Nueva York

Giselle cumple 70 años

Alonso, en Madrid
Alonso, en Madridlarazon

Los amantes del ballet clásico tienen cita obligada en los Teatros del Canal con el Ballet Nacional de Cuba, que vuelve con dos coreografías que son parte esencial de su repertorio, «Coppelia» (hasta el 22 septiembre) y «El lago de los cisnes» (25-29). Siempre es noticia tener a una de las formaciones más exquisitas y perfeccionistas en su técnica visitándonos, pero esta vez viene además cargada de efemérides que celebrar: se cumplen 65 años de la creación del ballet –que nació, en 1948 como Ballet Alicia Alonso y posteriormente fue reconvertido por la revolución cubana en nacional– y 70 del debut como bailarina de la hoy coreógrafa en su papel más emblemático, Giselle. Toda una vida, aunque Alonso explica: «No me resulta tan lejano. Me parece que fue ayer. Lo he vivido y lo sigo viviendo». Frágil, a sus 92 años, parece que Alonso fuera a quebrarse como una bailarina de Lladró y necesita, como casi cualquier persona de su edad, ayuda para moverse. Pero no se dejen engañar: la dama de porcelana sigue teniendo carácter de acero, atiende profesionalmente a los medios, posa con escorzo de cisne coqueto cuando se le pide y tiene la cabeza muy en sus sitio: «Todavía me pongo a ver qué necesita el Ballet, a revisar... Ya tiene un ballet con sentido del humor, "Coppelia", otro romántico, "Giselle", y uno clásico, "El lago de los cisnes". Es una de las compañías con mayor repertorio vivo. Me siento muy feliz, no solamente de mantener ese trabajo, sino de seguir creando bailarines y desarrollándolos como artistas, como fui yo. A mí el baile, el ballet, me ha gustado mucho toda la vida».

Destaca la veterana coreógrafa y directora que «en este momento hay en Cuba una gran cantidad de balarines y no sólo mujeres, también hombres». Antes era más complejo: «Había un criterio de que el ballet desfiguraba a los hombres». Al echar la vista atrás, Alonso ve ésa y otra diferencia fundamentales entre el Ballet de aquellos días y el del momento actual: «Entonces no teníamos suficientes varones para bailar. Era difícil poder llevar los grandes ballets», explica. Y tercia su marido, Pedro Simón siempre a su lado: «Y que ahora todos son cubanos». Alonso asiente y prosigue: «Antes teníamos la ayuda de norteamericanos, de Europa, de Latinoamérica... Pero ahora todos son cubanos, nacidos y crecidos en Cuba». Y analiza así el sello del BNC: «Cuando yo bailaba, para poder ser profesora tuve que salir de Cuba: allí no había ninguna compañía profesional. Era muy triste. Por eso nació el ballet, con la idea de que si a alguien le gustaba bailar, tuviera una compañía donde hacerlo. Así surgió hace 65 años. Con el triunfo de la Revolución, me ayudaron inmediatamente. Me dieron todo lo que necesitaba». Y asegura: «El mundo del ballet es muy feliz en Cuba en estos momentos: se estudia desde los 9 años, y los niños ya saben que tienen una compañía donde entrar. Eso es muy lindo para los padres y los hijos». Y asegura: «En Cuba, si preguntas por la calle, prácticamente todo el mundo conoce el Ballet Nacional».

Giselle, reconoce, «ha sido muy especial» en su carrera. Comenzó en el American Ballet Theatre. «Me gustaba mucho la actuación teatral y Giselle tiene una interpretación, un estilo muy lindo, muy poético. Hacer una loca en esa época no podía ser como hacerla hoy en día. Hoy su locura es más real, más violenta. Antiguamente, era más romántica, más cohibida o sentida para dentro, con vergüenza. Ahora hay una libertad muy grande en todas esas cosas. Por eso bailar Giselle es difícil en su actuación y en su técnica: hay que darle sentido de la ilusión. En el segundo acto el amor flota».

Zapatillas regaladas

Oírla hablar es entender que hay gente que nace para un propósito en la vida: «Mi primer par de zapatos de punta, que no existían en Cuba, me los regaló una muchachita que se los había comprado en Italia y a la que le quedaban mal. Fui la mujer más feliz del mundo. ¡A mí me dolían también, pero no me importaba! Entraba en puntas por la puerta de casa y quería dormir con ellos, me los tenía que quitar mi madre por la noche. Y sigo igual: me gusta el ballet, estoy enamorada de él. Es la manera en la que he sentido que más puedo dar a la vida, a los demás». Ésta y otras anécdotas recorren una vida que tiene una nueva obra de estudio, «Alicia Alonso o la eternidad de Giselle» (Ed. Cumbres), escrito por Mayda Bustamante. Un libro en el que no falta una noche especial: «Estabamos con el American Ballet Theatre en el Metropolitan Opera House de Nueva York –cuenta Alonso–. Yo era solista de la compañía, esa noche hacíamos "Giselle". La primera bailarina enfermó y vinieron a preguntar cuál de nosotras, de las solistas, se atrevía a bailar el papel». Ninguna quiso, excepto ella. «Esa noche no dormí, fue ensayar y ensayar todo el tiempo. Yo me sabía no sólo ese papel, sino todos, porque me encantaba. ¡Cuando salí a bailar fue una emoción tan grande!».