Entrevista

Juan Luis Arsuaga: "¿Perder el meñique con la evolución? Eso es un bulo, una estupidez"

El paleontólogo y codirector de Atapuerca publica una guía sobre la evolución de la anatomía humana en la que une ciencia y arte, "Nuestro cuerpo"

Juan Luis Arsuaga
Juan Luis Arsuaga, en el Museo del PradoCarlos Ruiz B.Carlos Ruiz

Nuestro cuerpo(Destino) no es un libro al uso. De hecho, es un libro que está por terminar. «Esta historia no se ha acabado, queda mucho por conocer y quiero recibir sugerencias», explica Juan Luis Arsuaga. Pero tampoco es un libro al uso por la forma en la que ha sido concebido: su autor lo escribió mientras se «tocaba el pie», comenta el paleontólogo. Y el brazo, la nariz, la rodilla...

−En sus páginas, invita a tocarse constantemente (en el buen sentido, si es que hay uno malo).

−Todo es buen sentido. Aquí también se habla del pene. Esto no es un atlas, es una guía. El auténtico libro es tu cuerpo y yo te voy a enseñar a leer con la vista y con el tacto esa obra que se ha escrito a lo largo de siete millones de años. Yo me descalzaba y me tocaba el pie. Debes hacerlo para ver cómo lo cuentas. Todo lo que aparece en él yo lo iba palpando.

El codirector del equipo de investigación de Atapuerca presenta así un título sobre la evolución de la anatomía humana que une ciencia y arte, y en el que se recorren los principales rasgos del humano-máquina, «utilizando los principios de la mecánica como hacían los filósofos naturales, pero iremos mucho más allá, porque lo que vemos en el cuerpo no son solo músculos, sino también formas». El cuerpo se convierte en una sucesión de palancas, «los huesos, que no son más que barras rígidas»; de poleas, «que son las articulaciones»; y de cuerdas, «los músculos».

En mitad de su explicación, Arsuaga combina su prosa con ilustraciones de Susana Cid y con códigos QR que llevan al lector de aquí para allá, de uno a otro confín de internet para comprobar que aquello que se lee y se palpa tiene su representación artística, como el Diadúmeno de mármol que talló Policleto, o la Venus del Delfín, o Las tres gracias de Rubens. Todos ellos del Museo del Prado. Porque Juan Luis Arsuaga tiene otra «obsesión» más allá de la evolución humana, que es pasear por la pinacoteca: «Siempre es un placer».

−Buen sitio para comprobar las tesis de su libro.

−Sí, hay mucha gente desnuda allí.

−¿Son Diadúmeno y la Venus la perfección humana?

−Los griegos pensaban que sí.

−¿Por qué dice que preferimos la belleza animal a la humana?

−Es una encuesta que me gusta hacer. La gente suele pensar que un caballo es más bonito. ¿El ser humano en una playa nudista es el animal más hermoso?

−Usted dirá...

−Gustos... Los griegos dirían que somos el animal más bello, pero también el mejor, más ético, más creativo... Nadie pensaría lo contrario.

−¿Por qué ha cambiado esa concepción?

−Entre el mundo clásico y el Renacimiento está la Edad Media, en la que el cuerpo humano se tapa. No había más cuerpo que Jesús. Aunque más tarde volvería a ocultarse.

−¿Y en qué momento estamos ahora? Las redes lo ocultan.

−En un punto contradictorio... pero en todo. Es la época de la Historia en la que peor se come; ahora los que pasan hambre son los ricos, quieren mantener el tipo. Tenemos una vida muy sedentaria y hasta nos llevamos la butaca a la playa.

−Con los patinetes también hemos dejado de usar las piernas.

−Ahí hay una duda filosófica: parece que los patinetes y las bicis eléctricas están salvando el planeta porque no vas en coche y, entonces, tienen prioridad; y mientras, la gente que va a pie parece todo lo contrario: si vas andando eres un pringado. Y al mismo tiempo, eso convive con que los medios tienen secciones enteras dedicadas a la vida saludable. Hacemos una cosa y decimos la contraria.

−Cuenta en el libro que conocemos bien el cuerpo.

−Los que frecuentan los gimnasios lo conocen sorprendentemente bien, como los deportistas y los asiduos a los medios de comunicación deportivos. También sabemos mucho por el dolor. Soleo, «isquios», psoas... Hay un vocabulario anatómico muy extendido.

−¿Tiene alguna parte del cuerpo que sea su favorita?

−Desde el punto de vista evolutivo, el pie. Es un proyecto de ingeniería, es como si hicieras un puente flexible. Pero mi parte favorita, porque hice mi tesis y porque supone un cruce de caminos, es la pelvis.

−En Atapuerca tiene a la «Pelvis Elvis» para deleitarse.

−Eso fue un regalo para mí porque mi tesis fue anterior a su descubrimiento. La pelvis es un cruce en el que está todo.

−¿Perderemos el meñique en un futuro o es una falsa leyenda?

−Es bulo, una estupidez. Se utiliza poco, pero no. Tal y como funciona, el que lo usemos o no, no influye en los genes. Para que eso pasase, tendrían que ponerse a tener más hijos las personas que no tienen ese dedo. Ni cortarlo serviría de nada.

−Habla de él en el libro, pero el cerebro sigue siendo el gran desconocido. ¿Le conoceremos bien en los próximos 50 años?

−Hay una parte tecnológica que es crucial. Rafael Yuste [neurobiólogo] me decía que los avances son siempre de la instrumentación. Necesitamos la tecnología que nos permita saber más. Con lo que tenemos ahora no vamos a avanzar mucho sobre la vida secreta de las neuronas. Hoy tenemos las muelas más pequeñas que nuestros antepasados porque cocinamos los alimentos, por tanto, la tecnología ya se ha incorporado a la ecuación de la evolución.