Londres

Londres en Madrid

Obras de Schubert, Wagner, Mussorgsky y Stravinsky. R. Honeck, violín. Orquesta Sinfónica de Londres. D. Harding, director. Auditorio Nacional. Madrid, 24 y 25-XI-2013.

La Razón
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Terminan los conciertos de Ibermúsica de este 2013 con el avance de la próxima temporada. En él los nombres punteros de la dirección orquestal: Abbado, Haitink, Chailly, Jansons, Biondi, Jurowski, Ashkenazy y Nelsons, y un plantel de grandes orquestas como el Concertgebouw, la Gewandhaus y la London Philharmonic, Philharmonia y London Symphony. Es precisamente esta última la que ha vuelto esta semana de la mano de Daniel Harding. Nada que objetar a una agrupación de gran calidad en todas sus secciones. Daniel ha vuelto con ella para demostrar ser un maestro musical, con conceptos bien planteados y desarrollados, pero también su escasez de calor interpretativo. Las lecturas de Harding no transmiten todo lo que deberían, máxime si una de ellas es el segundo acto de «Tristán e Isolda». Contó con un reparto en el que sobresalió la solidez de Matti Salminen como Rey Marke, no yéndole muy a la zaga un Peter Seiffert a quien se le empiezan a notar los años. A ambos se los escuchó más de lo que suele suceder en el Auditorio Nacional. Uno no acaba de entender por qué estos maestros de prestigio no acaban de comprobar que las voces no deben colocarse al borde del escenario. Sucedió algo de ello con Melanie Diener, soprano de calidad pero ya de por sí justa como Isolda, y también con Christianne Stotjin, una Brangaene a quien se la escuchó mucho mejor cuando cantó desde las alturas del lateral del último anfiteatro.

Más complejo que agradecido

En la segunda cita se escuchó la versión original de «Una noche en el Monte Pelado», de Mussorgsky, que suena diferente a la de Rimsky-Korsakov y más aún que la de Stokovski que todos conocemos gracias a «Fantasía» de Disney. Tocó bien Rainer Honeck el más complejo que agradecido concierto para violín de Stravinsky. Si esta obra se llevó al ballet, del mismo autor se programó la versión original de «El pájaro de fuego». Cuando estas partituras se sacan de su contexto, se entiende bien por qué se inventaron las «suites».