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Johnny Lydon, la ira en su contra

El miembro de los Sex Pistols narra en su autobiografía la persecución que sufrió por el establishment, los punks que le consideraban un traidor y las mentiras del productor Malcom McLaren.

Lydon (a la izquierda) y el malogrado Sid Vicious son los emblemas del grupo
Lydon (a la izquierda) y el malogrado Sid Vicious son los emblemas del grupolarazon

Fue el cerebro (el único que lo tenía) de Sex Pistols, el que escribía las canciones (no es que fueran grandes versos y acordes, pero marcaron una época) y el que se llevó la mayor parte de los golpes que se le devolvieron por tanta ira ficticia volcada desde el escenario. Cuando John Lydon (Londres, 1956), apodado Rotten –podrido– por su escasa higiene dental, dejó los Sex Pistols, empezó a sentir algo extraño: «¿Conoces esa sensación cuando no estás seguro del todo, pero piensas que te han timado?». Así es como se sentía el músico británico que se autoproclamó el anarquista y el anticristo cuando se bajó del escenario para intentar seguir con su vida, según lo cuenta en la autobiografía que acaba de publicar en España Malpaso, «La ira es energía», y en la que Lydon siempre barrunta que aquí hay gato encerrado. Es curioso que en uno de los pasajes más confesionales del libro, Lydon utilice la palabra timo, la misma que eligió Malcom McLaren para calificar la historia del grupo, en su película «The Great Rock & Roll Swindle» («El gran timo del rock & roll»), cuando en realidad, lo que Johnny Rotten quiere defender es que tanto el punk como la banda fueron proyectos artísticos tras los que había ideas y no negocio, al revés que la tesis de la película.

«Me robaron mi banda»

Pero sí, Lydon fue timado. «Me robaron mi vida, me robaron mi banda, y luego me dieron por el culo», escribe el músico en referencia a la década durante la que sufrió las consecuencias de llegar a ser una de las estrellas más efímeras del fango musical. Cuando los dos años que duraron los Pistols se terminaron, Lydon pasó de ser la gran amenaza de la sociedad a saco de boxeo del «establishment». La sensación de engaño la puede entender cualquiera que descubra que su mánager se embolsó una cantidad de varios cientos de miles de libras que te pertenece, y además sufra constantes y aleatorias redadas policiales, seas acosado (él y su familia) por los diarios de Rupert Murdoch, detenido sin justificación y lo que es peor, agredido por los punks a los que Lydon sirvió de modelo, y al que ahora profesan un odio visceral. «Había demasiada gente que me detestaba y otra tanta que quería hacerme daño», explica cuando los Sex Pistols vuelven a reunirse en 1996. La historia de Lydon es la de cómo el punk inglés se convirtió en una ola de energía destructiva que deja de tener fuerza creativa para convertirse en una secta con un sólo anatema: Johnny Rotten, el gran vendido.

Lydon se crió como un hijo de la clase trabajadora, ocho personas en una habitación, y contrajo meningitis por las ratas de su miserable vivienda. Pero su dickensiana infancia contrasta con lo poco que habla de cambiar el mundo: eso sí, insiste hasta la saciedad en que sus colores son los del Arsenal, el equipo de fútbol de Londres. Lydon afirma que sacó partido al sistema de bibliotecas públicas. Su primera fascinación fue la moda, que deja en segundo lugar sus primeras experiencias con las drogas (principalmente anfetaminas), pero, en contra de lo que pudiera parecer, nunca fue un usuario habitual de estupefacientes. Ni los Pistols salían bebidos ni drogados ni estaban en el paro, aunque sí hacian gala de analfabetismo funcional. Sin embargo, según la versión del autor de «Anarchy in The U.K.», McLaren no les dirigía en todo a pesar de que conseguía que el grupo fuera su marioneta con artimañas subterráneas. Durante los apenas dos años de carrera de los Pistols ocurrieron muchas cosas, pero la de dar conciertos tampoco fue una actividad febril: protagonizaron más bien pocos, y la mayoría no eran convencionales, sino en locales relacionados con la moda. «Malcom era un mánager pésimo», sostiene el cantante, aunque quizá tan malo no sería si, como reconoce después, «éramos la banda número uno del momento sin tener un disco». Su imagen y la prensa lo habían propiciado.

El cuchillo

Hay un antes y un después en la historia, cuando ingresa en el grupo Sid Vicious, que aparece como aliado de Lydon frente a Steve Jones y Paul Cook. Era buen tipo, muy excesivo, pero sin maldad. «Lo que pasa es que fue un incompetente musical y utilizaba las drogas para cubrir su inadaptación. Él no tocaba ninguna canción, hacía lo que le salía de los cojones y a veces ni siquiera enchufaba el amplificador». Lemmy, líder de Mötorhead, trató de enseñarle pero fue imposible. «Estaba muy perdido en el mundo por culpa de su madre, una mujer yonqui oficial que le regalaba heroína en el día de su cumpleaños. Cuando apareció en su vida Nancy Spungen se metió de lleno en el rollo Lou Reed. Sid era una basura de tipo que no podía haberse acostado con otra persona que no fuera la repugnante Nancy, pero yo le quería por eso. Era gracioso y hacía parodia de todo, qué pena que se convirtiera en una parodia de un estilo de vida toxicómano», recuerda. El grupo estaba a punto de disolverse, pero la estrategia de McLaren pasa por una gira estadounidense. Allí, Malcom utiliza a Sid para romper la banda. «Con su megalomanía, quería destruir lo que no podía controlar. Si alguien tenía una idea que le habría gustado tener a él, se dedicaba a boicotearla». Rotten explica que el mánager le facilitaba las drogas a Sid Vicious para tenerle de su lado, y aletargardo. «Su comportamiento fue un acto criminal», dice el cantante, que asiste a encerronas frente a la prensa que hacen quedar al grupo como imbéciles para que todo el mundo piense que el único con sesera es el mánager. La muerte de Sid fue trágica. «Él siempre llevaba un cuchillo encima porque le debía, como Nancy, mucho dinero a traficantes. A ella la mataron con un cuchillo pero él no se acordaba de nada. Sid cayó en la cárcel y supuestamente murió con una sobredosis preparada por su madre. Qué bonito», dice su compañero de banda, cuyas carencias resume así: «Educación no es lo que te enseñan en el colegio, sino la habilidad de ser crítico y reunir la información de manera correcta».

Los Pistols se separan y el sistema se echa encima, especialmente, de Lydon. Las redadas se producen cada semana en su casa sin explicación y a deshoras. «Me sacaban descalzo, en pijama o desnudo. Volvía a casa caminando con mi bata roja desde la comisaría». Se supone que eran por tráfico de drogas, pero Rotten consume muy pocas. El colmo es cuando le detienen «por tener una bandera del IRA en la ventana de atrás». Era, en realidad, una bandera de Italia. La verdad es que, a partir de este momento, la biografía del músico pierde interés, entre otras cosas, por el disparatado ego del que hace gala. Forma PiL, un grupo que a su juicio «fue también el más influyente de su tiempo». Rechaza conocer a Kurt Cobain y sus opiniones se convierten en puro arbitrio. Critica a Joe Strummer y los Clash por echar a perder el punk al hacer música con contenido político y poco después escribe canciones contra el capitalismo. Y, para rizar el rizo, más tarde, aunque eso no lo cuenta Lydon, cederá el nombre de Sex Pistols para un perfume. Eso sí, es escrupulosamente respetuoso con los asuntos íntimos y sexuales, y ahí sí que hace algo de autocrítica: «John Lydon tiene el pene de un tamaño del que cualquier otro hombre se puede reír y a mí no me importa», escribe. En algunos de los desvaríos de su «egotrip» confiesa que estuvo pensando llevar su biografía al cine y que el más indicado para interpretarle habría sido Justin Timberlake. Pero quién puede culpar a un hombre que ya no distingue si vive como un timador o un timado.