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Volver a casa y romper el molde: autoparodia de supervivencia

Laura Santolaya publica "Cara de susto", una historia sobre mujeres que escapan de lo convencional

La escritora Laura Santolaya
La escritora e ilustradora de "P8ladas" (Pocholadas) Laura SantolayaDavid JarLa Razón

Varios conflictos se asoman a esta historia, varias preguntas dan fuerza al relato de una mujer en la encrucijada, que regresa a su ciudad de nacimiento y se asoma a un pasado que vuelve de golpe y a un presente que se parece a una autopsia. ¿Es esta la vida en la que debe convertirse la mía?, se pregunta nuestra protagonista cuando mira alrededor: ¿He fracasado por no ser como todo el mundo? ¿Soy más libre por eso o en realidad más prejuiciosa que el resto del mundo? ¿Me estoy convirtiendo en una cínica? Estos son algunos de los mimbres de «Cara de susto» (Suma de letras), la segunda novela de la ilustradora y escritora Laura Santolaya (Pamplona, 1982), que se asoma con humor en crudo a la realidad de mujeres que se escapan del estereotipo. «Quería retratar vidas de que no encajan en los moldes convencionales. Personajes con dualidades muy fuertes. Esta es una novela de mujeres que viven felizmente –o no tanto– en sus contradicciones, como las que tengo yo», explica Santolaya.

Pero si hay un rasgo que administra esta novela es el humor. «Siempre me he enfrentado a la vida así. Mi madre nos ha enseñado a reírnos mucho de nosotras mismas –dice Laura, que incluye a su hermana en la ecuación–. Y eso es un mecanismo de defensa, porque si eres tú la primera que se ríe de ti, es más difícil que lo hagan los demás. Pero ha sido mi modo de lidiar con todo, incluso en los momentos más dramáticos de mi vida. Eso puede hacer parecer que en realidad no te importa nada en la vida, pero no es cierto: es una manera de hacer que la vida duela menos», dice Santolaya, que tiene predilección por la existencia en situación límite (ese era el caso también de «Bomba de humo», su primera novela): rupturas, cambios de vida y otros precipicios a los que tarde o temprano todos nos asomamos.

En la historia que nos ocupa, Nina es una escritora treintañera que ha perdido su trabajo. En medio de una crisis vital, regresa a su localidad de origen, una de provincias del norte. Nuestra protagonista sufre un doble desarraigo: «Hay dos idealizaciones opuestas. Cuando vives en una ciudad pequeña, piensas que la vida en la grande va a ser la bomba. Cuando llegas, te das cuenta de que es muy dura, que pierdes el refugio de tu familia y lo que conoces. Eres uno más entre dos millones. Yo la idealizaba y me di de bruces con lo difícil que es la mera subsistencia. Otra idealización que está en auge es precisamente la opuesta: volver a tu ciudad natal se supone que es regresar a tus raíces. Eso puede ser bonito, pero también puede que no encajes en absoluto». El mero asunto geográfico no es lo importante, late de fondo el modo de vida: «Hay ciudades pequeñas donde se te encasilla. Por el colegio al que vas, tus amistades o familia. Todo el mundo te atribuye una identidad. Yo puedo decir que en Madrid me liberé y encontré mi manera de ser», reconoce la escritora, que, en cambio, sitúa en esa pequeña ciudad sin nombre del norte a personajes femeninos histriónicos y libérrimos que desquician a la urbanita de vuelta.

Nina expresa sus frustraciones, que comparte Laura. Una mujer solo puede ser una cosa, no se le permite ser varias: «O eres soltera o estás casada. Y luego eres madre. Pero dejas de ser lo anterior. Y cuando eres vieja, eres vieja. No puedes bailar música techno. Se te atribuye un papel que solo se puede interpretar de una manera. Eso no les pasa a los hombres, que, si hacen cosas “impropias” de su edad es que son “peterpanes”. Por eso me encanta imaginar una madre que se olvida del cumpleaños de sus hijos, por ejemplo. Las mujeres vivimos en una perfección constante para encajar en el molde». Santolaya, ilustradora –es la creadora de P8ladas– y colaboradora en diversos medios, ha vivido ese corsé de «ser una cosa». «Me han preguntado quién me ha escrito los libros porque se ve que, como yo soy la de los dibujitos, ya no puedo ser otra cosa. Y ya no puedo ser cantante. Pues igual me va a da ahora por cantar», dice y se parte de la risa. «Cuando trabajaba en la consultora (una de las grandes), llevaba con vergüenza ser ilustradora –recuerda–. Porque parece que eres la infantil. Pero hacer humor es algo muy serio».

Más presiones acogotan a la protagonista. La apariencia física, por ejemplo. «Creo que es algo que lo empaña todo y lo ocupa todo en algún sentido en la vida de una mujer. En sentido negativo, por supuesto. Pero también en el contrario: los mensajes que te dicen que todos los cuerpos son perfectos y que te quieras y que te empoderes... hacen sentirte mal igualmente. En realidad, la única solución está en la aceptación de uno mismo y eso no se consigue con un eslogan, sino con la experiencia», apunta Santolaya.

Del pasado, como dice la escritora, no se puede huir: «Lo puedes meter en un armario, pero siempre va a volver. Tienes que reconciliarte con él porque esa es la única manera de vivir en paz». Hay otra forma, como dice la narradora: escribir para cambiar el mundo: «Cuando escribo, aprendo. Sobre mí misma y la vida. Espero que la gente aprenda también».

  • «Cara de susto» (Suma de Letras), de Laura Santolaya, 344 páginas, 19,90 euros.