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Desperta Ferro

Dos gallos en un mismo corral: el conflicto entre Roma y Macedonia

En el siglo II a.C. Roma declaró la guerra al reino de Macedonia, que hasta entonces le había sido fiel y ningún daño le había hecho. ¿Por qué atacó a un Estado "amigo"?

Pie: Torso de una estatua de un general romano o helenístico
Pie: Torso de una estatua de un general romano o helenísticoThe Metropolitan Museum.

Pocos años antes había ascendido al trono de Macedonia un nuevo rey llamado Perseo, miembro del prestigioso linaje de los Antigónidas, fundado tiempo atrás por uno de los generales de Alejandro Magno. Se trataba de un monarca muy popular, tanto dentro como fuera de Macedonia.

En un primer momento, la relación del nuevo rey con Roma fue muy cordial: nada más llegar al trono renovó la amicitia (“amistad”), lo que implicaba, de facto, aceptar la supremacía romana y confirmar su lealtad. El Senado, por su parte, reconoció la legalidad de su gobierno, y ambos países intercambiaron embajadores. Todo apuntaba a que los años venideros se mantendría una pacífica y perdurable cordialidad. No había, pues, ningún indicio que llevara a pensar que al poco tiempo la relación entre ambos Estados iba a deteriorarse hasta tal punto de que entrarían en guerra.

Por su parte, el nuevo rey afianzó lazos diplomáticos con buena parte del mundo griego, dividido por entonces en numerosos Estados independientes. Estableció vínculos amistosos con Épiro, Etolia, Tesalia y –particularmente estrechos– con Beocia. Algunos de estos países habían sido enemigos de Macedonia en el pasado, pero ahora veían con buenos ojos la alianza con su nuevo rey, a quien todos juzgaban un estadista honrado y de fiar. El prestigio del nuevo gobernante fue tal que incluso logró establecer alianzas matrimoniales con las lejanas casas reales de Siria y Bitinia, que también formaban parte del universo cultural helenístico. Es decir, que Macedonia se estaba configurando como el Estado más prestigioso –y poderoso, tanto en términos económicos como militares– de todo el mundo helenístico. Todos miraban a Macedonia con admiración y respeto.

Había, eso sí, una excepción importante: el reino de Pérgamo, cuyo rey, Éumenes, recelaba de la creciente popularidad de Macedonia. Tanto fue así, que se presentó ante el Senado con una larga lista de acusaciones contra Perseo. Según decía, el macedonio estaba preparando un ejército con el que pretendía invadir Italia, como lo había hecho un siglo antes el rey Pirro del Épiro. Sin embargo, el Senado no dio ninguna credibilidad a estas acusaciones, tanto por la evidente muestra de cordialidad de Perseo hacia Roma como por el simple hecho de que Macedonia carecía de una flota con la que poder trasladar tropas de uno a otro lado del Mediterráneo.

Ahora bien, entre las descabelladas acusaciones había una en particular que sí logró atraer la atención del Senado: según Éumenes, el rey Perseo había asumido el papel de benefactor de la Hélade. Cuando se abría una disputa entre dos Estados griegos, acudían a Perseo para que arbitrara. Cuando un Estado griego sentía temor por alguna circunstancia, acudía a Perseo para solicitar amparo. Es decir, se había convertido en la potencia hegemónica a nivel regional (en la Hélade). De modo que, sin oponerse a Roma, le hacía sombra, pues, a medida que aumentaba el prestigio de Perseo, mermaba el de Roma. Perseo era, para los griegos, una suerte de pastor, de padre protector, mientras que Roma empezaba a ser vista como una potencia distante y carente de compromiso. Cada día que Roma dejara pasar, perdía influencia en la región. En palabras de Éumenes, mientras Roma se abandonaba a la pasividad, Grecia caía en los brazos de Perseo. La reputación de Roma estaba en juego, y esto era algo que el Senado no estaba dispuesto a consentir.

Es posible también que Roma estuviera preocupada por el hecho de que el gobierno de Perseo se apoyara en demasía en las clases populares, que a su vez eran hostiles a las élites griegas, que eran precisamente en las que se apoyaba Roma para apuntalar su influencia en la región. Pero esto no parece haber sido determinante.

Lo determinante fue que Macedonia estaba alcanzando una popularidad mayor que la que tenía Roma. Y nada importaba que Macedonia y su rey hubieran dado muestras claras de lealtad. Roma envió un ultimátum a Perseo en el que le exigía que, de facto, extinguiera el reino macedonio. Naturalmente era algo que no podía aceptar, y estalló una guerra que sería devastadora y cruel, y que culminó con la ejecución de Perseo y la anexión del territorio a Roma. El delito de Macedonia había sido destacar demasiado en un mar que habría de ser romano, y no macedonio. En el corral mediterráneo no había espacio para dos gallos.

Portada del número 91 de 'Desperta Ferro Antigua y Medieval'
Portada del número 91 de 'Desperta Ferro Antigua y Medieval'DF

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