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Libros
Los libros de la semana: de los pasos musicales de Leonard Cohen al diagnóstico personal de Oliver Sacks
También destacan una perturbadora novela de Jeff Sharlet y la edición por el 50 aniversario de «Tiburón»

Tras los pasos musicales de Leonard Cohen
«El guitarrista de Montreal», de Miguel Barrero, nos acerca a la ciudad natal de Cohen a partir de una búsqueda personal de un español
Por TONI Montesinos
«Suzanne», la canción más famosa de Leonard Cohen, perteneciente a su álbum de debut de 1967 e inspirada en la que fue la mujer del escultor Armand Vaillancourt. «Chelsea Hotel 2», escrita tras su encuentro en ese hotel con Janis Joplin. «Dance Me To The End of Love», sobre un cuarteto de cuerda obligado a tocar mientras se torturaba y asesinaba en pleno Holocausto. «Take This Waltz», una suerte de versión de un texto de «Poeta en Nueva York»…
Estos éxitos del cantautor canadiense resuenan en esta obra de Miguel Barrero (Oviedo, 1980), que da inicio justamente recreando una calle de Montreal donde se hospeda un español recién llegado y que lleva a cabo un minucioso análisis de lo que tiene alrededor. Por eso, al comienzo, «El guitarrista de Montreal» tiene el tono de una crónica viajera en primera persona en el que se asoma la música, pero primero por medio de la figura de un pianista local, de talento precoz pero de muerte prematura y alcoholizado o de una institución musical. Así, la materia central del libro, Leonard Cohen y su descubrimiento de Lorca, más su relación con un gitano que le enseña a tocar la guitarra, se demora bastante, diríase que demasiado.
Los ecos de una guitarra
Lo que destaca sobre todo es la voz del visitante: «Estoy aquí gracias a un azar que cobró la forma de una leve e inesperada epifanía», apunta el narrador, que da con un restaurante cuyo hilo musical lo sorprende con una melodía que le resulta familiar y que le hace caer en cuenta sobre algo que conocía: «la historia del guitarrista que se sentaba cada tarde a tocar en los bancos de un parque». Sigue después una suerte de investigación personal acudiendo a diversos sitios de la ciudad donde irá viendo rastros del cantante, como la casa en la que creció, empleándose como un mitómano que vagabundea soñando con que el presente le regale una ráfaga de pasado legendario para «escuchar de pronto, transportado por el aire, el lamento desgarbado de una guitarra primeriza».
- Lo mejor: Resulta interesante conocer Montreal gracias al sujeto narrativo
- Lo peor: El autor se extiende demasiado en la descripción de de la ciudad
Secta de poder: la historia real tras la serie de Netflix
Jeff Sharlet ofrece una perturbadora unión entre religión y poder en «La Familia. Las raíces invisibles del fundamentalismo en Estados Unidos»
Por Ángeles LÓPEZ
Hay libros que denuncian, otros que iluminan… pero algunos explotan sobre el folio. Es el caso de Jeff Sharlet. Su prosa excava en la corteza del poder norteamericano hasta encontrar lo que late debajo: una religión no de consuelo, sino de control; no de fe, sino de fuerza. Es el evangelio de los elegidos. De los congresistas, generales y dictadores que se arrodillan ante un Jesús vestido de esmoquin y con la mano apoyada en el botón rojo.
La selección divina de los poderosos
El libro se lee como una novela de espionaje teológico. Su inmersión en La Familia -esa fraternidad de poderosos que prefiere las sombras a los púlpitos- recuerda a los mejores momentos de Mailer, pero con una lucidez moral que remite más bien a Hannah Arendt: allí donde la banalidad del mal se disfraza de oración y liderazgo. El periodista incomoda sin pontificar. Su narrador está dentro y fuera, como quien sopesa un sacrilegio mientras lo documenta.
Desde su sede en Arlington, la organización extiende una teología de élite que funde capitalismo desregulado, poder militar y destino manifiesto. No es un fundamentalismo de multitudes, sino de cenáculos: un sacerdocio sin altar que opera entre whisky y diplomacia blanda. Y, sin embargo, lo que más perturba no es su eficacia política, sino su estética: su vocación de invisibilidad, su fe en la selección divina de los poderosos, su lenguaje de «pacto» y «hermandad» que emula más a la mafia que al sermón.
Sharlet evita el panfleto con un estilo que roza lo novelesco. Las conversaciones entre Doug Coe y congresistas estadounidenses, donde se cita como modelos a Hitler, Lenin o Bin Laden, se sostienen con la crudeza de lo real. Como en Orwell, lo monstruoso se hace visible por contraste con la precisión del lenguaje.
La familia es, en definitiva, una parábola posmoderna sobre la fe sin piedad y el poder sin rostro. Una advertencia para quienes aún creen que el peligro viene solo del ruido. A veces…. viene de la oración.
- Lo mejor: El estilo incisivo de Sharlet, su mirada desde dentro y la tensión moral
- Lo peor: Cierta reiteración temática en algunos tramos medios
El diagnóstico personal de Oliver Sacks
El neurólogo, también notable escritor, fue un profuso autor de cartas, destinadas a su familia, pacientes o figuras como Susan Sontag
Por Diego GÁNDARA
Oliver Sacks fue un noble y notable gran escritor. Alguien que encontró, en la historia de sus pacientes, un marco para entender el periplo vital de cada uno de ellos, acompañándolos, además, en su singularísima singularidad, lejos de esa clase de diagnósticos de corte global y universal y que funcionan como una receta para todo el mundo. Autor de libros de ensayos o, más bien, de casos neurológicos, este «astrónomo de la psique», como le gustaba denominarse a sí mismo, además de dedicarse, casi profesionalmente, a la escritura, fue, como lo demuestra «Cartas», este libro de casi mil páginas y publicado originalmente en 2024, un profuso escritor de cartas.
Reunidas por su editora Kate Edgar, su correspondencia desvela la vida íntima de Sacks desde los años sesenta, cuando se marchó a EE UU para estudiar medicina, hasta pocos días antes de su fallecimiento. El resultado es un recorrido personal, que permite adentrarse en un Sacks atento a sus pasiones, a sus miedos, a sus investigaciones, a sus placeres, a su definitiva humanidad.
El mismo de siempre
En estas cartas que, por momentos, más que cartas parecen epístolas, intercambia opiniones y sentimientos con toda clase de gente. Están dirigidas no sólo a sus padres y a otros familiares, a personas variadas entre las que se destacan Stephen Jay Gould, W. H. Auden, Harold Pinter o Susan Sontag y también sus pacientes, con los que no dejaba de mantener un diálogo y un vínculo.
«Cartas», más allá de su extensión, que puede echar a atrás al lector común, es un libro en el que los seguidores de Sacks pueden encontrarse con el mismo Sacks de siempre, pero un Sacks con un tono más directo, algo vulnerable, incluso, pero absolutamente personal. El tono de alguien que su luchó por encontrar siempre su identidad. Ya fuera como médico, como homosexual en una época de insistente represión o como un escritor que, incluso en su escritura privada, exhala amor, comprensión, humanidad.
- Lo mejor: Sacks no deja de derrochar talento, ingenio, empatía y curiosidad
- Lo peor: Aunque largo en su extensión, no hay nada que criticar a esta obra
Aniversario de lo familiar vuelto inquietante
Antes de la película fue la novela, y es de justicia rendir homenaje a Peter Benchley, el creador de la novela «Tiburón»
Por Lluís FERNÁNDEZ
Era de justicia que, coincidiendo con el 50 aniversario de la publicación de la legendaria novela «Tiburón» (1974), se rindiera homenaje a su autor, Peter Benchley, desdibujado por la adaptación al cine de Steven Spielberg. Antes de la peli fue la novela, en la que se crea un nuevo monstruo y un subgénero de terror de un tiburón despiadado. La primera novela de Benchley fue un gran éxito. Antes de su publicación, el autor se reunió en la Universal con Richard D. Zanuck, que había comprado los derechos, y le planteó dos pegas a su guión: «La película va a ser una historia de aventuras (…) de forma que queremos que quites toda la parte romántica, toda la parte de la mafia y todo lo que sólo nos distraería». Tenía toda la razón. Esa parte de la novela no cumple la función de mantener al lector enganchado a la acción que se avecina en una tensa espera. Al contrario, es un interludio del autor que quería reflejar las fricciones entre veraneantes pijos y lugareños, la especulación y meter un poco de sexo explícito. El mérito de Peter Benchley es haber escrito una novela pop sobre un tiburón que aterroriza al pueblecito veraniego Amity. En la novela se conjeturan distintas causas del empecinamiento asesino del tiburón con los bañistas de Amity: desde castigo divino a una maldad primordial.
Hacia el megalodón
En realidad, el ensañamiento del tiburón se basa en lo ominoso de Freud, novelado por Lovecraft: lo familiar vuelto inquietante y no un terror ciego que emerge de la profundidades como una venganza de la naturaleza. Metáfora ecologista que culpabiliza al hombre por ser un depredador despiadado. Con esta sencilla novela de un tiburón blanco asesino de bañistas y un arponero que lo persigue como el Captain Ahab a la ballena blanca Moby Dick, Benchley inventó un nuevo monstruo de terror y con la genial adaptación de Steven Spielberg un nuevo género: el que va de las fauces del tiburón a la venganza del prehistórico megalodón. «Tiburón» es ya un clásico.
- Lo mejor: Haber creado el subgénero de pelis de tiburones asesinos
- Lo peor: La parte amorosa de la novela, con sexo explícito viejuno
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