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Entrevista

Javier Gomá: "Somos huérfanos destinados a producir huérfanos"

El pensador ha leído en Nueva York su obra «Inconsolable» estrenada en Madrid en 2017, una oda a algo tan universal como es el adiós definitivo

Para Javier Gomá, "la muerte está más presente que nunca"
Para Javier Gomá, "la muerte está más presente que nunca"Agencia EFE

Un día antes de leer ante el público de Nueva York su obra «Inconsolable», una oda al dolor de un hijo que pierde a su padre, Javier Gomá charla con LA RAZÓN acerca de la vida, la fragilidad de ésta y cómo, en realidad, «la muerte es lo más vulgar que existe, les pasa incluso a los mosquitos», asegura el filósofo y director de la Fundación Juan March. «Lo que realmente es singular es la conciencia de esa condición mortal». Una condición intrínseca al ser humano que «nos une en la vulnerabilidad y en la dignidad». «Inconsolable» es una obra que, paradójicamente, consuela, porque de algún modo fue escrita por y para eso, para cubrir la necesidad de entender una experiencia «tan brutal que es necesario ponerle palabras para humanizarla». Gomá, que trabaja ahora en una novela sobre educación, recuerda cómo escribió «Inconsolable», «en carne viva» y pocos meses después de que falleciera su padre a los 85 años en 2015.

¿Por qué le invitan nueve años después de escribirla y qué interés tiene «Inconsolable» para este público neoyorquino?

Ahora estoy respondiendo en nombre de quien me ha invitado, pero no me costaría imaginar porqué le interesa. La orfandad es lo más universal que existe. Hay costumbres sociales que vienen y van, pero, en cambio, la orfandad no. En un momento dado en el monólogo se dice, «somos huérfanos destinados a producir huérfanos», y esa experiencia doble, ser huérfano algún día y saber que estás llamado a producirlo algún día, es una experiencia universal que nos impresiona a todos cualquiera que sea la cultura, cualquiera que sea la época.

Parece que no importa la edad que se tenga, uno nunca está preparado para quedarse huérfano, ¿no?

La orfandad, como todo el mundo sabe, puede llegar en cualquier momento, pero hay una edad en que surge incluso de manera natural. Una cosa es la idea de que tu padre se va a morir y otra es la experiencia de que se muere, y para esto último no hay quien te prepare, porque es un desgarramiento, un acontecimiento que tiene que ver incluso con tu propia realidad, con el hombre que tú fuiste, con tu propia biografía. Dice el monólogo, que me acuerdo porque justo lo estaba leyendo antes, «estabas unido a tu infancia por un ismo y de repente te conviertes en una península que vaga por el mar».

"La muerte está más presente que nunca; está en el telediario o en el videojuego de un niño"

La muerte es un tema del que, en general, no gusta hablar, nos da miedo, ¿todavía esconde muchas incógnitas para el ser humano?

No, no es esa exactamente mi impresión. La muerte está más presente que nunca, coges el telediario y todo son muertes, o el videojuego de un niño, que está todo el rato matando.

Pero me refiero a la muerte de un ser querido. Perder a alguien más cercano.

A eso yo lo llamo la «experiencia de la mortalidad», que es distinto. De hecho, en la obra se dice que, «en realidad, la muerte es lo más vulgar que existe porque les pasa a los mosquitos», lo que realmente es singular es la conciencia de que tu padre, tu madre, tus hijos o tú mismo tienes esa condición mortal. Y, más que miedo, te diré que he notado lo contrario, raro es el día que nadie me dice que se falleció alguien de su entorno y le dieron mi obra «Inconsolable», que paradójicamente por el título que tiene, siempre es fuente de consuelo. ¿Por qué? Porque todos vamos a pasar por eso y es una experiencia muy trascendental, pero normalmente no se le ponen palabras, solo se le pone silencio. Estás experimentando algo verdaderamente radical, aunque las palabras no alcanzan. En cambio, «Inconsolable» pone palabras a esos 40 primeros días, porque es un itinerario de esos 40 primeros días.

¿Por qué cuarenta? ¿No es más duro pasar el primer año sin esa persona?

Porque en esos primeros cuarenta días se produce un cataclismo, y ese cataclismo nunca, o al menos no como yo lo intenté, se ha descrito como un itinerario. Entonces yo voy describiendo los diferentes momentos del duelo de ese periodo antes de que el tiempo haga su trabajo. Aunque ya digo en un momento dado que el tiempo no cura, distrae, a pesar de que en esos cuarenta primeros días no tienes distracción posible.

¿Qué asusta más, la muerte propia o la de un ser querido?

La muerte de un ser querido produce desconsuelo, la muerte propia te puede producir la angustia de la extinción. Aunque tengas creencias religiosas, de lo que nadie te libra es de esa experiencia de la que hablo en el monólogo de convertirte en un cadáver, que es algo muy indigno.

Javier Gomá confiesa a LA RAZÓN que, repasando su obra para leerla al día siguiente, «vuelvo a llorar», le sigue emocionando tanto como cuando la escribió al poco de decir adiós a su padre para siempre. «No voy a entrar en detalles, pero mi padre tuvo una crisis, justo a la edad que yo tenía cuando él murió, a los 50. Derramó dolor y produjo una herida en mi corazón de hijo, y durante 35 años tuve un tema con mi padre; él no se dio cuenta de que yo tenía una reserva íntima relacionada con su falta de imaginación».

"Un padre o una madre no es solo una persona que muere, es el último animal mitológico"

¿Por qué?

No se puso en mi lugar y nunca comprendió que yo tenía una herida, hasta que, ya al final, se lo contó mi hermano. Hay una escena que se cuenta en el monólogo que es sobre los días previos a su muerte y cada vez que la revivo... me emociono.

Visiblemente afectado, Gomá regresa a su pasado por unos minutos y recuerda a los lectores que ese momento crucial pueden conocerlo en su obra, que está en YouTube leída por él mismo.

¿Les quedaban muchas cosas por decirse?

Yo estaba muy unido a él intelectualmente, era una persona que emanaba autoridad y respeto, alto, muy inteligente, y, al mismo tiempo, también como un poco distante. Nos llevábamos muy bien, pero él no sabía que yo tenía una herida y yo no se lo había dado a entender. Mi hermano se lo contó estando en el hospital, y cuando nos quedamos solos mi padre y yo me lo dijo y se produjo una conversación.

¿Era esa la conversación que un joven Javier Gomá esperaba desde hacía tiempo?

Sí. Esa conversación no abordó el tema, pero mi padre me dijo que le había contado mi hermano... Es que me emociono...

¿Y cerró la herida?

Hubo algo profundamente consolador en todo eso; y, al mismo tiempo, una fuente infinita de ternura cuando falleció porque no hablamos de lo ocurrido, pero me dijo: «Cuando me ponga bueno hablaremos», y ya no se pudo porque murió.

¿Es entonces cuando decide escribir este texto?

Son varias las respuestas, pero yo siempre había pensado que el concepto alcanza una parte de la realidad, pero no toda. Entonces el instrumento para contar algo tan grande como la orfandad, ya no puede ser el concepto, y cuando tuve esa experiencia tremenda me salió solo.

El lenguaje crea realidad, y hay que elegir bien los términos, ¿pero realmente necesitamos ponerle palabras a todo?

No es obligatorio, aunque hay un placer infinito y potente en poner las palabras exactas a experiencias que en ocasiones son sutiles. Me gustaría citar unos versos de Juan Ramón Jiménez en los que dice: «Inteligencia dame el nombre exacto de las cosas». Eso me ha guiado a mí no por un deber, sino por un placer. Además, hay otra cosa, en la medida en que tú le pones la palabra exacta a experiencias sutiles y difíciles, estas perduran. Están ahí para siempre. Cuando le pones nombres a las cosas se humanizan, y es una de las razones por las que escribí «Inconsolable», porque tuve la sensación de que esa experiencia brutal se humaniza cuando le pones palabras.

Qué maravillosa sensación: ser capaz de describir cómo nos sentimos, saber explicar lo que nos pasa...

Y discernir. Tengo un artículo que empieza diciendo justamente esto, en la antigüedad se utilizaba la palabra amor para describir diferentes movimientos, y qué belleza que el lenguaje vaya discerniendo y separando este concepto de amor de este otro, de este otro; y ahí introduces riqueza y precisión.

"En realidad, la muerte es lo más vulgar que existe porque les pasa hasta a los mosquitos"

¿Y cuál sería el mayor aprendizaje de una vivencia como la muerte de un progenitor?

Mi mujer me dijo: «No es que te haya impresionado la muerte de tu padre, que también, es que te ha impresionado mucho la muerte». Asumir a fondo nuestra condición mortal y el deseo que yo tengo de, habiendo experimentado lo «Inconsolable», seguir teniendo idealismo, que en mis libros llamo ingenuidad, una ingenuidad aprendida, es decir, elegida. Es que un padre o una madre no es solamente una persona que muere, es el último animal mitológico, digo en la obra. Un padre es mitología porque llamamos mito a construcciones prerracionales y un padre está antes de que exista un yo racional, te está moldeando la conciencia antes de que tú puedas decir la palabra «yo», por tanto, cuando se muere un padre muere un héroe y hay algo de corrimiento de tierras dentro de tu alma.

¿Cambiaría algo de su obra?

No. Yo escribo un párrafo al día y, cuando es bueno, me voy a dar un paseo. Creo que no hay un placer semejante a ese, a la sensación de haber arrebatado a la nada un buen párrafo que sea consecuencia de los anteriores y anticipo de los siguientes. Tengo tanta conciencia de haber escrito ese párrafo que no cambiaría nada.