Historia

El pucherazo de 1936 y las izquierdas

Aquellos comicios estuvieron marcados por las irregularidades en el conteo de sufragios y los fraudes protagonizados por el Frente Popular

ELECCIONES SEGUNDA REPÚBLICA ESPAÑOLA: Madrid, febrero 1936.- Monumental cartel electoral con la efigie de Gil Robles, colocado en una de las fachadas de la Puerta del Sol
ELECCIONES SEGUNDA REPÚBLICA ESPAÑOLA: Madrid, febrero 1936.- Monumental cartel electoral con la efigie de Gil Robles, colocado en una de las fachadas de la Puerta del SolAgencia EFE

Al contrario de lo que afirma el mito de la II República, una constante en el ideario de los republicanos modernos, esta parte de nuestra Historia fue, casi desde el comienzo, un fracaso a nivel político. Violencia, fraude y un enfrentamiento constante entre casi todos los partidos políticos que, por un motivo u otro, no respetaban las reglas del juego democrático. El mayor de estos desmanes ocurridos durante la II República fue, sin duda, el brutal «pucherazo» ocurrido en 1936 que llevó al Frente Popular al Gobierno de España. Las elecciones de 1936 fueron el intento del por entonces presidente de la República, el moderado Niceto Alcalá Zamora, de lograr construir un gobierno de centro que apartase a los extremos políticos. Con esta idea se celebraron unas elecciones apresuradas en las que las formaciones de izquierda se agruparon en el llamado Frente Popular, mientras que la derecha lo hizo en su mayoría alrededor de la CEDA. No obstante, al contrario de lo que sucedió con la izquierda, la derecha no logró unificar una única candidatura, pues los conflictos entre los partidos liberales y antirrepublicanos fueron demasiados e impidieron las listas conjuntas en muchas circunscripciones.

Explosiones de violencia

Aun así, se esperaba un resultado muy ajustado. El día 16 de febrero se comenzó el proceso electoral con explosiones de violencia en muchas regiones, destacando Madrid, Galicia y Andalucía. Pese a todo, de acuerdo con los historiadores Manuel Álvarez Tardío y Roberto Villa, las votaciones fueron, «al menos hasta la jornada de las votaciones inclusive, competidas y todo lo limpias que podían ser en la España de entonces». El problema ocurrió después, cuando ya todo parecía decidido.

A las 20:00 del 16 fue anunciada la victoria de la derecha por parte del ministro de Gobernación. No obstante, horas después, el presidente del gobierno, Valladares, de ideología liberal moderada, anunció que aún era posible una victoria de la izquierda en Cataluña, uno de los centros más importantes de voto. Fue en ese momento cuando se desató el caos y grupos anarquistas y comunistas comenzaron a protagonizar actos de violencia por todo el territorio. Ante esta situación de tensión nacional, Valladares dimitió el día 19 de febrero junto con todo su gobierno, concediendo la victoria al Frente Popular. Alcalá Zamora inviste presidente a Manuel Azaña antes de la finalización de los recuentos en varias provincias clave, como Coruña, Málaga o Valencia, encargando al nuevo gobierno la finalización del proceso electoral. El gobierno que empezó las elecciones había caído y ahora se extendía el fraude. En todas esas provincias disputadas se tuvo registro de que tras la desaparición de las anteriores autoridades electorales hubo conteos amañados, intimidaciones o eliminación de votos para asegurar la victoria de la izquierda, cosa que se logró finalmente. En casi la totalidad de esas circunscripciones el Frente Popular lograba alzarse con supuestas victorias repentinas ante los atónitos ojos de la oposición.

La alteración de resultados sería tal que las izquierdas lograron pasar de unos 213 escaños antes de esos últimos recuentos a 263 al final de los comicios. De la misma manera, el nuevo control de las instituciones electorales por parte de los frentepopulistas, sobre todo, en los cargos locales y provinciales, sirvió para acallar las quejas sistemáticas de la oposición, que denunciaba fraudes constantes. Tanta sería la sensación de victoria completa en el Frente Popular que se concibió la idea, entre muchos miembros de las izquierdas en el Congreso, de impugnar tras las elecciones ciertos colegios electorales para dejar sin escaño a los líderes de los partidos de derecha. El propio Alcalá Zamora intervendría en defensa de estos candidatos afirmando que «expulsar a los jefes de la oposición equivaldría a suprimir el régimen parlamentario».

De cualquier manera, los sectores más radicales del Frente Popular lograron alterar los resultados de una forma decisiva en aquellas circunscripciones más disputadas, dejando a la derecha con 156 escaños cuando, de acuerdo con los estudios más recientes, habrían obtenido entre 223 y 228. La izquierda, por su parte, lejos de los 263 que al final obtuvo, habría ganado de forma limpia entre 226 y 230. Un resultado, como se puede ver, mucho más ajustado. Las elecciones de 1936 fue un suceso trágico en el que las fuerzas más radicales tomaron el control de las instituciones y las hicieron suyas para asegurarse la victoria de cualquier manera. Un fraude que deslegitimó al régimen republicano, radicalizando aún más el ambiente y que inició una cuesta abajo irrefrenable hacia la Guerra Civil.