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Séneca: el mejor filósofo de Roma conspiró, escandalizó y fue obligado a suicidarse

Fue el mejor exponente del pensamiento de la era: aplicar la teoría al Gobierno de los hombres
Séneca, estandarte entre los filósofos de esta corriente
Museo del Prado

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Es fama que los dos grandes filósofos del pensamiento romano, Cicerón y Séneca, dos personajes apabullantes de la historia de la República tardía y el comienzo del Principado, fueron los padres fundadores del modo de hacer filosofía en la lengua de Roma y supieron conjugar su vertiente teórica y especulativa con su vertiginosa experiencia como hombres de Estado en uno de los momentos más apasionantes y turbulentos de la historia de la antigüedad. Ambos supieron trasladar genialmente la filosofía griega al pragmatismo latino y crearon un lenguaje propio para expresar las sutilezas del pensamiento abstracto. Y, sin embargo, también se suele decir que son personajes contradictorios que, en ocasiones, arrastran una fama ambivalente e incluso negativa. Por decirlo de una manera discreta, sobre todo en el caso de Séneca, son personajes que no caen demasiado bien: el perfil histórico que tienen, según lo que refieren las fuentes de la época, no casa con lo que predicaban en sus escritos filosóficos. Tal vez esta sea la maldición y el riesgo que han corrido estos dos personajes brillantes e inolvidables, cuya obra ha marcado el pensamiento de la literatura de Occidente como modelo de expresión y de reflexión a la par, pero cuyas experiencias vitales resultan chocantes frente a sus ideas.
Séneca es, por derecho propio, el gran filósofo hispanorromano. Nacido en Corduba, son famosos los versos de Marcial (Ep. I, 61, 8-9) que exaltan a esa ciudad, la actual Córboba, por ser la patria de tres grandes figuras de su generación, los dos Sénecas, el orador y el filósofo, y el poeta Lucano, sobrino de este último: «Duosque Senecas unicumque Lucanum / facunda loquitur Corduba». Lucio Anneo Séneca, también conocido como Séneca el Joven para distinguirlo de su padre, el orador Marco Anneo Séneca, o Séneca el viejo, nació en torno al año 4 de nuestra era y tuvo una completa carrera, desde su Hispania natal hasta llegar Roma, ocupando los cargos de cuestor, pretor, senador y cónsul. Por sus obras de filosofía moral es reconocido unánimemente como el gran representante del estoicismo romano: especial recepción han tenido sus Epístolas morales a Lucilio, pero también otras obras como «Sobre los deberes». Además, se le atribuyen una serie de tragedias, mayoritariamente de tema mitológico con trasfondo psicológico y moral –recordamos, por ejemplo, su «Medea» o su «Fedra»– y se le recuerda como el sabio que medró a la sombra de duros príncipes. En efecto, fue tutor de Nerón, superviviente de Calígula y exiliado por Claudio –a quien ridiculizó en su inclasificable obra «Apocolocyntosis» o «Apoteosis en calabaza»–, y hoy nos parece un pensador irrepetible. Hijo de un padre severo, pronto se trasladó a Roma para realizar el «cursus honorum» de magistraturas: no fue fácil para el joven de provincias, que, pese a su reputada familia, era asmático y de mala salud. Como padre de familia, superó la muerte de un hijo. Supo desenvolverse bien en tiempos complejos, incurrió en algunas conspiraciones y episodios turbios, calumnias y escándalos, que le valieron exilios y controversias. Fue uno de los hombres más ricos de su tiempo que, pese a su obra moral, también ejerció de prestamista, consejero áulico e intrigante: una vida ambivalente, sobre la que mucho se ha escrito, pero una obra sin duda genial.
Pese a la cercanía con Nerón y a que Séneca llegó a justificar el asesinado de Agripina por su hijo el emperador en el año 59, el filósofo acabó en desgracia. Se distanció del emperador, quizá por la enorme riqueza que había amasado –pareja solo a su prestigio, pese a las críticas posteriores que le granjeó su defensa del matricidio–, pero no poco pesó la opinión contraria de otros cortesanos, como Tigelino o Vitelio, que querían minimizar su influencia. En 62 Séneca decidió retirarse de la vida pública y ceder su fortuna al emperador, mas esto no consiguió librarle de la manía persecutoria de su antiguo discípulo. Al final, caído en desgracia por su presunta implicación en la conjura de Pisón, tuvo que suicidarse. La macabra escena de su suicidio forzado se recuerda especialmente como momento de entereza estoica y tremendismo romano que ha sido recreado por las letras y las artes. Primero se cortó las venas, pero esto no lo mató, por su extrema delgadez, su edad o el estado de sus venas. Luego se cortó también por debajo de las rodillas, pero tampoco consiguió desangrarse. Al fin parece que se introdujo en un baño caliente y se ahogó entre sus vapores. Séneca, de atormentada vida y obra, es una de las grandes figuras de la Hispania romana.