Jekyll y Hyde, todos escondemos una cara más oscura
Robert Louis Stevenson se adelantó a la psicología moderna con su icónica obra, que pudo adelantarse a Freud en la diferenciación del «Ello» y el «Superyó», o del bien y del mal
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La hipocresía del ser humano reside en ese contraste tan impasible en el tiempo: de un individuo vemos su fachada, lo que nos muestra, pero no lo que transcurre en su interior. Lo que Sigmund Freud nominaría como el «Ello» –lo que respecta a nuestro subconsciente, donde residen nuestros pensamientos más salvajes– o el «Superyó» –el lado racional–, ya lo inspiraría Robert Louis Stevenson con su icónica y eterna obra «El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde». Se podría apuntar que en este libro, su autor funciona a modo de «Yo», pues se encarga de mediar y exponer al lector el conflicto interior que mantienen dos personas opuestas, pero que sin embargo forman parte de un mismo cuerpo. No en vano se ha apuntado en varias ocasiones que la labor de Stevenson fue la de anticipar la psicología moderna, que tanto escándalo y dolores de cabeza le provocaron a un incomprendido Freud. Hasta que existiera –negro sobre blanco– la pócima de Jekyll y Hyde, o hasta la obra del filósofo, «el bien y el mal» eran cosa de la religión. Pero no hay nada más humano, más intrínseco en cada individuo, más digno de estudio para la ciencia, como esa dicotomía.
El libro se publicó en 1886 y, de golpe y porrazo, eliminó del plano literario e intelectual el mito del hombre unidimensional, tan simple que carecía de toda complicación o frustración. Sus páginas expusieron al respetable Henry Jekyll, cuya vida ejemplar y respetuosa era tan solo una respuesta a las imposiciones culturales y sociales. En contraposición, al malévolo Hyde, capaz de asesinar, de cometer las mayores atrocidades, el mal en su más pura esencia. Y es que si esa tendencia a aparentar fue característica del período victoriano del siglo XIX en el que transcurre la novela, también podría ser considerado nuestro pan de cada día. ¿O acaso no hay más allá de lo que vemos en pantallas, en sonrisas y ropa planchada? Salvando las distancias, todos, de alguna manera, escondemos una forma de ser que a veces no se corresponde con aquella que mostramos o inspiramos.
«Dulce sueño de terror»
«Ese también era yo. Me pareció natural y humano. A mis ojos era una imagen más fiel de mi espíritu, más directa y sencilla que aquel continente imperfecto y dividido que hasta entonces había acostumbrado a llamar mío», dice el doctor Jekyll al contemplar en un espejo el deprabado rostro del señor Hyde. Quizá esta obra es ahora más actual que nunca. A finales del XIX se vivía una transición tecnológica brutal, y hoy estamos ante un incipiente «metaverso». En la época victoriana se buscaba una imagen social que rozase la perfección, y hoy las redes sociales se ensañan con cualquier desliz. Stevenson dio con la clave de la naturaleza humana. Y todo comenzó, según la biografía de Graham Balfour, «La vida de Robert Luis Stevenson» (1912), con una pesadilla. Su esposa, Fanny Osbourne, tuvo que despertar una noche al escritor, a quien notaba bastante agitado. Él había pasado varios días reflexionando sobre esa fórmula del bien y del mal, y parecía que la estaba encontrando. Se enfadó con su mujer, pues le hizo abandonar «un dulce sueño de terror», y no tardo más de tres días en escribir el relato que más tarde se convertiría en su obra capital.