Reseña

Un duelo a bordo de un viaje con muchas vías… de lectura

"Ese jueves al anochecer me subí al tren", de Astrid Gil-Casares, es la historia de una mujer que se enfrenta a algunas de las ecuaciones propias de la edad

Portada de "Ese jueves al anochecer me subí al tren", de Astrid Gil-Casares
Portada de "Ese jueves al anochecer me subí al tren", de Astrid Gil-CasaresLa Razón

Cuando recibí el libro de Astrid Gil-Casares, lo primero que me sorprendió fue ver una dedicatoria de puño y letra de la autora. Sin leer su biografía, ni conocer nada de ella, me tomó unos pocos segundos darme cuenta que estaba ante alguien con una inteligencia sagaz (léase que tiene facilidad para comprender las cosas y de percibir con claridad lo que conllevan). La dedicatoria era directa: “Espero que disfrutes esta historia, aunque la escribí con una mujer como lectora en mente. Una mujer de más de 45 años para ser exactos”. Podría parecer una exclusión teniendo en cuenta que se estaba dirigiendo a un hombre de 50 años…pero me estaba lanzando un guante: atrévete con este idioma.

"Ese jueves al anochecer me subí al tren" es la historia de una mujer (Lena, 45 años) que se enfrenta a algunas de las ecuaciones propias de la edad: divorcio/nueva pareja, hijos adolescentes/nido vacío, familia + amigos, coraje - comodidad… Y las vivencias del entorno.

Prácticamente en el inicio Gil-Casares habla de sus hijos y se refiere a sí misma como feral, salvajemente doméstica o domésticamente salvaje. Y ese es el mejor adjetivo de esta obra: es feral en el sentido que parece un tránsito por lo habitual de una mujer de 45 años, pero entre líneas hay un relato brutal, silvestre por momentos y hasta en páginas cruel, reflejo de lo que vive.

Confieso que no me gustan los autores y las autoras que aliñan su obra con citas en otros idiomas: resulta un cultismo ocultista del verdadero propósito del mensaje. A menudo demora y distrae. Pero en este caso la autora, que habla seis idiomas, lo usa como un recurso, igual que otros usan la metáfora. Es una forma de señalar que el libro está escrito en un idioma, el español, pero en un lenguaje que requiere mucho más que la lectura para interpretarlo. Ella misma lo señala cuando habla de la importancia de los olores y los sonidos de su infancia y adolescencia: un aroma nos puede transportar a una historia y un sonido a una memoria que no necesita palabras para ser comprendido.

En muchos aspectos el libro recorre la evolución (personal, afectiva y hasta profesional) de la protagonista que se da cuenta a la par que quien lo lee (una virtud rara en los libros: que estos dos “personajes” lo descubran al mismo tiempo) que “no se trata de la supervivencia del más apto, sino del que mejor se adapta al cambio”. Y es en ese momento cuando empiezan las “mutaciones” o evoluciones de los personajes secundarios y de la protagonista. Tanto es así que pocas páginas después, cuando apenas quedan pocos capítulos, la protagonista recuerda una frase de un poema de Erin Hanson: “Oh, pero cariño; ¿y si vuelas?”, otra referencia a la transformación, la incógnita y la propia evolución: atreverse a entrar en el capullo para salir con alas. Detalle: las referencias que esconde un libro a otras obras da claves del mensaje que busca transmitir. Así, que Gil-Casares mencione a Erin Hanson, cuya obra se centra principalmente en amaneceres y atardeceres (los extremos del día o de la vida si nos ponemos metafóricos), tampoco es accidental.

Con este libro las mujeres a partir de los 40, se van a encontrar con un libro escrito en sus vivencias, pocas cosas les serán extrañas. ¿Y los hombres? A nosotros , las mujeres (las cercanas, madres, hermanas, parejas y hasta hijas) a menudo nos conocen mejor que nosotros mismos. Y por eso no sé si todos, pero sin duda más de un hombre por encima de los 45 años, debería leerlo. Puede que el guante que lanza Gil-Casares no le agrade, quizás no se atreva siquiera a preguntarse porqué, pero… ¿y si vuelas? ¿Y si evolucionas?.

La pregunta final es obvia: ¿a qué tren se subió Lena? Lo mejor de los viajes, a menudo, es la preparación, el recorrido, la compañía… El destino ya no forma parte del viaje y pensar que Lena se ha inclinado por uno u otro tren, es reducir todo el libro a una decisión que, en el relato, es lo menos importante.

Lo mejor:

El lenguaje feral de la autora para mimetizar su propia vida en Lena.

Lo peor:

Para lo que le pasa a la protagonista y a sus amigas, me faltaron más improperios venales, esos que no se piensan. Y solo recuerdo uno.