta y la prosista

Pero se trata de una historia de amor, sí, aunque sin carnalidad. Un amor sincero y profundo que les llevará a emprender juntos la reforma del Carmelo –en medio de las rencillas entre carmelitas calzados y descalzos y las luchas de poder habituales de la época– y se mantendrá inalterable con el paso del tiempo. Aunque eso no significa que este hombre en el que la santa puso sus ojos no fuera un hombre atractivo, inteligente y culto, ni que a él Teresa de Jesús no le pareciera, según se lee en la novela, una mujer seductora: «...La cara vivaz, el cuerpo inquieto, la mirada solícita y la inteligencia moviéndole los labios hacían de Teresa de Cepeda, una mujer de apariencia más joven a sus sesenta años y presta al atractivo...». Son palabras de Gracián. Y, según cuenta Delgado, «las descripciones de los personajes históricos y los hechos que relato son rigurosamente ciertos y están basados en documentos en su mayoría procedentes de los propios protagonistas». Me pregunto si Fernando llegaría de manera fortuita a la figura de Santa Teresa, precisamente en el año del quinto centenario de su nacimiento, y descubro que, en realidad, él estuvo más bien tentado a escribir sobre San Juan de la Cruz. «Me interesaba más, porque es el mejor poeta de todos los tiempos. Yo creía que era un matrimonio completo intelectualmente. Y es verdad que los dos se respetaban mucho, pero tenían caracteres diferentes. San Juan era un hombre muy interiorizado, muy lento, aunque más activo de lo que parece, y ella era muy mandona... Él no soportaba tanto mangoneo, pero ella le admiraba porque era verdaderamente sabio y porque desde el punto de vista espiritual poseía una vida más desarrollada. El resultado es que él es el más grande poeta..., aunque ella es la más grande prosista. Y yo la he descubierto escribiendo su historia con Jerónimo Gracián que me insinuó Gerald Brenan y que yo me decidí a contar porque creo que la suya, la de Teresa de Jesús, nadie puede contarla como ella, que es una gran narradora».

Tengo la sensación de que a Fernando –que recoge en esa historia, además, el negocio de la Iglesia del siglo XVI, tan poco espiritual, donde, según cuenta en el libro, los frailes hacían comercios, se llevaban dinero, eran prostibularios y el grado de degradación era terrible, sobre todo en la Sevilla de Santa Teresa– casi le interesa la Teresa escritora más que la santa. «Bueno, como santa tiene sus méritos. Yo creo que sí lo fue, pero como a mí me gustan los santos, y como creo que le gustan al Papa Francisco y no a otros beatorros. Es una vida tan rica la suya que se puede ver y leer de distinta manera; yo siento que por parte de gente muy religiosa se la puede ver, devotamente, de un modo falso y por parte de gente no creyente, de una forma prejuiciosa y no exacta de la gran mujer que fue. Y creo que cada uno debe verla de la posición que quiera, pero con libertad». Habrá quien crea que al hablar de este amor desconocido –que la propia Santa creía bendecido por Dios–, Fernando Delgado pretende hacer daño a la figura de Teresa de Jesús, pero se equivoca: «Que nadie lo piense. Ni eso ni que existe ningún tipo de falseamiento. Donde me tomo más libertades es en la historia paralela de los dos narradores (que se unen a un escritor para escribir sobre esta relación que mantuvieron los personajes históricos), que es totalmente inventada, aunque en la pura invención se haga también alguna apelación a la historia para explicar a los personajes modernos». Le pregunto a Fernando dónde está él en esa novela, aunque es obvio que en los narradores que, a mí parecer, tienen mucho del escritor. «Pues sí, porque las cosas que les pasan me podían haber sucedido a mí, menos lo de ser fraile... Y luego, en lo personal, siempre he admirado cierto tipo de espiritualidad. Yo además he sido de esos creyentes por la mañana y agnósticos por la noche. Siempre sostengo la duda. Y la duda enriquece al creyente y al no creyente que hay en mí... Lo que pasa es que a veces Dios y yo no creemos en la eternidad». Es imposible hablar de la pésima situación de la Iglesia en tiempos de Santa Teresa y de cómo, sin embargo, ha llegado viva hasta nuestros días. «¡Y es capaz de renovarse! Porque si el Papa Francisco consiguiera sus objetivos, se podría convertir en una Iglesia extraordinaria... Pero, en fin, me parece que lo tiene difícil, aunque posee muy buena voluntad, porque en el seno de la Iglesia hay mucha gente que se parece a la del siglo XVI». No sé si el rebuscar en su espiritualidad a través de esta novela habrá renovado la vocación de servicio de Fernando, pero lo cierto es que también está de actualidad porque se ha metido en política: va de número 2 en la lista del PSOE de Valencia. «Yo he sido muy político desde adolescente. Fui un joven cristiano comprometido. Muchas veces llegué a decir que era un socialista sin partido y un cristiano sin iglesia, pero sí estuve muy comprometido con las causas sociales. Muy próximo a las juventudes obreras católicas antes de la universidad. Mi origen social tiene una raíz cristiana porque creo profundamente en la condición social del Evangelio. Y que alguien profundamente evangélico es alguien profundamente social».