Historia

Hatshepsut, de reina de Egipto a faraón divino

Su reinado se caracterizó por la estabilidad y el fortalecimiento de la economía egipcia, pero finalmente su figura y legado sufrieron la «damnatio memoriae»

Escultura de Hatshepsut en el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York
Escultura de Hatshepsut en el Museo Metropolitano de Arte de Nueva YorkArchivo

Aunque los monarcas del Antiguo Egipto eran de forma abrumadora hombres, hubo unos pocos casos, contados con los dedos de una mano, en los que una mujer alcanzó el rango de faraón. Estas reina-faraón (para diferenciarlas de las faraonas esposas/madres como garantes de legitimidad al trono y protectoras de la nación en su papel de la diosa Isis) fueron absolutas excepciones, que normalmente o bien fueron viudas (una vez muerto el faraón no se las permitía casarse de nuevo), o bien no tuvieron descendencia masculina (o se las consideraba bastardas). Uno de los casos más destacados es el de Hatshepsut.

Su ascenso al trono estuvo marcado por las dificultades en la sucesión real y las repetidas calamidades. Su padre, Tutmosis I, un gran expansionista que amplió las fronteras del Imperio Nuevo de Egipto con sus conquistas hasta las orillas del Éufrates, se casó con su hermanastra Ahmose y tuvo descendencia principal femenina (Hatshepsut, nacida en torno al 1513 a. C, y su hermana mayor Heferubity) y un hijo varón de una esposa secundaria; exactamente igual que su padre y predecesor, el faraón Amenofis I. A la muerte de Tutmosis I, su hija Hatshepsut ascendió al trono junto a su esposo, su hermanastro Tutmosis II. La historia se repetiría: esta relación daría, de nuevo, únicamente descendencia femenina –Neferura–, y un varón, fruto de una concubina. Éste, que no estaba destinado a reinar, vivía en el templo de Amón educándose para ser sacerdote. Se convertiría en Tutmosis III al casarse con Neferura, pero como aún no era mayor de edad se le entregó la regencia a su tía y madrasta, Hatshepsut. El problema de la continuidad real sería el fin para la XVIII dinastía.

En este contexto, se puede entender a Hatshepsut-Jenemetamón, apodada «la primera de las nobles damas», no sólo como reina-faraón usurpadora después de la muerte de su esposo Tutmosis II, sino una figura extraordinaria que asumió uno de los gobiernos más longevos de la historia real femenina. Con astucia y habilidad política, gobernó durante 22 años, rodeándose de un círculo de poder formado por el sumo sacerdote Hapuseneb y el arquitecto Senenmut. Después de eliminar a su oponente, el visir Ineni, que ostentaba el cargo de chaty o primer magistrado después del faraón, puso a Hapuseneb como su mano derecha. Senenmut pasaría a ser el tutor de su hija Neferura. Este hecho la permitió relegar a su hijastro Tutmosis III a un segundo plano y autoproclamarse «faraón de las Dos Tierras y primogénita de Amón» a través de un golpe de estado, pasando de ser una regente carente de poderes a tener pleno poder de decisión.

Encarnación divina

Ya en el poder, ordenó que se la representara con las particularidades típicas del faraón, incluyendo el tocado (nemes), la barba postiza, el ureus y el «faldellín». El pueblo quiso a este faraón femenino, ya que sustituyó la ola de expansionismo y guerras por un reinado sagrado caracterizado por la estabilidad. Llevó a cabo expediciones comerciales al país de Punt que fortalecieron la economía egipcia, trayendo productos exóticos como la mirra. También cambiaría el origen de su existencia a ojos del pueblo, y diría que su padre no fue Tutmosis I sino el propio dios Amón, permitiéndola gobernar debido a que pasaría a ser una encarnación divina que representa a Amón sobre la tierra. Fue de esa manera como Hatshepsut pasó de ser considerada una mera regente a guardián del culto y faraón por derecho propio y sangre divina. Esta validación al trono en forma de teocracia de poder se denomina «teogamia real».

A su vez, parte de su política se centró en la construcción de templos, inaugurando en este sentido una época dorada del desarrollo de la arquitectura entre los siglos XVI al XIV a.C., y destacando la Casa del millón de años en Deir el-Bahari, uno de los símbolos artísticos más bellos del antiguo Egipto.

La muerte de Hatshepsut en el 1483 puso al fin en el trono a Tutmosis III. Se convertiría en uno de los reyes más grandes de Egipto. Tristemente, el gobierno de Hatshepsut (incluyendo a su fiel colaborador Senenmut) sufrió la «damnatio memoriae», es decir, un intento de borrado histórico para evitar que otras mujeres tuvieran pretensión al trono. Su nombre fue eliminado de las listas de faraones, y la cara en sus representaciones fue destruida. Para los egipcios, borrando el nombre y la cara se eliminaba la individualidad del sujeto. La posibilidad de ser recordado y, de alguna forma, la existencia misma como si nunca hubiera sido. Sin embargo, a pesar de estos intentos, Hatshepsut sigue siendo conocida como una figura fascinante y poderosa de la historia egipcia.