Literatura

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Genios de la obra ausente

Genios de la obra ausente
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Como es sabido, el filósofo sobre el que se fundamenta buena parte del pensamiento occidental, Sócrates, no redactó jamás una sola línea; su ideología nos ha llegado a través de Platón y otros discípulos. Con este precedente no parecería imprescindible la escritura de una obra para la difusión de teorías o historias. El mismísimo Pío Baroja mantenía, ante la huera literatura de su época, lo fácil que resulta... no escribir un libro. El enmascaramiento del autor o la propia inexistencia de la obra han generado una estética intencionadamente ágrafa, una metaficción vinculada a un atrabiliario juego de identidades ocultas y ambiguos discursos. El crítico de arte y ensayista Jean-Yves Jouannais (Montluçon, Francia, 1964) ha contribuido a una clarificación de todo este asunto con «Artistas sin obra», significativamente subtitulado «I would prefer not to», el emblemático «preferiría no hacerlo» con el que Bartleby, el escribiente al que diera vida literaria Hermann Melville, se negaba a cualquier protagonismo creativo o iniciativa profesional.

Literatura «Shandy»

El ensayo aparece oportunamente prologado por Enrique Vila-Matas, quien expone aquí su ya conocida fascinación hacia esa narratividad formada por alusiones y referencias, más que por textos publicados. Nos recuerda aquí el concepto de literatura «Shandy», así llamada por Tristan Shandy, el personaje de Laurence Sterne que menosprecia cualquier realización intelectual o artística. Es el anuncio de lo que Jouannais desarrollará en las páginas siguientes con rigor expositivo y amena metodología teórica. En una obra anterior, «Infamia» (1995), se centraba en el sentido etimológico de este título; es decir, la «no fama» del autor ignorado, el desconocimiento de lo inédito y la inexistencia del objeto estético. Aquí profundizará en la idea de que un libro publicado es fruto de una selección; en el grueso anónimo de los textos rechazados o hasta no escritos se encuentra la masiva mentalidad de toda una época. Avalando esta propuesta, Jouannais repasa una variada tipología de rarezas autoriales: desde Jacques Vaché, amigo de André Breton, inspirador del surrealismo con tan sólo una breve correspondencia, a Roland Barthes, quien pensó en escribir una demorada novela y su obra ensayística fue la «excusa» para ese abortado proyecto; pasando por Félix Féneón, articulista que no firmaba sus textos; el legendario Pepín Bello, dinámico catalizador de los anhelos y realizaciones de la Generación del 27; Arthur Cravan, el boxeador precursor del movimiento «Dada»; el propio Vila-Matas, encarnando al dandy como figuración de una despectiva exquisitez ético-estética; Félicien Marboeuf, cuyo prestigio se sustentaba en haber conocido a Flaubert y Proust, o Borges, que concurre aquí como padre de Pierre Menard.

«El hombre inspirado carece de obra», reza un epígrafe del libro como divisa del arte entendido como pose, como actitud transgresora y anticonvencional; esa idea de lo bello incorporado al propio ser, una personalización de lo estético que hiciera exclamar a Kafka: «Soy ya, por fin y tan sólo, literatura». Jouannais se sirve del príncipe Mishkin, el protagonista de «El idiota», de Dostoievski, insensatamente generoso y desprendido, para ejemplificar la simplicidad del desposeimiento, el valor de lo mínimo como expresión de lo emotivo y sentimental. Robert Walser y sus breves prosas de despreocupado paseante encarnarían la fuerza de lo episódico y secuencial. Hay que destacar la atención prestada a la estadounidense Biblioteca Brautigan (por Robert, el novelista «underground»), formada por libros rechazados por los editores, catálogo de inéditos que abona toda una estética del fracaso autorial. Sin olvidar la obra literaria escondida en un cajón, el inédito voluntario que espera el momento de su pública aparición o simplemente se justifica en su ya conocido «no ser». En el epílogo, Jouannais señala que el artista debe ser no sólo el autor de su obra, sino también su «productor», es decir, quien posee los medios de producción y hasta distribución, aunque sean modestos o inexistentes. Internet, y su mundo de foros y blogs, ha alterado las posibilidades del escritor que juega a ser ignorado o reconocido en un restringido grupo de seguidores de una escritura «de culto».

Extravagantes biografías

Estamos ante una impostura trazada sobre unos intelectuales cuya atrabiliaria vida y su obra ausente resultan subversivas frente a la convencionalidad social; así, podemos leer: «La historia de la excentricidad es una tradición infame, en la medida en que no puede ser escrita, es decir, construida. ¿Cómo articular las líneas discontinuas que nada permite fijar y que sólo es posible restituir por medio de algunas figuras aisladas y yuxtapuestas?» (pág. 123). Un conjunto de apócrifas anécdotas, extravagantes biografías y desconcertantes experiencias compone la esencia de una literatura vagamente referencial a cargo de unos visionarios, heterodoxos, mistificadores, geniales autores sin obra, aunque sobrados de arte y sensibilidad.