Los integrantes del grupo musical The Sex Pistols.

Sex Pistols: mugre, mentiras y canciones para la Reina

Cuatro décadas después de su aparición en inglés, aparece en España «Dios salve a los Sex Pistols», una crónica desde dentro de los padres del punk

En torno a los Sex Pistols nunca se termina de despejar el mismo mito persistente como niebla londinense. ¿Hasta dónde llega la autoría de Malcolm McLaren, demiurgo de la banda? Para los detractores del corrosivo grupo británico es el fabricador, el pecado original de un grupo que pretende ser antisistema y que, en cambio, tenía detrás todo un maquiavélico plan marketiniano para «vender pantalones», como dijo el mánager en uno de sus habituales excesos verbales. Para otros, McLaren manejó a la perfección los resortes del escándalo público y la doctrina situacionista, pero se dio a sí mismo más importancia de la que nunca tuvo. Desde luego, jugó un papel inexistente en lo musical y si por algo triunfaron los Pistols no fue, desde luego, por su higiene personal. Una versión muy ajustada de los hechos se ofrece en «Dios salve a los Sex Pistols» (Judy y Fred Velmorel, Editorial Contra), un interesante fresco de textos que llega al español más de cuatro décadas después de su primera edición.

Duelo de películas

Exterminaron a los «hippies», eructaron en la cara del rock sinfónico y psicodélico y cayeron como un meteorito sobre las calles de Londres, aniquilando a los rockers y los teddy boys como si de dinosaurios con patillas y tupé se trataran. Fueron, como los describe su mánager en el libro, «la enfermedad más contagiosa, el virus más letal». La mayor sacudida cultural hasta entonces. Sin embargo, el devenir del grupo estuvo marcado por la esquizofrenia de McLaren, que se debatía entre ser una especie de agitador anarquista y un aspirante a empresario del año. Despreciaba la música desde su atalaya conceptual y consideraba a los miembros de la banda poco más que la «arcilla» de su creación. Lo cierto es que, pese a que el mánager del grupo podría haberles enseñado mucho del pensamiento anarquista a quienes escribieron una canción deseando la venida de Bakunin al Reino Unido, nunca le tragaron. Lydon despreciaba la megalomanía y el esnobismo de su jefe. Más aún tras su perversa maniobra con la película «The Great Rock & roll Swindle» («La gran estafa del Rock & roll») que algunos tomaron (y siguen tomando) por la verdad de los acontecimientos, cuando en realidad no era más que a partes iguales burla y delirio de McLaren ejecutado a regañadientes por Julian Temple, como muy bien se cuenta en el libro con el propio testimonio del cineasta. En aquella película, se presentaba al grupo como una oportunidad de «forrarse gracias al caos» y un plan perfecto alumbrado por su cerebro. Tan irritado quedó Temple con el mensaje del filme que, 20 años después, realizó «El ruido y la furia» para ofrecer el testimonio de los miembros de la banda de primera mano. Sin embargo, ya en el año 78, el libro de los Velmorel que llega ahora en castellano había dado cuenta de esta versión y había recogido otras palabras de personajes secundarios de gran interés, como las confesiones de la secretaria de McLaren, Sophie, que asistía perpleja a los acontecimientos de los Pistols y al desencanto de su propia vida, encarnando el tipo de personas que amaban al grupo: «No estoy aprendiendo nada –escribe Sophie en su diario, recogido en el libro–. Me siento aislada, inútil, sin sentido. (…) No siento nada, no voy a ninguna parte. Veinticinco años y ningún objetivo cumplido. Creo que lo llaman depresión. (…) Odio este piso, odio a todo el mundo. No hay futuro».

La intención y la forma del libro rezuman actitud «fanzinera». El volumen contiene entrevistas con los principales protagonistas (Johnny Rotten, Glen Matlock, Steve Jones y Paul Cook participan todos) con excepción hecha de McLaren, al contrario que otros directivos de los sellos A&M y Virgin, y artículos de prensa de la época. Incluso se incluye la intervención de un parlamentario británico. Es cierto que el libro no funciona como una monografía al uso, porque sacrifica datos y hechos en favor de una visión que capture el espíritu de la época, ese tiempo en el que rock se había vuelto aburrido y pagado de sí mismo y una juventud tan desencantada por la música como por la realidad.

Expulsados de las compañías

De esa mugrienta cotidianidad proceden los miembros de los Sex Pistols y su espectáculo visceral y lleno de salivazos. En sus conciertos nace el pogo y la rabia llena el vacío. En el libro se transcribe la entrevista que les presentó en sociedad como su enemigo público número uno, conducida por el periodista Bill Grundy, a quien llaman «bastardo» y «viejo verde» y que marcará el posterior juego sucio de los medios contra ellos, el tono agresivo del discurso en su contra. Publican el sencillo «Anarchy in the U.K.» en 1976 y en enero del año siguiente son expulsados de EMI a causa de los escándalos (en buena medida, por la entrevista de Grundy) y reciben 50.000 libras de indemnización. En marzo, firman por A&M y reciben 50.000 libras. Una semana después son despedidos y cobran otras 25.000. Derek Green, director ejecutivo de la compañía reconoce en el libro que se debió «a lo que crean con su comportamiento». McLaren maneja la situación, atiza el victimismo. Y aparece Virgin, con otro iluminado al mando, Richard Branson, otro que, como McLaren, era un hombre de negocios que pretendía no serlo. «McLaren se creaba sus enemigos en las compañías y les desacreditaba públicamente. Pero cuando intentó hacer lo mismo con nosotros, le ayudamos a hacer lo que quería, en vez de aparecer como sus enemigos. Y eso le frustró», explica un ejecutivo de la compañía. Virgin se atreverá a publicar «God Save The Queen», una canción en la que se llama «gilipollas» a Isabel II en el año del jubileo de la reina, tema que interpretan en un barco sobre el Támesis. El tema llega al número uno en las listas a pesar de que en muchos periódicos se omite el nombre del grupo y de la canción y la primera casilla de la lista de ventas se deja en blanco. La BBC y muchas otras radios comerciales se niegan a emitirlo. Pero nadie puede parar lo que está sucediendo.

A partir de ese momento, las cosas se vuelven todavía más difíciles. Lydon es agredido por la calle. Le rompen la nariz y una pierna, le hacen cortes en el brazo y la cara con una botella. Pocos días después, Paul Cook sufre las iras de unos «teddy boys». Los miembros del grupo se vuelven paranoicos entre los negocios, la prensa, las polémicas y las mentiras de su propio jefe. Prácticamente no pueden tocar en ninguna parte. Temple asegura: «McLaren quería hacer una película, era su obsesión. Y quería disolver el grupo, acabar con él. Lo había planificado. Y creo que ese fue el momento en que empezó a verlo como una creación suya, cuando de hecho fue el producto de su tiempo y de muchos factores como los de Rotten y Sid, que en mi opinión fueron cruciales». Pueden decirse muchas cosas, calibrarse los méritos en diferente proporción. Su producción musical fue escasa (solo publicaron un álbum, “Never Mind The Bollocks”), pero los Sex Pistols hicieron algo que casi ninguna banda ha conseguido nunca: tras su aparición, el mundo no volvió a ser el mismo.