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«El archipiélago del perro»: ¿qué hacer con los inmigrantes muertos?

Philippe Claudel retrató en esta obra una de las grandes crisis de este siglo, la migratoria, a través de verdades que transmiten una realidad asfixiante
Ángel Medina G.EFE

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Por no tener, no tienen ni nombres. Sus personajes se presentan con el más mínimo distintivo que pueda facilitar al lector hacerse una idea de cómo son. Por ejemplo, tenemos al Maestro, al Médico, al Alcalde, a la Vieja, a la Secretaria o al Tabernero. Viven en una isla cualquiera que no es ni grande ni bonita, que está bastante lejos de ser un lugar paradisíaco y que depende de un país que se olvida de su existencia. Ese típico lugar en el que nunca pasa nada...hasta que ocurre y por fin –o por desgracia– comienza a ganarse un poco de fama en el mundo y todo se pone patas arriba.
Ese es el ambiente de «El archipiélago del perro» (2018), del escritor y cineasta Philippe Claudel. Una obra que, ya desde su primera página, plantea esa disyuntiva a veces tan inherente en la escritura: lo que estamos leyendo, ¿es ficción o un mensaje directo a nosotros mismos? «Codiciáis oro y sembráis ceniza. Ensuciáis la belleza, destruís la inocencia. (...) Vuestras manos moldean vuestra vida con una arcilla seca e inconsistente. La soledad os devora. El egoísmo os engorda. Vuestra naturaleza está hecha de olvido. ¿Cómo juzgarán vuestra época los siglos futuros?», arranca el libro.
La trama de la obra, publicada en 2018, apela a la cuestión quizá más permanente de este siglo: la inmigración ilegal. Sus protagonistas son testigos de un macabro hallazgo, los cuerpos de tres hombres negros a los que el mar ha arrojado a la playa. Deben tomar una decisión: darles sepultura u ocultarlos para no perjudicar la reputación de la isla y, con ello, un proyecto turístico en marcha, la única fuente de ingresos que promete un gran futuro para sus ciudadanos. Por tanto, el retrato social que hace Claudel –que a lo largo del libro subraya la ambigüedad de esa dicotomía entre lo ficcionado y lo real– es el de una sociedad tan frágil como un cristal fino cayendo al suelo.

Tensiones y furias

Una vez encuentran los cadáveres, el autor refleja todas las caras que un ser humano puede ser capaz de esconder con tal de preservar una imagen: a unos les ciega la ira, a otros el miedo, y algunos prefieren lavarse las manos con tal de no verse perjudicados. Así, se comienzan a desatar una serie de tensiones y furias que harán de este lugar, antes tan tranquilo o, más bien, olvidado, un espacio cada vez más asfixiante. Todo ello, a contrarreloj, lo que, en el fondo, los personajes tienen en mente, pues es lo que provoca las cortas partas de una mentira.
«Los nombres de los individuos que la pueblan no tienen la menor importancia. Podrían cambiarse. Podrían sustituirse por los vuestros. Sois tan parecidos, surgidos todos del mismo molde inalterable...», escribe Claudel, de nuevo, en una novela que atrapa. Y es que esa es la gran pregunta que nos hace plantearnos «El archipiélago del perro»: ¿de qué seríamos capaces con tal de no perjudicar nuestro bolsillo? ¿hasta qué punto nuestro ombligo llega a ser más importante que un problema mundial como la inmigración ilegal y la crisis de refugiados que miles de personas sufren al año?

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