Filipo II de Macedonia, el hombre que creó a Alejandro Magno no fue ni bebedor, ni mujeriego, ni colérico
El historiador Mario Agudo publica una biografía que derriba los mitos que existen alrededor del padre del conquistador de Persia
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Una flecha le había privado de la vista en el ojo derecho y una lanza, que le atravesó la pierna y abatido su montura durante el asedio de Metone, le había dejado una cojera perenne derivada de una fuerte anquilosis. Su rostro era el de un soldado cincelado por la guerra y rematado por la fama de una leyenda que lo tachó de violento, vehemente, mujeriego y bebedor. Su nombre era Filipo II, rey de Macedonia. Para los griegos, un bárbaro; para los demás adversarios, un general tenaz y obstinado, y para las tropas, un caudillo que había elevado su arrinconado reino a una potencia inesperada y peligrosa.
Su mayor rival no lo encontró en las fragosidades de los campos de batalla, donde se desenvolvía con talento y la dureza marcial que se espera de un monarca, sino en los nobles envidiosos que traman conjuras y, sobre todo, en la lacerante oratoria de un político ateniense que le dedicó las mejores galas de su ingenio en unos discursos. Pero, ¿es real este retrato? ¿Esconde algún propósito? ¿Dónde termina el hombre y comienza el mito? ¿Por qué se ha perpetuado esta semblanza desfavorecedora que después han difundido con enorme gratuidad películas, libros y malas novelas? «Se suele decir que los vencedores son los que escriben la historia, pero en este caso no se cumple esta premisa, porque vivió entre dos grandes figuras. Por un lado, la de su hijo, Alejandro Magno, cuya estela ensombreció tanto a él mismo como a su propio padre. Por otro, la de Demóstenes, su antagonista y el autor de esa imagen deformada. Filipo jamás tuvo a nadie que contara su historia porque entre los macedonios no existía la tradición de escribirlas. Los que difunden su historia son precisamente sus enemigos», comenta Mario Agudo Villanueva, que deambula por las salas que el Museo Arqueológico de Madrid dedica a la cultura y la civilización griega. El historiador y periodista acaba de publicar «Filipo de Macedonia» (Desperta Ferro), una exhaustiva monografía que rebate ideas preconcebidas, ajusta deformaciones intencionadas y limpia al personaje real de las sucesivas e interesadas visiones que se han adherido a su nombre. «Nos ha llegado un Filipo más amigo de la bebida, de las mujeres y del ocio de lo que fue. En realidad, podemos decir que él fue, en realidad, el primer estadista, o uno de los primeros estadistas de la historia en el sentido más literal del término», asegura el autor.
El hombre que extendió su mala imagen fue Demóstenes, su gran adversario
En Macedonia hay una arraigada costumbre que es la del banquete, que también existía entre los griegos, lo que pasa es que entre los macedonios se bebía más y vino sin reducirlo con agua, una imagen que los griegos asociaban a los bárbaros. Pero no podemos pensar que Filipo fuera un alcohólico a juzgar por su acción política. Sin embargo, eso ha teñido su figura de bebedor porque, además, los macedonios acudían a los banquetes con armas, lo que ya estaba mal visto a partir del siglo cuarto en el mundo ateniense. Este choque cultural produce un problema de interpretación, de una parte, y, de otra, se trata de una fuente de manipulación para Demóstenes, lo hiperboliza para construir una imagen negativa y amenazante de un tirano.
Fue persona de carácter al que no le temblaba el pulso, pero también es cierto que en muchas ocasiones lo vemos dialogar. De hecho, es más amigo del diálogo que su propio hijo, Y tendió la mano en diversas ocasiones a Atenas. Demóstenes estuvo en Pela, Macedonia, y es cuando se produce la famosa querella entre ellos. Se cruzan acusaciones, pero aquí sobresale un Filipo diferente, que traba de hablar y que invita a su adversario a que se tranquilice cuando Demóstenes se queda sin palabras delante de él, ya que el ateniense se quedó en blanco, no se sabe si por los nervios o las circunstancias. Era lo violento que puede ser una persona de esa época. Es un momento en que los problemas se dirimen por las armas y, ahí, Filipo demuestra ser mucho más dialogante, incluso en ocasiones demostró tener sentido del humor.
Filipo llegó al trono en una situación compleja. Macedonia había padecido una severa derrota que le había costado un monarca y cuatro mil combatientes. La adversidad lo convirtió en un individuo decidido, pragmático, que no vacilaba en recurrir a la diplomacia, la guerra o el matrimonio de conveniencia para contrarrestar rivales y estrechar alianzas, lo que explica el motivo de sus sucesivos matrimonios, porque Filipo era, como Mario Agudo explica, «polígamo». «Esto tenía una función política. La mayoría de sus esposas provienen de regiones fronterizas. Durante sus primeros años, Filipo lo que hace es tejer un cordón de seguridad frente al mundo ilirio que le había causado tantos problemas. Lo que no sabemos es cómo eran las relaciones con sus esposas. Hay más ficción que realidad en este punto. Es cierto que esta situación puede generar cierta tensión en la corte, porque son varias mujeres casadas con el mismo hombre, pero también existían relaciones entre ellas. Lo que sí es cierto es que el matrimonio de Filipo con Cleopatra fue un punto de inflexión. El problema en este caso es por el posible sucesor del trono, aunque, para entonces, Alejandro ya estaba muy bien situado. De todas maneras, esto lo que hace es que la madre se una el hijo y que los dos formen una especie de alianza».
Alejandro Magno heredó de su padre el ejército, sus generales y el sueño de Persia
Alrededor de Olimpíade, la madre de Alejandro, se han urdido mil narraciones, no siempre ciertas, que la dibujan como una persona sibilina, mística, conjuradora y enemiga enquistada de su marido. Pero parece, como él asegura, que también esa imagen está lejos de resultar cierta. Los celos, comenta, no podían existir en una mujer que contrae nupcias con un marido que ya tiene varias esposas cuando se une a él y su afamada vinculación con la magia, a la que recurre incluso Oliver Stone, probablemente proviene de que en las personas de su procedencia era lógico que existiera cierta vinculación con la religión y la medicina, algo que pudo haber redundado en que era una envenenadora, lo que no está demostrado. Pero lo importante de Filipo fue su capacidad para crear un Estado y en proveer a su descendiente de un ejército inusual. Enseguida, Filipo comprendió que para rescatar a Macedonia necesitaba formar una buena hueste. Pero lo que llevó a cabo fue una revolución. Tomó de sus enemigos las armas que mejor funcionaban, empleó la palabra (era un excelente orador) para exacerbar el ánimo de sus hombres y reforzó la infantería con individuos de procedencia más humilde, a los que se ganó entregándoles tierras a cambio.
Asimismo, adoptó la sarisa, una pica de tres a siete metros, y adelgazó la impedimenta de los guerreros y los adiestró en una enorme versatilidad. Desarrolló, además, técnicas de asedio, que aprovecharía luego Alejandro, y logró implementar su eficacia con duros entrenamientos. El resultado es que levantó a su alrededor un reino firme, capaz de anexionarse Grecia y, también, de ir más allá, porque la idea de invadir Persia proviene, asimismo, de él. «Filipo diseña la conquista de Persia. De hecho, a su muerte, ya tenía un ejército macedonio allí. La pregunta del millón es si quería conquistar toda Persia o solamente liberar las ciudades de Asia menor. No lo sabemos. Filipo era prudente. De hecho, no tenía planes para Grecia, lo que sucede es que se ve involucrado en la política griega», asegura Mario Agudo.
Lo que, en cambio, sí se sabe es que, en contra de lo que sugieren algunas leyendas, mantiene una relación cordial con su hijo, confía en él en las batallas, lo envía a misiones diplomáticas y lo adiestra en la guerra y, también, en la filosofía con un maestro de la talla de Aristóteles, aunque, en este punto, Mario Agudo introduce un matiz: «Este es un tema conflictivo. No sabemos muy bien qué le pudo enseñar. Se ha dicho que le inculcó la manera de mirar el mundo de una forma abierta, pero esto, probablemente, procedería de Filipo, que tenía una visión más amplia debido a sus amistades y relaciones. Es posible que Filipo supiera más del mundo entonces que Aristóteles. De hecho, es más probable que tuvieran más relación Filipo y Aristóteles. Coinciden por edad y el padre del pensador estuvo como médico en la corte del padre de Filipo. Los dos debieron coincidir a lo largo de sus infancias. De hecho, es muy seguro que ambos mantuvieran cierto contacto».
- «Filipo de Macedonia» (Desperta Ferro), de Mario Agudo Villanueva, 416 páginas, 26, 95 euros.