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Cuando usar un espejo estaba vetado a los hombres

Los primeros espejos son de época neolítica pero en Roma se difundió su uso para hombres, lo que provocó críticas en los autores clásicos.
Un fresco de Pompeya presenta un espejo como objeto cotidiano
Un fresco de Pompeya presenta un espejo como objeto cotidianoLa Razón
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Afinales de junio de 1895 la prensa francesa publicaba la última adquisición del Museo del Louvre, un tesoro romano de 109 piezas de plata fechadas en el siglo I d.C entre las que se encontraba el llamado espejo de Leda, un modelo de mano de 28 centímetros de alto y de 17 centímetros de diámetro, decorado en su parte trasera con un medallón que representa la escena de la seducción de Leda por Zeus convertido en cisne, suceso narrado tanto por Apolodoro como por Hesíodo en su Catálogo de Mujeres. Este espejo había sido encontrado con el resto del tesoro en unas excavaciones realizadas en 1894 por Vincenzo De Prisco en su propia finca en Boscoreale, cerca de Pompeya, exhumando los restos de la fastuosa villa del banquero pompeyano Lucio Cecilio Jucundo tras haber sido sepultada por la erupción del Vesubio. El tesoro apareció dentro de una cisterna de la explotación vitivinícola de la villa bajo el esqueleto de un hombre que los llevaba consigo. Conocido el valor del espejo y de la vajilla de plata, De Prisco y su socio Ercole Cannesa sacan el botín de Italia en las mochilas de algunos ciclistas que hacían la etapa San Remo-Niza.Una vez en Francia, vendieron el tesoro a Edmond de Rothschild, hijo de un banquero judío alemán por medio millón de francos, quien lo donó al estado francés. Estos espejos de plata eran objetos de lujo que ponían de relevancia el prestigio de sus propietarias, en este caso Metella la esposa de Lucio Cecilio a quien su reflejo le recordaba que el espejo era un medio de seducción para conquistar al amado ofreciendo su mejor aspecto, como había dejado patente Ovidio en su Arte de amar.
Según Plinio, fue Praxíteles, quien introdujo por primera vez espejos fabricados en plata en tiempos de Pompeyo Magno, aunque menciona que se podían hacer de estaño y cobre, o bronce estañado como los espejos procedentes de la necrópolis Baelo Claudia (Cádiz), o de plomo de bajo coste y fácil almacenamiento. Sólo en la época del Bajo Imperio se comienzan a difundir los espejos metálicos con un capa fina de vidrio. El espejo es un objeto cargado de simbología ya que surge cuando los humanos observan que ciertos metales o piedras tienen la capacidad de reflejar la luz. Los más antiguos del mundo proceden del sitio neolítico de Çatalhöyük en Turquía (6000-5500 a.C). Se trata de espejos de obsidiana de los que desconocemos su uso, éstos presentan una cara convexa y una superficie pulida que refleja la luz y que exigen el desarrollo de una tecnología avanzada para el bruñido del vidrio volcánico. Si bien lo espejos neolíticos son los más antiguos del mundo, fue en El-Badari, Egipto (4500 a.C.) donde se encontró un objeto incrustado en una pared de un material similar a la mica y que tenía las características similares de un espejo actual. Fue también en Egipto durante el Imperio Medio (2040-1795 a.C.) cuando se establecen los tres modelos de espejos metálicos que van a perdurar: disco simple, disco con mango y disco sobre pie.
Podría pensarse que los espejos, al igual que otros objetos del ajuar femenino, como las joyas, eran proyectores de la vida pero lo eran también de la muerte ya que el espejo es de los objetos más caros del ajuar funerario egipcio. Por ello, cuando se realizaba el contrato matrimonial se especificaba que el espejo era propiedad de la mujer. A pesar su valor, los espejos han aparecido en enterramientos sencillos de todas las clases sociales, sexos y edades, incluidos niños. En Mesopotamia el espejo se asoció a la mujer y su papel en el hogar al igual que el peine y el huso de la rueca, atributos todos que aparecen en las representaciones de la diosa Lamatsu. En la Biblia se mencionan los espejos por primera vez en el libro del Éxodo, en la narración de los preparativos de la construcción del tabernáculo momento en el que las mujeres entregaron sus espejos para que al fundirlos se fabricase una fuente de bronce. A partir del primer milenio a.C., la producción de espejos se expandió por el Mediterráneo gracias a los intercambios comerciales de griegos, etruscos y fenicios, en todos los casos se asociaba a la femineidad y a la seducción, produciéndose en el siglo I un incremento de su producción. Al mismo tiempo que Metella utilizaba su espejo en su villa cercana a Pompeya, el espejo había pasado a ser bagaje masculino y objeto e indecencia y libertinaje. La vanidad y el deseo de contemplarse llegaron al máximo cuando Otón, un representante de la juventud aristocrática empuñaba el espejo como César empuñaba la espada, y tal y como relata Juvenal en sus «Sátiras», un espejo podía convertirse en botín de guerra.