Festival de las ideas
«Los mercados no pueden decirnos qué tiene valor y cuáles son nuestros valores»
Michael y Adam Sandler participan en el Festival de las ideas y mantendrán una conversación intergeneracional sobre nuestra sociedad, la felicidad y los problemas de la democracia
Los dos Sandel, padre e hijo, Michael y Adam, no son solo dos filósofos, también suponen un relevo generacional. Dos formas distintas de considerar y de responder a las preguntas acuciantes de nuestros días y que preocupan a nuestra sociedad. El primero, el progenitor, llega avalado por una larga carrera y un reconocimiento internacional, el Premio Princesa de Asturias; el segundo, su descendiente, acaba de publicar «Felicidad en acción» (Debate), una reflexión sobre cómo ser felices en la actualidad y donde aborda cuestiones esenciales, como el lenguaje, la tecnología y la necesidad de encontrar un criterio propio. «El mayor riesgo o amenaza para recuperar el control sobre nosotros mismos es que estamos orientados a conseguir objetivos y defender nuestra vida solo en base de lo que conseguimos –dice Adam–. Pero en este viaje que es la vida nos vamos a enfrentar al fracaso, el sufrimiento y las dificultades. Hay que integrar todos esos factores para ser más fuertes y que estas experiencias tengan sentido. Si eres dueño de ti mismo, damos un valor positivo a lo que te sucede. En esta sociedad encontramos placer solo cuando alcanzamos objetivos, pero olvidamos que los placeres son instantáneos y que no satisfacen, porque son fugaces. Algo puntual. Hay que recuperar la sensación de quiénes somos».
Instrumentalización
A su lado, está Michael Sandel. Se suma al diálogo con una puntualización sobre estos mismos aspectos: «Existe un hilo común entre Adam y mi trabajo: una crítica hacia esa actitud instrumental que hay hacia los ciudadanos. No podemos ver a los amigos, o a la naturaleza, de esa forma instrumental. Somos nosotros los que tenemos que definir qué tiene valor. Tenemos que revivir la vida democrática. Como ciudadanos no podemos permitir que los mercados nos digan qué es lo que tiene valor y cuáles son nuestros valores. Este es el debate en el que deberíamos estar involucrados todos los demócratas en este momento. Y, también, aquello que, de verdad. nos debería preocupar. Nuestros juicios de valor y nuestros valores no deberían estar definidos por los mercados. Si, por ejemplo, instrumentalizamos a nuestros amigos solo para nuestros propósitos y deseos, lo que hacemos es que convertir en objetos a las personas. Y nunca vas a obtener la felicidad de esa forma».
Adam muestra su preocupación por el uso de la lengua hoy y cómo se hilvanan los discursos en las redes sociales. Por eso, afirma: «La retórica es el arte de la persuasión. Para eso tienes que entender el punto de vista de quien deseas persuadir, acertar en sus razonamientos y crear imágenes que conecten con ellos. Es lo esencial en el discurso político, pero lo estamos perdiendo. La demagogia consiste solo en intentar agradar al público. Le das lo que pide. Incrementas sus emociones, como la frustración. Ahí lo que falta es la intención, porque no pretendes cambiar la forma de pensar de la otra persona. Accedes a su punto de vista, pero solo para prender las llamas de sus emociones y obtener el apoyo que buscas».
«Las redes deberían cambiar su modelo de negocio porque daña a la democracia»
Ese es justo el recurso que emplean las redes sociales, por eso, el propio Adam asegura: «Esa manera de articular los discursos de las redes son un riesgo enorme para la democracia, porque la gente no habla y cada uno está en su burbuja, en su bando». En este sentido, Michael explica: «El negocio de las redes, el que emplean, es captar la atención de los usuarios y mantenernos en las pantallas. Cuanto más tiempo, mejor. Cuanto más tiempo en la pantalla, más datos recogen de nosotros, más anuncios personalizados hacen para que compremos cosas. ¿Y qué hacen para conseguirlo? La mejor manera de atraer la atención de los ciudadanos es cabrearlos y para eso usan material ofensivo. Cuanto más cabreado estemos, más enganchados estamos a las redes. Este es el negocio: convertir nuestra atención en un bien de consumo. El efecto, claro, es perjudicial porque nos atrapa en pequeñas burbujas. Nos rodeamos de personas que solo piensan como nosotros y pierdes la capacidad y la voluntad de razonar con otras personas».
«Hay que recuperar quiénes somos porque los placeres son fugaces»
Michael Sandel adelanta las consecuencias: «La capacidad de razonar con otros ciudadanos es el elemento esencial de una vida democrática saludable. Pero el modelo de negocio de las redes sociales es atacar esa posibilidad de tener un discurso crítico». Por eso, él mismo comenta: «Tenemos que buscar una manera de regular a las redes sociale, forzándolas a un cambio en el modelo de su negocio, porque ese modelo hace daño al discurso público democrático». En este sentido, Adam asegura: «Estoy preocupado porque las redes sociales diseminan discursos de odio solo porque esto beneficia a las empresas. Esto va justo contra lo que se defiende en la filosofía».
«Hay que vivir la vida como una aventura»
Michael y Adam Sandler coinciden en una idea: «Los hombres hemos perdido el sentido de la aventura de vivir». Adam razona: «Esta es la idea esencial del libro. Creo que es miedo. Un miedo que nos impulsa a evitar la aventura. Vivimos con la impresión de que tenemos que controlar todo a nuestro alrededor, lo que nos pueda pasar». Michael coincide, pero lo expresa con otras palabras: «Tenemos que seguir el viaje de la vida. Hay que vivir la vida como una aventura. Si vives la vida como una aventura, quitas énfasis a los objetivos y estás abierto a lo inesperado y a lo que es impredecible. Estás abierto a lo que hay alrededor de ti mismo».
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