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Bill Murray: ¿Quién me ha robado las patatas fritas?

Un libro recopila la filosofía anárquica de vida de un actor convertido en leyenda no sólo por su cine sino por su actitud y sus míticas apariciones en fiestas ajenas

Las excentricidades ya se han convertido en un clásico en la vida de Bill Murray, como recoge Edwards en su nuevo libro
Las excentricidades ya se han convertido en un clásico en la vida de Bill Murray, como recoge Edwards en su nuevo librolarazon

Nunca he visto a Bill Murray. Pero no pierdo la esperanza. Yo soy joven (aún) y él es impredecible. De pequeños, una vecina nos metía miedo con la historia de una niña fallecida. Si pronunciabas su nombre tres veces ante el espejo, aparecía. Con Bill Murray todo es más natural: sólo hay que esperar que haga acto de presencia. Ayoka Lucas, de Charleston, lo avistó en 2013 robando algo de ponche en su propia fiesta. «Gracias por venir», le dijo. «Gracias por no haberme invitado», respondió él. En Nueva York, dicen, no es raro verlo robando las patatas fritas de la mesa de al lado o colándose en las fotos de tu boda. «Nadie te va a creer», dice. Y desaparece como por ensalmo. El año pasado se documentó un caso, con sus instantáneas y todo, y en internet hay más de un sitio dedicado a recopilar los encuentros fortuitos con el actor de «Los cazafantasmas». Si pronuncias tres veces ante el espejo el nombre de Bill Murray, dudo que aparezca al otro lado del azogue, pero harás algo tan estúpido que hasta Bill se sentiría orgulloso.

Y es que, en los tiempos del «coaching» falsario, las máximas buenistas para ser tuiteadas y olvidadas al mismo tiempo, la rutina trampeada con filtros de Instagram, los gurús de plató y los libros prefabricados para quienes nos duele el alma, Bill Murray es un soplo de anarquía. Una especie de santón a lo Tolstoi mezclado con su poquito de Thoureau misántropo para esos «millenials» llegados a la Tierra en un tiempo en que «todos los dioses están muertos, las guerras combatidas y la fe en el hombre destruida» (F. S. Fitzgerald). Murray no promete nada. Ni siquiera es capaz de organizar su propia vida. Y, sin embargo, hay chicos del medio oeste que planean su fiesta de 18 cumpleaños esperando que Bill haga acto de presencia.

«Dios burlón»

Gavin Edwards lo sabe y, seducido por el poder magnético de este «dios burlón de la actualidad» (la frase es suya), ha seguido el rastro de la leyenda hasta dar con el hombre y luego ha escrito «Cómo ser Bill Murray» (Blackie Books) bajo la premisa de que el actor nacido en Illinois en 1950 puede ayudarnos a mejorar nuestra actitud ante la vida. «En la mayoría de sus primeros proyectos, Murray encarnaba a un listillo que se burlaba de las figuras de autoridad, ya fueran los miembros de la dirección de un campamento o los peces gordos del Ejército estadounidense», señala el autor. Con esa cara dura («logra ser gilipollas de un modo encantador, y lo cierto es que así es cómo ha triunfado en la vida», explica una vieja compañera del teatro) se granjeó el cariño del espectador en los 80: «El pelotón chiflado», «Los cazafantasmas», «El día de la marmota». Ya en el nuevo siglo, Wes Anderson, Jim Jarmusch y Sofía Coppola lo reciclaron en algo más acorde a su edad y a su nueva condición: el tipo de vuelta de todo, delicadamente insoportable, el canalla incorregible y perdedor que todos queremos tener de vecino. «Academia Rushmore», «Lost in Translation», «St. Vincent»... Para entonces, dar con Murray era cuestión de fe. Despidió a sus agentes y publicistas y dejó de firmar contratos por adelantado. Sofía Coppola lo persiguió ocho meses para que protagonizara «Lost in Translation». Filmó cuanto pudo sin él en Tokio y, cuando ya daba todo por perdido, Murray se presentó en el rodaje. Películas como «Little Miss Sunshine» se escribieron pensando en él, pero él no se dio por enterado. Para Iván Reitman, director de «Los cazafantasmas», el intérprete «vive la vida según sus normas, aunque a veces sea perezoso, otras excéntrico, y muchas, directamente decepcionante, aunque se comporte de forma francamente injusta y no respete las normas. Pese a todo vale la pena».

Para Edwards es precisamente ese punto de colisión entre el payaso y el filósofo el que hace de Murray el más honesto de nuestros referentes. Por fin, un gurú que lleva las costuras al aire o un rey que va directamente desnudo y lo sabe. De ahí la eclosión de leyendas en torno a una «celebrity» que abjura del teléfono y las redes sociales, de la misma medular de la fama y hasta de la profesión que le ha dado todo. «En los últimos años da la impresión de que su fama no guarda relación ninguna con sus logros como actor: Bill Murray, según la creencia popular, se ha convertido en alguien que podría aparecer en tu despedida de soltero para brindar por ti, acudir en tu ayuda cuando tienes problemas con el motor del coche, o colarse en tu fiesta y luego fregar los platos». «Tener un plan tampoco es tan interesante», defiende el actor.

Echando un vistazo a su biografía, queda claro que Murray ha hecho su carrera a base de imprevistos. Como todos, en realidad, sólo que él ha convertido el imprevisto en una ciencia superior, hasta buscar alevosamente lo improbable y epatante: en la universidad, cuenta, «iba a clase en pijama y con un blazer, y en los eventos formales llevaba el pijama con unos mocasines». Aquel tipo era tan irritante que sólo podías desarmarlo a base de quererlo. Pero, en el fondo, su actitud es un toque de atención a sí mismo: «Lo que siempre espero es que esa situación me despierte. Y si veo que alguien no acaba de lanzarse, pienso: ‘‘Vale, voy a tratar de despertar a esa persona’’. Es lo que me gustaría que otros hiciesen por mí: que me despertasen, coño».

El 20 de enero de 1961, en Washington, Kennedy soltó su famoso «no preguntes qué puede hacer tu país por ti, pregúntate lo que tú puedes hacer por tu país». Con Murray el postulado es diametralmente opuesto: sólo cabe preguntarse qué puede hacer Bill por ti. O ni siquiera preguntes. Bill lo hará. En Charleston, durante el tiempo en que el actor estuvo viviendo allí, varios transeúntes se encontraban con billetes en los bolsillos que nunca habían metido por su propia mano. Ha sido Bill, pensaban. Sólo él podía ser tan maravillosamente estúpido: un «carterista al revés». «Gracias, Bill Murray, por hacerme elegir lo imprevisto y no lo práctico», le dijo Melissa McCarthy a Gavin Edwards. «Mi legado va a tener que ser algo distinto de mi trabajo», ha comentado el actor. Hay un puñado de personas en una y otra costa de los Estados Unidos que sabe perfectamente en qué se resume ese legado: una patata robada, un «selfie» inesperado, un brindis intransferible... «Nadie te va a creer», dice Bill Murray después de quitarte las manos con las que te ha vendado los ojos en una esquina cualquiera de una localidad cualquiera de camino a cualquier lugar sin muchos alicientes. Y ya sólo por eso ha valido la pena.

Los «golpes» de la vida

«Creo que mi cara presenta el aspecto de haber recibido unos cuantos golpes. Me conformo con que también refleje que he salido ileso». Estas palabras de Bill Murray a Gavin Edwards, autor de «Cómo ser Bill Murray», revelan la cara amarga del actor. La vida de Murray tiene puntos ciegos, cuando no oscuros. El momento más delicado fue tras el divorcio de su esposa, Jennifer Butler, con quien tuvo 6 hijos. Tras once años de matrimonio, Butler acusó al intérprete de «adulterio, adicción a la marihuana y al alcohol, comportamiento agresivo, maltrato físico, adicciones sexuales y abandono frecuente». Butler se quedó con dos casas y siete millones de euros como parte del acuerdo de divorcio. El asunto minó la tranquilidad y el optimismo de Murray: «Aquello fue lo peor que me ha pasado en la vida. Cuando estás verdaderamente enamorado de alguien y sucede eso... Nunca me había pasado algo así». El actor se refugió en el trabajo y, curiosamente, desde entonces, sus misteriosas y casuales apariciones ante anónimos, esas que le han hecho ya legendario, se han multiplicado.

Sus 10 mandamientos que recoge el libro

1- «Los objetos son oportunidades».

2- «La sorpresa es oro. Lo fortuito es una langosta».

3- «Invítate tú a la fiesta».

4- «Asegúrate de que todos los demás estén invitados a la fiesta».

5- «La música une a la gente».

6- «Sé generoso con el mundo».

7- «Insiste, insiste, insiste».

8- «Conoce tus placeres y sus parámetros».

9- «Tu espíritu seguirá a tu cuerpo».

10- «Mientras la Tierra siga dando vueltas, haz algo útil».

Ficha

«Cómo ser Bill Murray»

Gavin Edwards

blackie books

320 páginas

23 euros