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Música
Violín y arpa para expandir el flamenco
Ana Crismán y Paco Montalvo llevan los instrumentos clásicos al lenguaje jondo en sus nuevos trabajos y narran un camino muy desafiante como intérpretes

En la música no existen las fronteras. Es un territorio en el que todo es posible y donde las palabras sirven de poco. De mucho menos nos ayudan los compartimentos, las puertas, los conceptos que limitan o pretenden hacerlo un arte que no comprende de cosas imposibles. Así es como Ana Crismán y Paco Montalvo han llevado al lenguaje del flamenco dos instrumentos que parecían pertenecer al coto privado de las músicas clásicas o de folclores de distintas latitudes. Estos dos intérpretes amplían las sonoridades de un arte poderoso que sigue mostrando sus infinitas capacidades para fusionarse con cualquier sonoridad: del blues a la urbana, de la clásica al rock, el flamenco es más que guitarra y cajón.
Ana Crismán se enamoró del arpa en un viaje, tras presenciar a un intérprete callejero. «Me obsesioné con aprender a tocar, pero nadie quería darme clases. Me decían que es el instrumento más difícil que existe y que la carrera es muy larga. Son 14 años y hay muy pocas plazas en el conservatorio. Así que raramente admiten a alguien mayor de 30 años, como era yo, porque es más probable que se desarrolle alguien muy joven», dice en conversación telefónica con este periódico. Tampoco encontró nadie que quisiera darle lecciones particulares, así que aprendió sola. «De niña hice piano en el conservatorio, pero no tenía nada que ver con esto. Le eché horas y horas al arpa. Durante una temporada, hasta 14 al día», relata Crismán, que actuaba movida por una visión, impulsada por la terquedad. «Yo lo vi muy claro. Sabía que aquello podía sonar por los cantes de mi tierra. Me empeñé en que eso iba a sonar y no paré hasta que lo conseguí», dice la jerezana, que se enfrentaba a un doble reto, el de hacer sonar el arpa y encima, como nadie lo había hecho nunca antes: por bulerías, tangos y seguiriyas. «El arpa es delicada y compleja de tocar. Con la guitarra, tienes un mástil sobre el que apoyar los dedos y presionar, un punto de apoyo. En el arpa, no. Los dedos caminan por el aire. Eso te exige otra manera de pensar y de aprender: entender que las cosas no van a salir a la primera, sino que hay que sentarse con paciencia».
«El arpa –recuerda Crismán– es un instrumento del 3.500 antes de Cristo. Acompaña a la civilización desde sus inicios porque está derivada del arco de caza. Por su propia naturaleza, te lleva a otro lugar que la guitarra, que apenas es centenaria. Es su tatarabuela», dice la artista, que acaba de publicar «Arpaora», su primer trabajo discográfico con los frutos de este apasionante viaje, uno que incluye la fabricación de un arpa propia, especial, que mezcla elementos de otras preexistentes. Una con la vibración adecuada para hacer resonar los melismas del flamenco, el segundo gran aprendizaje de esta artista. «Mi educación flamenca es haber nacido en Jerez, haber amado mucho el flamenco como público, ir a recitales, festivales, ser aficionada. Porque es una música que tiene un poder transmisor muy potente, y eso que yo no vengo de familia de artistas. Yo era capaz de distinguir una soleá de unos tangos pero no la malagueña de la Nitra de la del Mellizo. No había estudiado. Y con el arpa empecé a profundizar en los cantes», explica.
Así es como la jerezana, con mucha paciencia, iba resolviendo la ecuación sonora. «Cuando dominas el instrumento, se te van ocurriendo las melodías, las formas de llevar esa sonoridad al arpa, pero no puedes guiarte por nada que esté previamente hecho. En la guitarra los sonidos están organizados de manera diferente y las notas no están en los mismos sitios, así que no le vienen bien a la mano. Recuerdo que me invitaron a televisión y querían que tocase ‘‘Entre dos aguas’’ de Paco de Lucía y lo conseguí porque soy muy cabezota, pero era enormemente difícil». Pero tanto trabajo ha dado sus frutos en ambas orillas. Los festivales de folk y «world music» quedaron boquiabiertos. «La gente que vive la música busca la belleza, tienen apertura mental. La que no vive la música y está desde la teoría puede ser más reticente». También desde el flamenco: «El músico es solo el vehículo de algo mucho más grande que él. La música estaba antes y nosotros solo venimos de paso». Hasta la eternidad.
Sin traumas
La hermana de Paco Montalvo (Córdoba, 1992) ignoraba un violín que sus padres le habían regalado. «Lo lanzaba por los aires –ríe este joven concertista–. Así que yo lo cogí y empecé a tocarlo. Lo que más me gustaba al salir del cole era jugar al fútbol con mis amigos y tocar el violín», recuerda el que, con 18 años, llegó a ser el debutante más joven en el Carnegie Hall en lo que va de siglo. Montalvo empezó a tocar en casa, luego a salir los fines de semana a Madrid o Barcelona. Luego, a aprender de los grandes un mes en Alemania o Francia, en vacaciones. Hizo el conservatorio elemental y, con 12, ingresó en el superior. Cuatro meses en el Conservatorio Tchaikovski... sin uno solo de los traumas que deja el aprendizaje académico en un intérprete. «Nunca lo viví así. Ha habido sacrificio y esfuerzo, por supuesto. Pero mi infancia y adolescencia han transcurrido con normalidad, con el añadido de conocer el mundo y gente increíble gracias al violín. No me ha pesado en absoluto», dice el cordobés, que ha formado parte como solista de grandes sinfónicas. Sin embargo, como parte de ese juego hermoso que era la música para él, Paco se encerraba en su habitación, ponía un disco de Vicente Amigo o de Paco de Lucía y se lanzaba a improvisar encima, a seguir la melodía. Más adelante, probó a adaptar piezas de Falla, Albéniz, Tárrega o Granados a distintos palos del flamenco y... ¡eureka!: «Me di cuenta de que el ‘‘Sevilla’’ de Albéniz por bulerías sonaba muy bien. Y empecé a soñar con el violín flamenco y a trabajarlo. Con 19 años, lo presenté en público», explica el cordobés, que el 19 de mayo presenta su espectáculo Grandes Clásicos 2.0 en el Teatro Lope de Vega de Madrid. Aunque ha habido precedentes de violín flamenco como acompañamiento, Montalvo se ha convertido en un pionero del violín solista. «Me dicen que no sabían que el violín podía cantar así. Llevo ya muchos años y lo cierto es que siempre me han dado buenas críticas, apoyo y agradecimientos. De entendidos y de público. Aun que lo más bonito para mí fue la familia de Paco de Lucía, que me apoyaron desde el principio. Para mí eso ha sido el mejor aplauso, porque la música no tiene límites».

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