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"Háblame", o el encanto de la desolación

La película de los Philippou se ha convertido en uno de los éxitos más silenciosos del año, un clásico instantáneo sobre el trauma desde el horror
"Háblame", o el encanto de la desolación
"Háblame", o el encanto de la desolaciónDIAMOND FILMS
La Razón
  • Matías G. Rebolledo

    Matías G. Rebolledo

Madrid Creada:

Última actualización:

Hubo un tiempo, no tan lejano, en el que la sensación misma de la pérdida entre el catálogo de las plataformas de "streaming" no nos parecía tan mal. La mera posibilidad de ver ante nosotros desplegada una biblioteca de títulos casi infinitos, hasta en pose nostálgica, bien nos podía retrotraer hasta esa estantería de videoclub muerta a principios de siglo. La novedad, por suerte o por desgracia, se desvaneció por pura avaricia de las empresas detrás del chiringuito, capaces de cargarse sus mejores producciones en favor de las más vistas. Más churros que obras maestras, más cantidad que calidad. Y se hace raro, al paso al que evoluciona una industria como la cinematográfica, echar la mirada atrás hacia una sensación tan efímera como relativamente reciente, reclamo sentimentaloide quizá de algo que jamás existió: mucho cine, de manera legal, al alcance de unos clics.
Hay ocasiones, bien pocas para cuando se publican estas líneas, en las que ese encanto se recupera. Esa catarsis que produce encontrar oro en el cine de hechuras menudas, que es en realidad de lo que iba aquello del "doom-scrolling" analógico, bien vale todo el proceso de destrucción autoral al que se han sometido géneros como el propio terror. En la industria de lo anabólico y lo raquítico, pareciera que solo se puede firmar "horror elevado" o basura plataformera. La extinción de las clases medias, tan tardocapitalista como ligada al adventus cinematográfico, nos ha devuelto franquicias infinitas y bazofias que alguna que otra mosca se llegan a cargar con sus cañonazos. Pero muy poco cine de medios, muy poco. Por todo ello, gratuito y pretencioso preámbulo para un halago, encontrarse con una película como "Háblame" ("Talk To Me") firmando números solventes en la taquilla mundial no puede dejar de ser una noticia extraordinaria.
Encantada de conocerse, consciente de lo preciso que es como artefacto de miedo reflexivo, la película que firman Danny y Michael Philippou arranca como en uno de esos proyectos de fin de carrera de cine que se quieren (y se aprovechan) en una gran fiesta. Y, como nada es casualidad, el desfogue "teen" rápidamente se convierte en excusa para impactar y, a la vez, prenderle fuego a la historia. No es tanto una cuestión de resistencia, porque los 4,5 millones de dólares de presupuesto bien hubieran permitido hacer ancha la secuencia, sino de puro efectismo encantado. La sensación de velocidad, para cuando estamos en un funeral y nos están hablando de uno anterior a ese, sumerge al espectador en una especie de estado de intoxicación que no abandonará ya hasta el final de la película.
Y hablamos de intoxicación, por puro contagio, porque la película nos obliga a viajar de la mano (disculpen la broma) de su protagonista (solvente, Sophie Wilde) por un proceso de restitución disfrazado de duelo. Con la drogodependencia como eficaz telón de fondo, los Philippou saben explorar la ansiedad vírica del contexto en base a dos vías: la social, interna, y la racial, exógena. La social, esa que nos habla de un personaje central que ya está de vuelta de todo (de las drogas, de los novios, de las fiestas en sí), existe como un juicio propio, una constante prueba de vida existencial. La sociedad, o al menos la de la película, marca y exige que hay que comportarse como una persona que se equivocó y sabe por qué, no como una que apenas alcanza a comprender dónde está parada en cada momento. Y luego, con mucha más sutileza que incluso maestros modernos como Jordan Peele, "Háblame" indaga en esa percepción racial de "lo problemático". Ello se manifiesta de manera obvia en el personaje de la madre de la amiga, una Miranda Otto ("El señor de los anillos") que, no por nada, es la cara más reconocible del reparto. Cómo no iba a traer problemas el personaje de Wilde, "cómo no" parece espetar en cada línea.
Pero el estudio de la desolación que es en realidad "Háblame, estaría incompleto y no alcanzaría las cotas de brillantez que alcanza sin esa inscripción en el trauma generacional del que hace gala. Aquí el giro, más allá de una materialización que obtiene tantas explicaciones como necesita a nivel esotérico (es decir, ninguna, gracias a Dios) viene dado por la propia amargura del cuento. Esta es una película desoladora, triste, anti-climática y, lo más interesante, huidiza del concepto de catarsis por identificación. Algo que se difumina un tanto de cara a su memorable el final, donde nos atrevemos a exponer que lo visceral hubiera sido mucho más efectivo. "Háblame" es algo mucho más orgánico, que solo es posible en la escala en la que quiere jugar. La millonaria precuela que han firmado sus directores, nos atrevemos también a adivinar, será todo lo contrario.
Llegados a ese final, rotos quizá por el camino en lo que tenía toda la pinta de ser carne de plataforma (y, por suerte, ha pasado antes por cines), los espectadores de "Háblame" vuelven a reunirse con esa sensación de victoria por hallazgo. ¿Hay salvación, de nuevo, en el terror? ¿O estamos mirando hacia el dedo cuando plataformas como "Shudder" o "ScreamBox" nos señalan al sol? Encantados, o no, bien podríamos, por una vez, disfrutar de la lisérgica sensación con la que uno abandona la película.