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Gonzalo Suárez: "De Sam Peckinpah aprendí a beber whisky en vaso corto"

En «La musa intrusa» glosa la memoria de una vida intensa siempre dividida entre la literatura y el cine.

Foto: Jesús G. Feria
Foto: Jesús G. Ferialarazon

En «La musa intrusa» glosa la memoria de una vida intensa siempre dividida entre la literatura y el cine.

Siempre buscamos las vidas indómitas en los hombres de acción. Gonzalo Suárez demuestra que existe otra clase de aventureros, más auténticos y asentados en la realidad. Aquellos que convierten su existencia en un suceso extraordinario. En «La musa intrusa» (Random House), unas memorias libres y heterodoxas, el director y escritor consigna los pasajes de una trayectoria vital abundante en amigos y caminos recorridos. Una obra que da fe de una vocación de exprimir la materia prima de la que estamos hechos: el tiempo.

–Realizador, novelista. ¿Cuántos hombres le habitan?

–Stevenson afirmaba que un hombre son por lo menos dos. Lo decía a raíz de sus personajes, el doctor Jekyll y el señor Hyde. Para mí, los dos siempre han sido altamente sospechosos. Jekyll no me parece bueno y Hyde, dentro de su maldad, es bastante inocente, aparte de que es un producto del otro. Me temo que yo soy más de dos, más allá del bueno y del malo.

–Dentro de esa balanza que es un alma, ¿qué pesa más en usted: el cine o la literatura?

–Soy un escritor que nunca pensó en hacer cine. Si rodé películas fue porque era la faceta donde la literatura cobraba acción. Ahí no escribía sentado. Y me permitía proyectarme fuera de mí mismo. Ampliaba el juego y eso me atraída, pero también considero que la literatura será siempre la más extraordinaria realidad virtual, porque la imagen no la condicionará nunca.

–¿Considera la ficción como un tipo de magia?

–La realidad, incluso la más normal, es mágica. La magia es la acotación de la normalidad como si fuera algo extraordinario. Siempre insisto en un aspecto: Habitamos en un planeta que gravita en el universo. Un astro que es redondo. Pero, sin embargo, vivimos en la Tierra como si fuera plana. Eso no es normal. A partir de ahí, mantengo el estupor del niño que era antes de ser aleccionado por los mayores, que aún mira con asombro lo que hay a su alrededor.

–¿Todavía conserva el niño que una vez fue?

–Un escritor aseguraba que el niño que fuimos nos persigue toda la vida y que a veces nos alcanza. Aquel niño que fui nunca me ha abandonado. Esto con-lleva que aún mantengo cierto grado de curiosidad. Todavía me asombro por lo que sucede a mi alrededor.

–Un amigo: Sam Peckinpah.

–De él aprendi a beber whisky de etiqueta negra en vaso corto. Su repertorio era más amplio. Gene Hackman aseguraba que la vida era demasiado corta para desperdiciar cuatro semanas trabajando a su lado. Se han contado de él sus extravagancias y excesos que es lo que ha predominado. Quería dar el contrapunto de él y retratar a otro hombre, uno capaz de una gran ternura, de entregarse en la amistad y muy sensible. No quería reflejar solo la persona violenta, la que él también asumía, alcohol mediante. Pero incluso en sus películas, si uno se fija, subyace la amistad, a diferencia de Tarantino, por ejemplo, que está muy influido por él. De Peckinpah me gustaba la comprensión por los personajes, la pulsión por lo emocional, que se veía en lo que cuenta y cómo lo cuenta. Hoy su violencia se ha quedado corta. La sangre de «Grupo salvaje» no es nada con lo que se puede ver ahora en las butacas del cine.

–Otro amigo: Julio Cortázar.

–Destacaría su lucidez, su mirada y su actitud. Era un hombre imposible de reducir a una palabra. Fuimos muy amigos. Yo le visitaba en París, y él a mí en Madrid. Es alguien al que echo de menos.

–¿Hollywood sigue siendo una meca de tontos?

–(Risas). No me atrevo a corroborarlo. Pero eso es herencia de Sam Peckinpah. Me dejé influir. Él odiaba Hollywood y todos sus ejecutivos. El paraíso para él era México y un amigo tan sospechoso como yo.

–¿Qué director soñó ser?

–En su día, me hubiera gustado ser John Huston, pero el que rodó «La jungla de asfalto»

–¿Y actor?

–Montgomery Clift. Era alguien que te miraba desde la pantalla. Y eso siempre da mucho respeto. Produce una intensidad que siempre me ha gustado. Te lleva habitualmente a asomarte a la pantalla, te atrapa la mirada.

–¿Qué tiene de Hamlet?

–No exactamente la duda, pero sí me siento identificado con ese personaje, igual que con el protagonista de «El idiota» de Dostoyevski. Hay algo en ambos que me gusta. Es una especie de inocencia, de desamparo en cierto sentido. He vivido la guerra, la posguerra, la separación de mis padres, que ha sido lo más terrible de todo. Por eso siempre me heidentificado con Shakespeare, porque ahonda en las personas, en la naturaleza humana.

–Después de todo lo que ha vivido hasta ahora, ¿qué me podría decir?

–(Risas). ¡Me pregunta por la idea que resume toda la experiencia de una existencia! No es nada fácil, pero se lo voy a resumir en tres palabras: «No he entendido nada». Son cuatro, pero en la física moderna, cuatro son tres.