Historia

Resistencia religiosa en tiempos de Guerra Civil

El experto José Manuel Ezpeleta, de la mano de la Editorial San Román, edita “De la muerte a la vida”, relato que el sacerdote Teodoro Cuesta escribió tras la Guerra Civil y donde plasma cómo era la vida de los refugiados en el Liceo Francés de Madrid

Milicianos republicanos posando con momias de monjas procedentes de tumbas que habían profanado en el Convento de la Concepción de Toledo
Milicianos republicanos posando con momias de monjas procedentes de tumbas que habían profanado en el Convento de la Concepción de ToledoArchivo General de la Administración.Ministerio de Cultura

De la Guerra Civil española se han escrito ríos de tinta, y parece que así seguirá siendo. Hay libros sobre las luchas, los enfrentamientos, los soldados, el sufrimiento, las victorias, las derrotas, las vidas y las consecuencias. Pero si algo caracteriza y destaca de la serie de la Editorial San Román es precisamente lo que reza su título: “Testigos de la Guerra Civil española”. A través de una serie de obras, la editorial recoge testimonios directos de quienes vivieron aquellos años tan horribles e inolvidables de nuestra historia. Ha rescatado la supervivencia y persistencia de solteras, viudas, monjas o esposas en la zona republicana a través de “Paloma en Madrid”, así como los diarios de religiosas de tres conventos que sufrieron el martirio del odio a la fe, en “Profanación de la clausura femenina”. Ahora, y también en esta línea de persecución religiosa, se publica “De la muerte a la vida. Veinte meses de una vida insignificante en el infierno rojo”, libro del sacerdote Teodoro Cuesta que José Manuel Ezpeleta, experto en Guerra Civil, ha recogido, editado y documentado de la mano de San Román. Una obra que fue escrita “justo cuando terminó la guerra, y donde se describe cómo era la vida en un refugio, en este caso en el Liceo Francés de Madrid”, explica Ezpeleta a LA RAZÓN. Da, por tanto, una imagen cercana de cómo se trataba la vida religiosa en embajadas y en domicilios particulares en una época en la que ir a misa era considerado motivo de represalia.

Ezpeleta, durante sus largos viajes como piloto de Iberia, investigaba, leía, se documentaba sobre la Guerra Civil, especialmente en Madrid y provincia. Y el resultado son “más de 20 años trabajando en este tema. Tengo una base de datos enorme, elaborada a base de un trabajo continuo, con la que enseguida encuentro a una persona, dónde estuvo y qué hizo”, explica, y así lo demuestra en los contrastados pies de página de este libro. Complementa y profundiza en cómo, entre el gran número de sacerdotes que se refugiaron en las sedes diplomáticas, todos de alguna forma se encargaron de levantar el espíritu abatido de sus compañeros de cautiverio. Incluso se celebraba la Santa Misa, utilizando como altar una maleta o un mueble, y por cáliz un vaso de cristal. El culto no se interrumpió, pese a las coacciones, y es por ello que, más que de persecución religiosa, se debería hablar de resistencia religiosa: “Es curiosa la forma de vivir la religiosidad, cómo se transportaban las sagradas formas de un domicilio a otro. A los sacerdotes se les llamaban doctores para aparentar”, explica Ezpeleta.

La noche de bodas

Es curioso, asimismo, el concepto de “misa seca”, que consistían “en que, como no habían pan y vino, no se podía consagrar. El resto del rito se hacía de forma muy interesante. Los sacerdotes, vestidos de paisano, andaban por Madrid de forma clandestina y jugándose la vida. Muchos de ellos con carnés falsos de la CNT o la UGT para protegerse”, explica el experto. Y asegura que lo principal de este tipo de libros es saber cómo vivía la gente durante la contienda en lugares como las embajadas: “Cuando había una boda, por ejemplo, como siempre dormían unas ocho personas en una habitación, dependiendo del tamaño, el regalo consistía en dejarle ese espacio entero al nuevo matrimonio, para que tuvieran en la noche de bodas una habitación para ellos solos”, cuenta Ezpeleta a modo de anécdota. Hay cientos de detalles del estilo, también en los domicilios, pues si en el Segundo B había una familia con un oratorio, “cuando iba un sacerdote bajaban todos los vecinos clandestinamente, quedándose siempre uno en la puerta para avisar por si venía alguien”.

En “De la muerte a la vida”, por tanto, Teodoro Cuesta describió con todo detalle cómo se celebraban las manifestaciones religiosas, desde misas hasta confirmaciones o defunciones, así como da un gran número de nombres de personas que se refugiaban en el Liceo Francés. “Son temas “que catalogo como menor, pues es como si se estudia cómo vivían los porteros o los sirvientes”, dice Ezpeleta, así como advierte de que “quien se enfrente a la lectura del libro, lo primero que debe tener en cuenta es que la Guerra Civil fue una revolución, y que se hizo por el desafecto al enemigo”, concluye.