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Libros
La cocaína: la droga de la sociedad del gran malestar
David López Canales indaga en «¿Una rayita?» (Anagrama) por qué en España se consume tanta cocaína pero no se habla de ello

La noticia es reciente, controvertida y muy llamativa. Sin embargo, ningún periodista llamó para obtener más información, para preguntar por qué. El Observatorio Europeo de Drogas y Toxicomanías apuntaba que, tanto en 2023 como en 2024, Tarragona era la segunda ciudad del continente donde más cocaína se consume, solo por detrás de Amberes (el nuevo puerto de entrada de la sustancia a la UE) y con casi el triple de consumo que Barcelona. «Nadie se puso en contacto con el Ayuntamiento para obtener una explicación y eso me dejó muy sorprendido», dice el periodista y escritor David López Canales. «Aunque no sientas que hay un estigma por ello o lo tengas normalizado, es un poco raro que nadie llame para preguntar qué pasa», dice en una cafetería madrileña en conversación con este periódico sobre el libro que acaba de publicar, impulsado por aquel suceso: «¿Una rayita?» (Anagrama), un ensayo certero que se asoma a una realidad acallada. En nuestro país han consumido o consumen cocaína el 12 por ciento de los ciudadanos. Más de 5 millones de personas.
Loquillo y Los Planetas
Sin saber todavía si Tarragona revalidará el segundo puesto por tercer año consecutivo, para encontrar respuestas hay que mirar atrás. La cocaína, en los años 80, era un producto para la «jet-set», la gente guapa y sofisticada o de «yuppies» con descapotable y corredor de Bolsa. «Chanel, cocaína y Dom Perignon», cantaba Loquillo. Sin embargo, en los noventa y especialmente en la primera década del siglo, el consumo se dispara entre la gente corriente. «En parte, tiene que ver el precio: un gramo de cocaína sigue costando lo mismo que hace 30 años –60 euros–. Pero hay otro factor: se pierde el miedo a las drogas y ya no existe la condena moral ni la preocupación de los 80 y los 90. No diría que se percibe como inocua, pero hay una trivialización y pervive, en cierta manera, el aspecto aspiracional», dice el escritor. «Y nos hemos metido / cuatro millones de rayas», cantaban Los Planetas. A diferencia de la heroína, el consumo de «perico», «farlopa» o «zarpa» permite llevar a cabo una «vida normal» no asociada a la delincuencia ni la marginación. «Hay muchos tipos de consumo y para analizar el fenómeno no se puede meter a todos en el mismo saco. Hay consumidores ocasionales, recreativos, que pueden hacer una vida normal porque el impacto de ello es como el de pasarse con el alcohol, y hay un consumo problemático del que se le va de las manos y acaba con un problema de adicción que es de salud mental. El prohibicionismo tiene la visión de que las drogas son absolutamente malas, que todas las drogas matan y que son los que las consumen son criminales y adictos. Pero eso no es realista, hay que explicar la realidad como es. Existe un consumo por placer o por evasión, que puede no ser problemático», apunta el escritor, que en el libro se remonta a los orígenes de la síntesis química y a los modernos debates por su legalización.
Una de las cuestiones es por qué la toma la gente, si ya se ha demostrado que sus efectos son muy dañinos. «Es que es pura mierda –concede López Canales–. Pero la razón son las sensaciones que produce. La euforia, ese sentirte bien, esa vida extra que te da si la tomas por la noche, ese ritual y ese desfase que tiene... Es muy simbólica de la sociedad en la que vivimos, acosados como estamos de incertidumbre, agotamiento, productividad... es evasión». La cocaína tiene, a la vez, un efecto energizante y uno sedante. Es instantánea, es «limpia», tiene las virtudes de los productos que consumimos hoy: Tinder, Netflix, compras «online». «Hay un patrón de consumo claro. Gente que va a restaurantes cada semana ávidamente, se entrega a maratones de series o de alcohol, o va a un festival de música que son tres días seguidos sin parar de ver conciertos... Buscamos cualquier cosa que dispara la dopamina. Lo que queremos es estar en la cresta de la ola del placer todo el tiempo», explica. «Pero también hay gente que la consume para seguir el ritmo, para rendir a tope durante 10 horas». Vivimos en la sociedad del cansancio, como dice Byung-Chul Han, recientemente galardonado con el Premio Princesa de Asturias.
Es una droga muy simbólica de nuestra sociedad: es energizante y sedante a la vez
El consumo de cocaína es tres veces más alto en hombres que en mujeres, que, a su vez, están muy por delante del consumo de ansiolíticos y benzodiazepinas. Nueve de cada diez ingresos en clínicas de desintoxicación son hombres. ¿Cómo lo interpreta? «Yo creo que es evidente que tenemos una sociedad enferma. «Me hace pensar en qué sociedad vivimos. Se busca la evasión frente al malestar que sentimos porque nos han hecho creer que todo es cosa de uno mismo, que nosotros podemos alcanzar nuestra felicidad y bienestar. Pero esos mensajes crean más frustración que alivio, porque si no lo consigues con esos consejos que te dan en un libro, te sientes peor». "Así, si hay millones de personas que toman ansiolíticos y otros cientos de miles que no hacen consumo recreativo de drogas sino que buscan el alivio o la evasión, habla de un problema que no se ataja. Ni siquiera el sistema público está preparado para la salud mental. Y claro, el sistema económico que vivimos crea monstruos", dice López Canales.
¿Por qué no se habla de la cocaína? «Políticamente, porque son cobardes y no se atreven a abrir un debate que sea blando con las drogas y eso nadie quiere serlo. Porque no interesa, no se quiere ver, a pesar de que haya políticos que estén consumiendo en el Congreso. No haremos leña del árbol caído, pero ahí está el caso de Íñigo Errejón, cuyos problemas se conocían en el partido. Difícil que sea el único, pero no lo llevemos a ese terreno, que los políticos tienen ya mala imagen: consumen los abogados y los periodistas».
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