España mítica
Mérida, la ciudad de las infinitas fábulas
Las leyendas de la capital extremeña son especialmente recordadas por su vinculación con el patrimonio histórico de la ciudad, como las que rodean su imponente Teatro Romano
El 10 de diciembre, fiesta de Santa Eulalia, suele extenderse por Mérida una densa neblina que la tradición popular vincula a la patrona de la ciudad (que también lo es de otras, como Oviedo y Barcelona). Conocidas como «las nieblas de la mártir», la memoria colectiva ha guardado el recuerdo de la cruel muerte de esta joven emeritense. Su martirio, en plena gran persecución de Diocleciano y Galerio, dejó honda impresión popular desde comienzos del siglo IV.
Siglos después, ya en el medievo y no lejos del lugar donde fue martirizada Eulalia, los restos del Teatro Romano de la ciudad eran reinterpretados por la imaginación popular. Como el teatro se había abandonado y cubierto de tierra, y solo se veían la parte superior del graderío, el lugar fue llamado Las Siete Sillas, porque la tradición quería ver ahí el lugar donde se sentaban siete reyes moros para gobernar y juzgar la ciudad. Valgan solo estos dos ejemplos, entre incontables historias, para atestiguar la vinculación entre mito e historia en tierras emeritenses.
Por toda Extremadura hay leyendas muy diversas, como la de la Sirena del Guadiana en Villanueva o la de la Dama Blanca, el fantasma de una suicida por amor en Badajoz, pero las de Mérida son especialmente recordadas por su vinculación con el patrimonio histórico de la ciudad.
En efecto, la antigua Mérida atesora un sinfín de leyendas vinculadas con su espléndida historia desde los tiempos romanos a los tardoantiguos. La ciudad romana de Emerita Augusta, como es bien sabido, fue fundada a finales del siglo I a.C. por orden de Augusto, en concreto por el legado Publio Carisio, para asentar a los veteranos ya licenciados de las legiones que se habían batido bravamente en el norte de España en las guerras cántabras. Desde el Principado Mérida fue la capital de la provincia de Lusitania, y, posteriormente, en tiempos del Dominado y con su reforma administrativa, quedó como capital de la Diócesis de Hispania. Su fantástico conjunto arqueológico, entre el que destaca el teatro promovido por el cónsul Agripa en tiempos de Augusto y aún activo con su célebre festival, fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1993.
Pero regresemos a Santa Eulalia, la patrona de la ciudad. Su martirio lo narró el poeta hispano Prudencio, autor de la mejor épica cristiana: era una jovencísima cristiana de Mérida, que fue arrestada, despojada de sus ropas –su cuerpo lo cubrió piadosamente la niebla para que no se viera su desnudez– y luego martirizada de varias crueles maneras, con varas de hierro y antorchas, encendidas, y un sinfín de cosas más. Condenada luego a la cruz o, según otros, a ser quemada en un horno de cal, se cuenta que, cuando expiró, salió una paloma blanca volando de su cuerpo, simbolizando el espíritu que dejaba a la pura mártir. Al morir, comenzó a caer una copiosa nevada, fenómeno poco habitual en la ciudad. Todo ello lo pintó el prerrafaelita John William Waterhouse, que representa a la joven entre la nieve y las palomas.
Aterrados, sus martirizadores se alejaron y el cuerpo quedó insepulto hasta que unos piadosos cristianos le dieron un entierro digno donde luego construiría la basílica, extramuros de la ciudad antigua y originalmente del siglo IV. Lo que vemos hoy se empezó a construir ya a partir del siglo XIII, como basílica románica. Otras muchas leyendas permiten seguir los pasos de Eulalia por un montón de lugares míticos asociados a su vida y su culto, desde la basílica martirial, núcleo del cristianismo de la Hispania antigua, hasta el horno, el humilladero, la casa, la cárcel o el obelisco.
Otros restos romanos de la ciudad de Mérida, como el puente, el acueducto de los milagros o el acueducto Rabo de Buey o San Lázaro, tienen también sus historias. Por ejemplo, en este último, los pasajes subterráneos tienen también parte de leyenda, como otras ciudades, por sus usos posteriores. Se habla también de las posibles reliquias del templo de Jerusalén que pudieron haberse guardado en Mérida: un tesoro perdido relacionado con la famosa Mesa del Rey Salomón, que habría sido custodiada por los visigodos en el reino de Toledo, entre otras maravillas del templo. Algunas crónicas árabes parecen situar parte del tesoro en la ciudad de Mérida y, concretamente, en la Concatedral de Santa María: se trata de una misteriosa piedra que era capaz de emitir tal resplandor que podría dar luz a toda la iglesia y permitir rezar a cualquier hora. Había también un cántaro lleno de perlas que fue entregado al califa de Damasco, y partes de aquella mesa de Salomón, de esmeralda, perlas y una mezcla de metales preciosos, que habría sido hallada en Mérida.
En fin, son solo algunas de las muchas historias que se narran sobre esta ciudad de fabuloso pasado y espléndido presente. Habría que hablar de otras muchas huellas legendarias, desde la época sueva, con sus tesoros y princesas asesinadas, y la visigoda, hasta la medieval y moderna, pero claramente esto va más allá de nuestras fuerzas en este momento.