Sección patrocinada por sección patrocinada

Psicópatas de cine

Hannibal Lecter, un asesino atrapado entre el gore y el arte

Inmortalizado en el cine por Anthony Hopkins, lucha titánicamente con Darth Vader por hacerse con el trono de la maldad suprema

Anthony Hopkins en el papel del doctor Hannibal Lecter
Hannibal Lecter, en «El silencio de los corderos» es uno de los «creadores» siniestrosTak FujimotoCreative Commons

¿Por qué Hannibal Lecter se ha convertido en el epítome de la maldad en una lucha titánica con Darth Vader? Por representar ambos la monstruosidad de la figura paterna en su forma más siniestra. Para Freud «lo siniestro» sería «aquella suerte de espantoso que afecta a las cosas conocidas y familiares desde tiempo atrás».

En la figura de Hannibal Lecter aún se muestra la escisión de las dos caras del psicópata, los rasgos de humanidad en su proceso de transformación siniestra; mientras que Darth Vader (el Padre Oscuro), al haber completado el ciclo al lado oscuro, se presenta bajo una máscara que oculta el horror que no puede mostrarse. Históricamente, el monstruo del cine de terror es en sí una máscara del horror que muestra, en filigrana, lo que esconde.

Todos estos monstruosos seres de ficción comparten la máscara como un anuncio luminoso del lado tenebroso de su psicopatía. En Hannibal Lecter la máscara mediada que le cubre la boca para que no mate a mordiscos a sus víctimas, es un recuerdo de la de «Letherface» en «La matanza de Texas» (1974) y variación todavía más siniestra de la careta de portero de hockey de Jason Voorhees, el mongoloide asesino de «Viernes 13» (1980).

Siendo inmensa la popularidad de estos asesinos enmascarados, en realidad lo son por sus máscaras. Sin ellas no pasarían de émulos de Norman Bates y demás psicópatas del cine realista, como «El estrangulador de Boston» (1968) o «El estrangulador de Rillington Place» (1971).

La máscara reaparece en el cine de terror para dotar a estos nuevos psicópatas de un aura glamourosa escalofriante, una vez gastada la repetitiva figura del asesino con un cuchillo de carnicero acechando en la sombra. Y lo hace aunando el horror del asesino en serie que acuchilla a jóvenes con la burla de esta siniestra figura enmascarada, a medida que se repite el estereotipo.

La máscara que le oculta es un oscuro anuncio de la psicopatía del personaje

En «Vestida para matar» (1980), Brian de Palma, imitador posmoderno de Hitchcock, cambió el disfraz de la madre de Norman Bates por el de una mujer travestida con una gabardina anudada. Y sustituyó el cuchillo por una navaja de afeitar, símbolo masculino de su frustrado proceso de «reasignación de género», una peluca rubia y gafas oscuras: la máscara de su psicótico anhelo transexual.

Años después, Thomas Harris perfiló a Hannibal Lecter con las características del criminal mejicano Alfredo Balli Treviño, apodado el doctor Salazar, un cirujano antropófago que se comía a sus pacientes, y tomó de otro asesino caníbal, el inglés Robert Maudsley, su encierro de por vida en una jaula de cristal subterránea en la prisión de Wakefield, Inglaterra.

Con ambos desequilibrados mentales compuso el personaje de Hannibal el Caníbal, dotándole de sofisticación intelectual, canibalismo y el esnobismo del gourmet. Mientras el psiquiatra asesino de Brian de Palma se travestía para matar mujeres que le recordaban que él nunca lo sería, el Dr. Lecter mata para cocinar un sabroso estofado con los higadillos de su víctima.

Hasta la aparición de Hannibal Lecter, los psicópatas en el cine era seres brutales, cuando no vulgares o rurales. «Leatherface» se cosía una máscara con la piel de sus víctimas y mataba con una motosierra. Fabulación fantasiosa de asesinos en serie reales como Ed Gein, John Christie, Albert Desalvo y Jeffrey Dahmer.

Entre el gore y el arte

«El silencio de los corderos» (1991) es una peli de transición entre el cine gore de sustos y el asesino en serie como artista conceptual. Conserva vestigios del asesino garrulo «Letherface» en Buffalo Bill, que cose con piel humana sus trajes para un imaginario cambio de sexo, al tiempo que actualiza al psicópata dandi de Hitchcock, añadiéndole el irónico toque posmoderno: el gourmet de la «Nouvelle cuisine». Un rasgo sofisticado para un asesino en serie caníbal.

El paso siguiente será despojarlos de realismo y convertirlos en monstruosos asesinos de adolescentes con máscaras tan singulares como guais. Sus historias comienzan siempre con un vídeo de cuchilladas y una llamada a la chica pechugona para anunciarle su muerte. Es un asesino que imita a otros asesinos para diversión de la chiquillada con tantos sustos como orgasmos.

Con Hannibal Lecter el cine de terror gore se bifurca en dos líneas estéticas: el cine del horror teatralizado como «Seven» (1995), la orgía del teatro del horror posmo, y el cine de grito y susto para adolescentes como «Scream» (1996). Un cambio también sociológico, pues con el auge del video, los jóvenes abandonaban las salas de cine por los maratones televisivos caseros. Ambos subgéneros desaparecerán de las salas de cine para transformarse con el nuevo siglo en series basada en hechos reales donde primará el espectáculo macabro del dolor por encima del relato fantástico de terror.