Veto cultural

El dilema Gergiev: ¿deben los artistas rusos condenar a Putin?

El director de orquesta se encuentra en una situación que ya vivieron Carl Orff, Richard Strauss o Von Karajan y nos lleva a preguntarnos si es justo el veto cultural

Valery Gergiev
Valery GergievLa RazónLa Razón

En muchos medios, principalmente las redes sociales, se pide que se cancelen los contratos a Valery Gergiev, una situación que ya vivieron en su día otros músicos célebres como los compositores Richard Strauss o Carl Orff; los directores de orquesta Wilhelm Furtwängler, Herbert von Karajan, Karl Böhm o Willem Mengelberg; pianistas como Walter Gieseking o cantantes como Elisabeth Schwarzkopf. Y es que la historia siempre se repite. ¿Acaso las pasadas conversaciones de los líderes occidentales con el presidente Putin no recuerdan las de el primer ministro Chamberlain con Hitler?

Gergiev ha sido siempre un protegido de Putin, tanto a nivel privado como público. Pertenece al Consejo para la Cultura y las Artes en el Kremlin, se alzó con el mando del Teatro Mariinsky de San Petersburgo, la ciudad natal de Putin, e incluso logró allí construir un segundo teatro y sucursales en Vladikavkaz o Vladivostok. A cambio, Gergiev apoyó claramente al presidente en el conflicto de Georgia de 2008, firmó un comunicado aprobando la anexión de Crimea y no dudó en respaldar la ley rusa que prohíbe la «propaganda para las relaciones sexuales no tradicionales». Sus apoyos mutuos son obvios. Sin embargo, ¿hasta qué punto son justos o lógicos los vetos a personas de la cultura por sus ideas políticas? Esta es la cuestión.

Recordemos cuando en 1949, estando Dmitri Shostakovich en Nueva York, el periodista y compositor Nicolas Nabokov le preguntó si aprobaba la prohibición estalinista a la música de Igor Stravinsky en su propio país de origen. Shostakovich se vio obligado a apoyar públicamente a Stalin ya que, de no hacerlo, habría tenido que solicitar asilo político en los Estados Unidos. Durante muchos años su música fue discutida, unas veces considerada decadente y reaccionaria y otras representativa del nuevo arte socialista por el PCUS, al que se afilió, y llegó a ocupar responsabilidades importantes en las instituciones artísticas e incluso a ser miembro del Sóviet Supremo de la Unión Soviética. ¿Se le vetó por ello en el mundo? No.

Dos tipos de personas

Pero las cosas no siempre sucedieron así. Richard Strauss fue un compositor muy apreciado por el nazismo. Llegó a ser presidente del Consejo de Música del Reich. La relación se deterioró cuando entabló contacto con el judío Stefan Zweig como su nuevo libretista. Tras el estreno de «La mujer silenciosa», el intendente del teatro de Dresde, Paul Adolph, fue despedido, la obra se suspendió a partir de la tercera representación y Strauss destituido como presidente del Consejo de Música del Reich. Se le había interceptado una carta al escritor en la que expresaba «¿Cree usted que yo me conduzco en todos mis actos pensando que soy alemán? ¿Cree usted que Mozart era consciente de ser ario cuando componía? Solo conozco dos tipos de personas: las que tienen talento y las que no lo tienen». Desde entonces se le vigiló, pero no podían prescindir de su autoridad musical y aún le encargaron el Himno Olímpico para los juegos que inauguró Hitler en Berlín en 1936 y y Strauss continuó apareciendo en actos oficiales junto a miembros del partido. No obstante, luchó por mejorar la educación musical, proteger el derecho de reproducción de los compositores y se negó a participar del proceso de «arianización» del mundo musical, en especial de poner en la lista negra a los compositores alemanes judíos.

Anna Netrebko afirmó en redes sociales que «me opongo a esta guerra»
Anna Netrebko afirmó en redes sociales que «me opongo a esta guerra»Luca BrunoAgencia AP

Esta conducta contradictoria, a la que sin duda se vio obligado, estuvo en buena parte causada por el hecho de que su nuera, Alice, era judía, por lo que el compositor empleó su influencia para protegerla a ella y a sus nietos. Lo consiguió, pero no así con los demás familiares, que fueron internados en el campo de concentración de Theresiensatadt. Al terminar la contienda, en 1945, fue acusado de colaboracionismo con los nazis y sus bienes y cuentas fueron embargados, prohibidos sus conciertos y soldados americanos acudieron a su casa de Garmisch para detenerle. «Soy Richard Strauss, el compositor de ‘’El caballero de la rosa’' y ‘’Salomé'’» advirtió con decisión, y el teniente Weiss, también músico, colocó en el jardín una marca para proteger al compositor. Strauss compondría poco después su «Concierto para oboe» para el oboísta estadounidense de la Orquesta de Pittsburgh John de Lancie, que estaba entre los soldados que ocuparon Alemania. En 1947 fue absuelto en el proceso de desnazificación. Sin embargo, el gobierno de Israel no aceptó el veredicto y Strauss estuvo prohibido hasta 1994. Dos años más tarde la Orquesta Filarmónica de Israel tocó por primera vez «Till Eulenspiegel». Caso muy discutido fue el de Wilhelm Furtwängler. Aunque nunca hizo el saludo nazi y mantuvo cierta distancia con el régimen, dirigió conciertos en fiestas e incluso en la celebración de un cumpleaños de Hitler. En 1936 rechazó una oferta del Metropolitan neoyorquino para asumir el mando del potente símbolo del aparato propagandístico-cultural del Reich, la Filarmónica de Berlín. Los problemas llegaron cuando se le prohibió dirigir «Matías, el pintor» de Hindemith, en 1934.

En busca y captura

Tuvo que abandonar la dirección de la Ópera de Berlín y fue destituido como vicepresidente del Consejo de Música del Reich. También tuvo que pasar por el proceso de desnazificación, declarando: «Yo sabía que Alemania se encontraba en una terrible crisis; me sentía responsable por la música alemana, y que era mi misión el sobrevivir a esta crisis, del modo que se pudiera. La preocupación de que mi arte fuera mal usado como propaganda ha de ceder a la gran preocupación de que la música alemana debía ser preservada, que la música debía ser ofrecida al pueblo alemán por sus propios músicos. Este público, compatriota de Bach y Beethoven, de Mozart y Schubert, aun teniendo que vivir bajo el control de un régimen obsesionado con la guerra total. Nadie que no haya vivido aquí en aquellos días posiblemente pueda juzgar cómo eran las cosas. ¿Acaso Thomas Mann realmente cree que en la Alemania de Himmler a uno no le debería ser permitido tocar a Beethoven? Quizás no lo haya notado, pues la gente lo necesitaba más que nunca, nunca antes anhelaba tanto oír a Beethoven y a su mensaje de libertad y amor humano, que precisamente estos alemanes, que vivieron bajo el terror de Himmler. No me pesa haberme quedado con ellos». Karajan, que se había afiliado al partido en 1933, fue tutelado por Herman Göring y Joseph Goebbels, nombrándole maestro repetidor de la Staatsoper unter den Linden. Dirigió «Tannhäuser» en 1935, celebrando el cumpleaños de Hitler. En pleno apogeo nacionalsocialista, creció la rivalidad entre Karajan y Furtwängler y la Prensa alemana ensalzó constantemente las apariciones del más joven. Sucedió a Furtwängler en la Filarmónica de Berlín en 1955, a pesar de que su relación con Hitler tuvo sus más y menos, quizá porque su primera mujer, Anita Gütermann, fue judía. Al acabar la contienda, hubo de enfrentarse a una orden de busca y captura que le obligó a esconderse en Italia y Viena. Allí entabló amistad con el productor musical americano Walter Legge cuya mujer, Elisabeth Schwarzkopf, también sería acusada después como colaboracionista. De esta relación nació la más prolífica serie discográfica hasta la fecha.

Son ejemplos de la presión de la política o la sociedad sobre la música y, en general, la cultura. Hay muchas más historias. ¿Acaso no se acuerdan de los vetos a Joan Manuel Serrat tras negarse a cantar en Eurovisión el «La,la, la» en castellano, o lo que sufrió Raphael siendo acusado de colaboracionista con Franco? ¿Y, qué me dicen lo que padece Plácido Domingo en otro orden de cosas? ¿Queremos ahora repetir el pasado? ¿Cuántas veces tenemos que tropezar en la misma piedra?

Los vetados: de Londres a Nueva York
A Gergiev se le ha dado plazo hasta hoy para que se desmarque de Putin. Si no lo hace, podría perder sus conciertos en la Scala de Milán o su titularidad en la Filarmónica de Munich. De hecho, ya se le han cancelado conciertos en el Carnegie Hall neoyorquino, lo mismo que a su solista en ellos, el pianista Denis Matsuev, a quien también ha eliminado ya nuestro Palau de la Música. Así como Gergiev ha sido despedido por sus representantes: «Se nos hace imposible e inoportuno defender los intereses del Maestro Gergiev», escribía el director de la agencia Marcus Felsner en un comunicado. A la soprano Hibla Gerzmava le han cancelado un concierto en Letonia, país amenazado. La Royal Opera House londinense anuló las representaciones del ballet ruso del Bolshói. Anna Netrebko, quien suspendió el viernes su concierto en Dinamarca ante las presiones, ha escrito en redes sociales: «Me opongo a esta guerra. No soy una persona política. Debería ser libre de expresarme en uno u otro sentido». Lo mismo ha expresado su marido el tenor Yusif Eyvazov, así como Kirill Petrenko, titular de la Filarmónica de Berlín, ha asegurado que «el traicionero ataque de Putin a Ucrania viola el derecho internacional y es un cuchillo en la espalda de todo el mundo pacífico. Un ataque a las artes, que unen a través de las fronteras». ¿Qué hacemos con el recital del ruso Sokolov en el Auditorio Nacional? ¿Tendría sentido cancelarle o, peor aún, abuchearle cuando salga al escenario?