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Historia

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Las playas españolas en las que se bañaron los romanos

Aunque no solo los individuos del Imperio se quedaron en la península para disfrutar de sus costas; podríamos viajar de norte a sur y de este a oeste para encontrar vestigios de varios milenios de la historia antigua

Imagen de las termas romanas en el Cabo de Trafalgar, uno de los espacios más emblemáticos y visitados de la costa gaditana en Barbate (Cádiz)
Imagen de las termas romanas en el Cabo de Trafalgar, uno de los espacios más emblemáticos y visitados de la costa gaditana en Barbate (Cádiz)Román RíosEFE

Hay que enriquecer los momentos de ocio, como querían los antiguos, con la mirada puesta en la cultura: decía Cicerón que no hay ocio para el hombre de bien sin la dignidad de la cultura. Si seguimos el hilo de oro de los clásicos, como propongo en un libro reciente, podemos dejarnos guiar en lo que Cicerón llamaba “otium cum dignitate”: alejémonos del ocio de masas actual, de los pasatiempos baldíos y los entretenimientos alienantes, de la avalancha de pantallas –móviles, tabletas, televisores y ordenadores– que nos asedian continuamente y requieren nuestra atención. En esto coincidía el escritor romano y sus inspiradores griegos –el estoicismo se hubiera horrorizado ante la falta de concentración y memoria que nos provocan los dispositivos móviles– y la escuela de Aristóteles, que defendía un concepto de ocio como baluarte intelectual y cultural. Por eso siempre me congratula ver a los lectores durante su ocio veraniego sumergidos en novelas y ensayos, disfrutando de su tiempo libre de la mejor manera. No solo la rentrée del otoño es buen momento. Pienso que hay que leer siempre, en cualquier momento que nos deje nuestra vida azacaneada por lo inmediato y por los múltiples reclamos que nos distraen. Por razones obvias, encontramos más tiempo en vacaciones: entre los veraneantes este año no solo se han visto los “best-sellers” efímeros del momento, sino especialmente los grandes libros –los clásicos–, esa literatura que Schopenhauer llamaba permanente. También el ensayo histórico-arqueológico.

Y como muchos de nuestros lectores han estado recientemente en la playa, habría que reparar en que, tras muchas de las más conocidas de nuestro país, hay mucha historia. Así, podríamos proponer aquí una especie de viaje en el tiempo a través de la historia antigua de España en sus playas más famosas que, no por casualidad, atestiguan la presencia de los diversos pueblos que poblaron en la antigüedad la Península Ibérica. Desde los prerromanos, tartesios, turdetanos, íberos o celtas, a los fenicios, griegos, romanos, bizantinos o visigodos, se puede seguir una fascinante pista histórica a los pueblos de la antigua Iberia, Hispania, Spania o España alrededor de la línea de costa. Después del baño y la toalla, la gastronomía y la siesta –tan hispánica como romana, en la “hora sexta”–, una buena lectura de historia antigua o de fuentes clásicas (Polibio y las guerras púnicas, Estrabón y la geografía), y una visita a uno de los magníficos yacimientos que pueblan nuestras costas es un plan ideal de “otium cum dignitate”, tiempo libre que nos cultiva y nos ayuda a seguir aprendiendo a cualquier edad, una de las grandes lecciones de los clásicos.

La Torre de Hércules, La Coruña, tiene el honor de ser el faro en funcionamiento más antiguo del mundo
La Torre de Hércules, La Coruña, tiene el honor de ser el faro en funcionamiento más antiguo del mundoCabalarEFE

Podríamos viajar de norte a sur, de este a oeste, “Entre fenicios y visigodos”, como titulan Antón y Jaime Alvar un estupendo libro colectivo (La Esfera 2008), a lo largo de varios milenios de la historia antigua de la península. Desde los yacimientos ibéricos de Tarragona, como Calafell a las ciudadelas de la zona de Benicarló –como el Puig de la Nau– tan magníficamente excavadas y explicadas por el Museu de Belles Arts de Castelló y su responsable Arturo Oliver, impresiona leer y escuchar sobre la cultura ibérica, aun tan desconocida, sobre la que sabios historiadores y lingüistas como Javier de Hoz, Eugenio Luján o Francisco Beltrán han trabajado para descifrar sus secretos.

Pero, si es por antigüedad, comencemos por la actual Andalucía. Por las costas de la cultura argárica y de los millares: en la zona de Almería y Murcia se desarrolló en el bronce antiguo esta pasmosa cultura, una de las más relevantes en el III y II milenio a.C., en lo que puede ser la primera gran sociedad urbana y dotada de una estatalidad compleja en el Mediterráneo occidental. No lejos de las playas de Mojácar se pueden encontrar restos. Algo más al oeste, en la desembocadura del Guadalquivir, Huelva atesora un trasfondo arqueológico riquísimo, en lo que rodea a la cultura de la mítica Tarteso, hasta los pueblos turdetanos y la interacción con los fenicios y griegos que comerciaron por la zona.

Baelo Claudia, en Bolonia / Foto: Efe
Baelo Claudia, en Bolonia / Foto: Efelarazon

El trasfondo fenicio del Levante impresiona, de norte a sur, de Cataluña a Cádiz, verosímilmente la ciudad más antigua de la península. Véase sin falta el yacimiento arqueológico de Gadir. También es crucial la zona de Murcia, desde Carthago Nova hasta Mazarrón, que alberga restos esenciales para comprender los asentamientos de los pueblos semitas en la península, con el sureste y el área de Gibraltar como epicentro. Mientras uno se baña en la Azohía o en Bolnuevo, playas aún no estropeadas por el urbanismo brutal de los 60, es posible también recrearse pensando en uno de los pecios más estupendos de todo el Mediterráneo, el barco fenicio de Mazarrón. El Museo Nacional de Arqueología Subacuática (ARQUA) de Cartagena es una visita fundamental, después bucear por los fondos tan ricos en naturaleza de esa zona. Pero desde Torre del Mar hasta Calpe se pueden rastrear las huellas fenicias. No se pierdan, por ejemplo, Trayamar, necrópolis fenicia datada en el siglo VII a.C. y situada en el margen derecho del río Algarrobo, en Málaga.

En cuanto a los griegos, desde Ampurias hasta Denia, Hemeroskopeion, y, un poco más al sur, en Malaka, con su posible trasfondo helénico, es posible imaginar la ruta del comercio focense, que venía desde Masalía (actual Marsella), y que está atestiguada en restos en lengua griega –cartas comerciales en plomo o epígrafes de enorme interés– y en lengua íbera que dan fe de los intercambios con los pueblos de la zona. Los focenses venían de lejos, de Asia Menor huyendo de los persas, y se establecieron primero en el Sur de la Península Itálica y sus islas para luego recalar en el noreste de la Ibérica: allí, en el entorno de Rosas y Ampurias, se pueden visitar centros de interpretación de referencia, como el Museu Arqueològic de Catalunya. Los restos arqueológicos de estas colonias masaliotas son de obligada visita en la zona: la antigua Rode y Emporion, nombre resonante del comercio helénico en la zona, son las más claras reliquias del helenismo en nuestros pagos.

Restos arquelógicos de una piscifactoría romana de más de cien metros cuadrados junto al faro de Trafalgar
Restos arquelógicos de una piscifactoría romana de más de cien metros cuadrados junto al faro de TrafalgarAntonio Aragón

Los restos romanos es inevitable hallarlos por doquier, desde los símbolos del enfrentamiento romano-cartaginés en Sagunto o Cartagena a las factorías de salazones de Málaga, Murcia o Cádiz, que levantaron el monte Testaccio en Roma con los restos de las vasijas que contenían las preciadas delicias gastronómicas del pescado hispano. Acaso los más impresionantes restos de la costa sean los teatros y zonas arqueológicas citadas de Sagunto y Cartagena, no lejos de las playas, y por supuesto también la monumental Tarraco, espléndida capital romana. En Cartagena, no se pierden la Casa romana de la fortuna o los restos del Decumano. Y si uno va a las playas gaditanas no puede dejar de mencionarse Bolonia, la antigua Baelo Claudia, con su universalmente conocida factoría de salazones: esa famosa salsa garum hacía las delicias de los romanos y suponía un intenso comercio entre la capital del imperio y la opulenta provincia de Bética, cultísima patria de emperadores, filósofos y literatos. Véanse, no lejos de las playas, otros yacimientos arqueológicos como los de Almuñécar o Antequera, con acueducto o termas romanas que dan fe de la vida cotidiana del imperio en nuestros lares. El lujo romano también se pasea por nuestra costa, con villas romanas como las de Torre Llauder (Barcelona), Barenys (Salou) o Torrox (Málaga). Y si pasamos por la rica Lusitania, desde el Algarve hacia el norte, en la Gallaecia, no dejamos de encontrar huellas costeras de los romanos. Piénsese en las hermosas playas de Tui a Vico Spacorum, la primera fundada míticamente por el griego Tideo, la segunda gran metrópolis de Pontevedra, en la ruta que iba desde la termal Civitas Auriense. Y ello por no hablar de las más conocidas, como las playas coruñesas en torno a la Torre de Hércules o al Finis Terrae romano, o las de Viveiro (en la romana Lucus, con su muralla imponente), que se cree que fue la antigua Flavia Lambris. Hasta el Cantábrico, con el puerto de Bilbao y la ría del Bidasoa, vías de comunicación romanas. El mundo tardorromano, bizantino o visigodo se extiende desde Cataluña y Baleares a Murcia o Galicia, hasta las iglesias asturianas. En fin, todo un despliegue sin fin de maravillas histórico-arqueológicas a tiro de piedra de las playas que hemos visitado este verano, con restos sobre los que podemos leer ensayos y luego visitarlos.