Historia íntima de los Borbones (V)

¿Por qué el número 13 está maldito para los Borbones?

Una cadena de desgracias asoló a una dinastía ligada a esta cifra

Alfonso XIII jugó cantidades ingentes de dinero a la lotería, pero nunca le tocó
Alfonso XIII jugó cantidades ingentes de dinero a la lotería, pero nunca le tocóArchivoArchivo

El 25 de noviembre de 1885, expiró el rey Alfonso XII en el Palacio Real de Madrid. Poco antes de fallecer, el supersticioso monarca había implorado a su esposa, la reina María Cristina de Habsburgo, que no llamase Alfonso a su hijo póstumo, sino Fernando, para evitar que reinase con el número 13 y siguiese cebándose así con su descendencia esa especie de maldición que asolaba desde el inicio a la dinastía de los Borbones en España. María Cristina desobedeció y... ¡sucedieron tantas desgracias!: Alfonso XIII a punto estuvo de morir con sólo tres años, a causa de una gripe, y en 1934 atropelló a un imprudente peatón en Viena, causándole la muerte.

El 13 se convirtió así también en el número maldito de Alfonso XIII, a quien apadrinó en su bautismo el Papa León XIII. Los dos primeros atentados contra su vida, el de París y el de la madrileña calle Mayor, se perpetraron el 31 (13, al revés) de mayo de 1905 y 1906, respectivamente. El de la calle Alcalá sucedió el 13 de abril de 1913.

El general Primo de Rivera dio su golpe de Estado en Barcelona el 13 de septiembre de 1923, y su caída la precipitó Alfonso XIII en 1930 (1+9+3+0=13). La sublevación de Jaca fue el 13 de diciembre del mismo año. El 13 de abril de 1931 se tuvo noticia de la caída de la Monarquía en España, tras el triunfo republicano en las elecciones celebradas la víspera.

El primer hijo que perdió el rey, el infante Gonzalo, murió el 13 de agosto de 1934. Y siete años después, al fallecer Alfonso XIII en Roma, su familia directa estaba compuesta por 13 miembros: la reina, cuatro hijos y ocho nietos.

Era como, sin apercibirse de ello, el rey hubiera estado jugando a una constante lotería de la muerte para la que el destino le había reservado todos los boletos, convirtiéndole en el gran perdedor por excelencia de una familia maltratada por el destino. Por si fuera poco, perdió también al amor de su vida, Victoria Eugenia de Battenberg, de la que se había separado de hecho, aunque no de derecho, antes incluso de abandonar España. Y perdió igualmente a un valioso sustituto para la Corona, su hijo Jaime, a causa de la sordomudez, así como la oportunidad histórica de ser restaurado en el Trono tras la Guerra Civil española, sintiéndose engañado por Franco.

La lotería de la muerte

Tampoco tuvo suerte Alfonso XIII con la lotería de Navidad: no le tocó ni el reintegro, pese a que jugó importantes cantidades de dinero todos los años, desde 1922. En 1926, por ejemplo, el monarca participó con 270 pesetas de la época en el número 18.918; al año siguiente aumentó su participación a 320 pesetas, esta vez al número 53.473; y el último boleto de su vida, adquirido el 13 de abril de 1931, víspera de la proclamación de la República, tampoco le dio alegrías pese a que apostó 450 pesetas al número 22.121.

Muchos años después, su nieto Juan Carlos pasaría de puntillas con razón por el numeral trece que había sembrado de tanta fatalidad su reinado. El emérito eludió así el trece en su documento de identidad y ostenta hoy el número diez, mientras que Franco, a quien debió el trono de España, ostentaba el número uno. Tal vez los dos más lacerantes hitos de esa tremenda fatalidad que golpeó a Alfonso XIII sean la caída de la monarquía y la pérdida del menor de sus hijos. Con respecto al primero, la suspensión que hizo Alfonso XIII de sus poderes supuso en la práctica su renuncia y el surgimiento de la República, convertida así en el único régimen legítimo en España hasta que, finalizada la Guerra Civil, fue sustituida por el franquismo. Más tarde, Franco, conforme a la Ley de Sucesión promulgada en 1947, decidiría instaurar la monarquía en la persona de Juan Carlos.

Para colmo del destino, el 13 de agosto de 1934, mientras el rey estaba de vacaciones en Austria, el infante Gonzalo –«Kiki», como le motejaban en familia–, nacido en 1914, regresaba en coche cuando de repente su hermana Beatriz se vio obligada a dar un volantazo para esquivar a un ciclista, que resultó ser el barón von Neinmann. El vehículo se estrelló contra la fachada del castillo de Krumpendorf. Ninguno de los dos hermanos resultó herido en apariencia, pero el choque provocó luego un pequeño hematoma en el cuerpo del infante hemofílico, quien, dos días después, falleció en un hospital. Fatalismo, mala suerte...