Historia

El día después del combate de Trafalgar: humanitarismo y trato caballeroso

La gloriosa derrota naval de la escuadra francoespañola frente a la británica,

a finales de 1805, nos legó un día después marcado por la bravura, la caballerosidad y el dolor de las familias

"Episodio de Trafalgar" (1862), óleo sobre lienzo de Francisco Sans Cabot. Pintura que representa el naufragio del navío Neptuno
"Episodio de Trafalgar" (1862), óleo sobre lienzo de Francisco Sans Cabot. Pintura que representa el naufragio del navío NeptunoMuseo Nacional del Prado

Al amanecer del 22 de octubre once navíos aliados, que habían sobrevivido al combate, se encontraban en la bahía gaditana o sus inmediaciones, algunos de ellos en muy mal estado. El liderazgo del jefe de escuadra Antonio Escaño, el único oficial general superviviente y válido, brilló entonces con luz propia. Convocó a los comandantes aliados de mayor antigüedad a una junta en su navío insignia Príncipe de Asturias, para organizar una salida, con el fin de rescatar las presas en manos británicas. Así, en la mañana del 23 de octubre, aprovechando un viento más calmoso, salen a la mar seis navíos aliados, para sorpresa británica. La salida de esta división, tras haber sido vencido de una forma clamorosa en Trafalgar, constituye, sin duda, una demostración de heroísmo y tenacidad sin parangón en la historia naval europea.

El vicealmirante Cuthbert Collingwood, al mando de la escuadra británica, ordena entonces formar una línea de batalla entre sus presas y el enemigo, pero no puede impedir el rescate de los dos buques más cercanos a Cádiz, los navíos Santa Ana y Neptuno. La presión hispano-francesa y la continuación del temporal fuerzan finalmente a Collingwood a hundir la mayor parte de sus presas, no sin haber salvado antes a sus dotaciones, salvo los heridos graves, todo ello en medio de un mar tormentoso.

Pero el temporal se recrudece y pronto la tragedia se abate sobre los restos de la escuadra aliada: el navío Neptuno, junto con el San Francisco de Asís, varan en el Puerto de Santa María; los navíos San Justo y Rayo son empujados contra las peñas; el navío Bucentaure naufraga junto al castillo de San Sebastián y el navío Indomptable se pierde en la roca del Diamante. Algunos de ellos están desarbolados, sin cables o anclas suficientes, sin bombas de achique modernas, o con una marinería y pilotaje inexpertos.

El pueblo gaditano, el ejército y la marina se vuelcan entonces en el salvamento de estos náufragos, con riesgo de sus vidas. Una lancha del Departamento Marítimo de Cádiz se pierde en un bajío, ahogándose once tripulantes. Se llega incluso a utilizar un barril vacío o un cerdo vivo para traer un cabo a la orilla, con el que improvisar una balsa. La situación de estos náufragos es lamentable: mojados, agotados, casi desnudos, y sin haber comido ni bebido durante mucho tiempo. Se les facilitan mantas y trasladan a hospitales, cuarteles o casas particulares, incluyendo los hogares de los grupos sociales acomodados. El trato humanitario no distingue patria: los británicos que están a bordo de los navíos represados –Santa Ana y Neptuno– son tratados de igual forma, para admiración de unos enemigos que los habían batido pocos días antes.

Collingwood tiene entonces un gesto con los españoles, liberando a sus heridos, por razones prácticas y diplomáticas. Es correspondido inmediatamente por el marqués de la Solana, capitán general del Departamento Marítimo de Cádiz. Estas cortesías suponen el intercambio final de prisioneros por ambas partes, miles de cautivos en el caso hispano. Asimismo, Collingwood se interesó por la evolución de los jefes españoles heridos, como Federico Gravina, Ignacio María de Álava y Antonio de Escaño. Por su parte, el marqués de Solana le manifestó su pesar por la muerte de Nelson. La guerra del Antiguo Régimen no sólo debía ser legítima y honorable, sino parecerla. No fue el caso de los más de cinco mil prisioneros franceses, que fueron trasladados a los pontones-prisión en el Reino Unido.

Nuestro libro explora también la dimensión doméstica del combate. Tras la muerte de cada oficial, soldado o marinero hay una tragedia familiar. Conocemos el caso del brigadier Dionisio Alcalá Galiano, comandante del navío Bahama, cuya familia vivió la angustia de saber si había sobrevivido a la lucha, enterándose finalmente de su muerte, al cabo de diez días.

Asimismo, la viuda del brigadier Cosme Damián Churruca expresa bien los sentimientos de tantas familias destrozadas por la desaparición de sus allegados, cuando escribe a su suegra: «Yo he perdido cuanto podía perder en esta vida y Vuestra Merced ha perdido un hijo de sus entrañas, el más amable de todos los hombres; ¿dónde encontraremos consuelo?». Meses más tarde, Collingwood muestra su empatía con la familia del héroe, al enviar los papeles privados de Churruca a su viuda, con este mensaje: «Acaso podrán reavivar su pena, pero es una materia en que su alma se deleitará y la distraerá; marido, cuya muerte fue tan gloriosa como su vida honrosa». Trafalgar pueda ser quizás considerado el último acto de una guerra del Antiguo Régimen, antes de la guerra total que ha asolado Europa y la humanidad entera desde entonces.