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Mary Quant y la libertad de un trozo de tela

La diseñadora se encargó de destapar los muslos de las mujeres en los años 60 con la minifalda
Britain Obit Mary Quant
Britain Obit Mary QuantASSOCIATED PRESSAP

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Ha muerto Mary Quant, la creadora de la minifalda, justo cuando estamos a punto de que, en lugar de señores con sombrero de hongo gritando «inmoral», sean las nuevas feministas las que golpeen los escaparates que albergan la prenda gritando «cosificación». Esa que simbolizó la liberación de la mujer, allá por la década de los sesenta, y fue popularizada por esta británica que, a los 93, podía presumir de haber revolucionado la moda. Que se dice pronto. Parece fácil la cosa: total, no era más que subir el dobladillo. Pero había que hacerlo. Y hacerlo, además, hasta el extremo que ella se atrevió y, encima, convencer al gran público, y en ese momento, de que aquello era moderno. No solo fue audaz: fue toda una transgresión.
Y si entonces se convirtió la prenda en símbolo de la liberación de la mujer, ahora es casi interpretada como una esclavitud. Como los tacones, como el maquillaje, como estar delgada. Como si ponerse una minifalda (subirse a unos stilettos, pintarse el ojo, tener un metabolismo rápido) fuese todo una imposición del patriarcado (ese gran hombre de paja), deseoso de consumir chicha, y no una opción (o condición) y decisión de la mujer libre. Qué curioso cómo cambian los tiempos, y no siempre para mejor. Casi tanto como el criterio de la Organización Mundial de la Salud, que hoy te dice que es sano consumir un huevo diario, en un lustro que dos a la semana y, a la que te descuidas, es cancerígeno.
Pero volvamos a Mary Quant, que ha muerto tres días después que Sánchez Dragó, otro ser libérrimo. No solo se encargó de destapar nuestros muslos (Mary Quant, no Sánchez Dragó. Que a algunas también), sino de despejar nuestras nucas. Lo cortó todo: del largo de las faldas y los pantalones al de los cabellos. El corte Bop, tan mod, también le debe su determinante impulso. Y llenó las calles de pvc, envolvió las piernas en medias de colores y convirtió los estampados geométricos en un «must». Fue lo más divertido que le ha pasado a Gran Bretaña hasta la publicación del libro del príncipe Harry e incluso compensa lo que el «fish and chips» supone a la gastronomía. Que quería diseñar ropa con la que poder subir al autobús, decía, no por escandalizar: la transgresión por la transgresión no entraba en sus planes, pero en el resultado de su motivación se encontraba implícita. Y ahí radica la genialidad.
Sacudió el mundo de la moda sin pretenderlo y nos enseñó que, a veces, menos es más. Menos tela, menos pelo, menos rigidez. Menos normas. Más desenfado. A ella sí podríamos decirle aquello tan cursi de que fue una adelantada a su tiempo, con el mismo acierto con el que de otras podríamos decir (no quiero señalar a nadie) que van con retraso. Y es que el feminismo sí lo personifica, lo personificaba, una mujer que ya entonces hizo lo que quiso dijesen lo que dijesen, que lo dijeron. Una que encarnó como nadie la rebeldía y la libertad de un Londres, el de los sesenta, son su actitud. Así que merecía ese morir apacible que cuentan sus allegados la que hizo más por la emancipación femenina real, con un solo trozo de tela y dos costuras, que todas las últimas olas del feminismo juntas.

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