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El “abominable misterio” que ni Charles Darwin supo resolver

Un día como hoy de 1859 el naturalista publicaba “El origen de las especies”, obra que le hizo inmortal pero que contenía un enigma que le atormentó hasta el final de su vida
larazonJohn Collier

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La percepción hacia la vida, hacia el mundo y su pasado, presente y futuro, cambió de manera radical un día como hoy de 1859. El genio y naturalista Charles Darwin publicaba “El origen de las especies”, libro donde explicaba una teoría extraída de 20 años de investigación, observación y viajes a bordo del “Beagle”. Estudió las costas y tierras de Galápagos, Tahití, Nueva Zelanda, Australia, Tasmania, Brasil o las Azores, y de dicha experiencia lanzó su teoría de La Selección Natural. Sostenía que la evolución se basaba en la ley del más fuerte, sin intervención externa, donde los individuos menos aptos o más débiles terminaban extinguiéndose. Una teoría que hasta hoy se estudio y se debate, y que marcó el curso de la historia. No obstante, no todo fueron conclusiones en “El origen de las especies”, sino que, aún cumpliéndose 162 años de su publicación, aún hay un aspecto que carece de explicación.
Hubo un enigma que atormentó al naturalista inglés hasta el final de sus días. Un fenómeno, dijo, “de lo más desconcertante”, que incluso llegaba a amenazar las bases de su propia teoría. La evolución por selección natural, según explicaba en su obra, actúa “por acumulación de variaciones pequeñas, sucesivas y favorables. No pueden producirse modificaciones grandes o súbitas, sino solamente en pasos cortos y lentos”. No obstante, en una carta que envió al botánico inglés Joseph Hooker, escribía que “hasta donde podemos juzgar, el rápido desarrollo de todas las plantas superiores en tiempos geológicos recientes es un abominable misterio”. Es decir, el enigma reside en las plantas con flores.
De esta manera, Darwin supo determinar cómo los animales habían cambiado a lo largo de los años, pero nunca consiguió explicar lo que ocurría con la flora. Esto provocó a Darwin más de un dolor de cabeza, y durante años trató de dar con una solución plausible y contundente. “Nada es más extraordinario en la historia del reino vegetal como el desarrollo aparentemente muy repentino o abrupto de las plantas superiores”, escribía a Hooker.

Un enigma vigente

Un punto débil, por tanto, aprovechado por los detractores de Darwin. Especialmente, por el botánico escocés William Carruthers, quien criticó duramente al naturalista sosteniendo que la aparición de estas plantas era una simple decisión de Dios, encargado de crearlas y de ponerlas sobre la Tierra. Algo que, para Darwin, de ninguna manera era posible. De hecho, llegó a plantear hasta la existencia de un continente aislado, donde nacieron plantas superiores, las cuales también habrían evolucionado lentamente. Una hipótesis que él mismo describió como “miserablemente pobre”.
No obstante, mantenía la esperanza de que “grupos de especies pueden haber existido en otros lugares por mucho tiempo y haberse multiplicado lentamente antes de invadir los antiguos archipiélagos de Europa y de América”. Creía, por tanto, en que en algún momento aparecerían fósiles que demostrarían que las plantas con flores también evolucionaron de manera gradual. Actualmente, el “abominable misterio” continúa vigente. Si bien se han hallado fósiles que ayudan a comprender las fases tempranas de estas plantas y se han logrado grandes progresos en las últimas décadas, aún hay varios enigmas por resolver.