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Maldita televisión

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Maldita televisiónlarazon

No es una novela épica. No cartografía el bien ni el mal, ni nos guía por escurridizos parajes exóticos. Es la narrativa de veinticuatro horas en la existencia de una familia. «El Bloomsday de los Chassaing»; «La noche de Max Estrella» del protagonista y los suyos, durante un largo 9 de julio de 1961. ¿Qué relación puede tener la llegada de la televisión a un hogar con el llanto de los hombres viejos? ¿A qué derroteros emocionales nos conduce la irrupción de este electrodoméstico familiar? En ocasiones, las ventanas también se hicieron para ver qué ocurría dentro. En la familia de Albert hay padecimiento. Incomunicación. Tensa relación entre padres e hijos. Lenta desintegración e incluso necesidad de autolisis por parte del cabeza de familia. Es un linaje atravesado por varias guerras. El padre, que permaneció capturado en la Línea Maginot durante cinco años, es incapaz de salir de su autismo. Regreso silencioso ante un estigma, símbolo de la derrota sin gloria por engrosar el bando de los perdedores. El hijo mayor, Henri, destinado en la guerra de Argelia, está a punto de aparecer en un documental que se emitirá en la pequeña pantalla, recién comprada. Y el diminuto monstruo catódico será el emisario de una dolorosa realidad: transmitir la primera imagen de una guerra en un hogar que no estaba en guerra... ¿O sí? Hay muchos tipos de contiendas: la que libra el marido con su mujer Suzanne, quien no solicita su cuerpo desde hace tiempo pero ella sabe compensar volcando todo su erotismo subliminal enviando fotos al frente argelino, donde está su hijo –¿fabricando un Edipo?–. Una suerte de semi-boudoires como madrina de guerra que él resarce loando su belleza... Mientras, el hijo pequeño, se pelea con las palabras y en especial con «Eugenia Grandet» de Balzac. Gilles roba a la literatura conceptos que le ayuden a entender la vida, a sí mismo y a su familia. Si su padre no puede hablar a causa del dolor, él sí conoce el puente: porque es distinto a su familia. Diferente a todos. Lo dice Prévert en la cita de inicio: «Un obrero es como un viejo neumático, cuando revienta ni reventar se le oye»... Así es el final áspero y duro. Pero también redentor e iluminador. Un hombre en un mundo que ha cambiado demasiado, tanto, que no podría seguir contando con su presencia porque no reconoce nada... Ni se reconoce. Quizá lloren todo lo que no habían llorado en su vida.