Huracán Tangana
Su obra es un estímulo visual y auditivo inmediato que se suele agotar una vez se aprende, aunque es la inteligencia lo que le diferencia de sus colegas
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A FAVOR: CONTRA LOS CENSORES DEL NUEVO PURITANISMO
Por Sabino Méndez
Defender a C Tangana menos de siete días después del Día Internacional de la Mujer es convertir la propia mejilla en portaviones para que aterricen en ella infinitas bofetadas de la actual sociedad bienpensante. Pero, por honestidad y coherencia, hay que hacerlo. Vaya por delante que mi posición es que a los músicos hay que defenderlos siempre, dado que destruyen mucho menos el mundo (aunque a veces lo ensucien) que la gran mayoría de profesiones humanas. Cuando empiece a hacerse el ranking de la huella de carbono por profesiones (que todo llegará), se verá claramente. Ahora bien, que los mismos que defienden a Valtònyc sean los que le reprochan cosas a C Tangana me parece una hipocresía soberbia. Hasta la fecha, que yo sepa, C Tangana no ha pedido la muerte para nadie, ni ha instigado nunca al personal a poner bombas. Parece mentira que, en pleno siglo XXI, tengamos todavía que estar repitiendo obviedades morales como recordar que no se debe matar ni invitar a ello.
Estamos además en los terrenos de la música popular. Desde los años sesenta, con el rock y con Bob Dylan, el arte entró claramente en ese territorio y la música popular dejó de ser mero entretenimiento y evasión para convertirse en una cosa mucho más compleja: arte interdisciplinar que condensaba cine, danza, canción y teatro. Usaba esa mezcla de disciplinas para decir cosas y hacer comentarios sobre lo que nos rodeaba. Un arte, por cierto, algo chocarrero, pero muy divertido. Y creo que puedo decirlo con conocimiento de causa, ya que lo he practicado a fondo durante muchos años.
En esa práctica una de las primeras cosas que aprendí –y comprobé con la experiencia del público– es que la función del arte entre las gentes no es pintar cómo de bueno debería ser un mundo ideal de color de rosa. Esto último sería una simple prédica y el arte (caro o barato, fácil o difícil) no está aquí para predicar las normas de un mundo políticamente correcto y pedir sumarias explicaciones a quien no quiera acatarlas. El arte (su curioso estatus de aumentar la realidad y detener el tiempo) para lo que sirve a las gentes es para explorar (así, subráyenlo enérgicamente) el mundo: para mostrarnos cómo es, para enseñar tanto su horror como su ternura y dejarse caer en picado por ese abismo de emociones intentando mantener el valor de no cerrar los ojos mientras se salta al vacío. Lo más estimulante de descubrir eso a través de la música popular es encontrar luego ese mismo razonamiento, prolijamente desarrollado, en los libros de los grandes escritores de los últimos doscientos años, desde Flaubert a Kafka.
¿Cómo voy a reprocharle a C Tangana que se retrate en un yate rodeado de señoras suculentas si sé, a la vez, que ese es el sueño húmedo inconfesable de muchísimos de los varones que nos rodean? ¿No será mejor mostrarlo y preguntarse entonces, ante la evidencia, por qué funciona así nuestra mente réptica? ¿Y no será también más interesante intentar arrojar luz sobre el modo en que nos comportamos frente a esos instintos irracionales? Sé me dirá que estas últimas y apasionantes preguntas no son precisamente –a la vista de sus vídeos– el objetivo principal de la búsqueda particular de C Tangana, sino que persigue objetivos mucho más pedestres destinados a saciar fantasías más inmediatas. Y yo diré que, de acuerdo; pero que debido a que simplemente no satisfaga nuestras exigencias filosóficas no deberíamos linchar a nadie. Lo siento, pero cuando soy invitado a presenciar un ahorcamiento tengo la costumbre de no hacer nunca acto de presencia.
Además, los censores del nuevo puritanismo, los indignados frente a la desfachatez persistente y constante de la vida humana, todavía no han entendido que las hogueras públicas no sirven de nada porque la audiencia siempre va a estar irreconciliablemente escindida entre los que tienen miedo de escandalizarse y los que precisamente tienen miedo de no hacerlo. Ambas reacciones son más bien conductas psicológicas personales que preceptos generales. La capacidad musical de C Tangana y su talento para manejar el efecto de lo que hace está fuera de toda duda. Como mucho, podrá algún día darse la paradoja de que sus detractores le reprochen lo mismo que se reprochaba a las primeras liberadas: «Es que va provocando».
EN CONTRA: LA SUTIL DIFERENCIA ENTRE ARTE Y ESPECTÁCULO
Por Alberto Bravo
Tampoco hace falta ponerse demasiado exquisito para expresar tu indiferencia (o insatisfacción) hacia la figura y el trabajo de C Tangana, pues llegados a este punto tanto la imagen que ha creado como sus discos parecen algo indivisible. Todo consiste en entender la música como arte o como espectáculo, una distinción tan sutil como superlativa. Por resumirlo brevemente: los Rolling Stones del «Exile» eran brillantísimos y los Rolling Stones de los fuegos artificiales son solo divertidos, si es que aceptas la broma.
Lo cierto es que C Tangana es irreprochable en muchos aspectos. Para empezar, es un tipo con una enorme capacidad de trabajo, toda una distinción entre sus compañeros de generación, generalmente gente que quiere llegar al éxito sin pasar antes por los sacrificios que suele exigir el camino. Y también parece muchísimo más inteligente que la amplísima mayoría de sus colegas, algo que por otra parte tampoco parece tan difícil. Pero no le quitemos méritos aquí. Él quería ser una estrella del espectáculo y lo está consiguiendo como se debe: con paciencia y dando los pasos justos.
Lo último es «El Madrileño», un producto magníficamente estudiado y que remite a las reglas de oro de la industria (cuando era industria): se trata de salirte del género, ampliar horizontes para mostrar tu versatilidad, rodearte de invitados para ganar credibilidad y promocionar tu disco hasta la extenuación por todos los canales posibles. En realidad, es una vuelta a aquellos tiempos, los 90, donde la industria ganaba dinero a chorros y lo gastaba con una alegría infinita. C Tangana es hoy platino para las casas de discos en tiempos en los que hay que atar el mirlo blanco cuando lo encuentras. Ahora el rapero hace pop, flamenquito, tecno y, por supuesto, también ronea.
El asunto es que lo que hace C Tangana es espectáculo, un estímulo visual y auditivo inmediato que se suele agotar una vez se aprende. El arte, la cultura, es siempre más duradero. El arte no se consume a través de un móvil. Es inconcebible utilizar este trasto para escuchar «God only knows», «Shine on you crazy diamond», «Impossible germany», «Looks like rain» o «Visions of Johanna». C Tangana está hecho para el consumo rápido e inmediato. Sus discos pretéritos se irán olvidando a medida que avance su carrera y solo el nuevo y quizá el anterior se guarden en ese instante en la memoria de sus hinchas.
Pero es ley de vida con los nuevos formatos. En otro tiempo, ya tan lejano, el disco era un concepto artístico global que incluía portada, arte interior, letras y demás. Todo formaba parte de la larga liturgia de la escucha y todo se te quedaba en la memoria. No es lo que sucede ahora, sea el género que sea.
En lo que se diferencia C Tangana del resto de colegas, y ya se ha sugerido, es que no es un simple gamberro con ganas de mostrar todo el dinero que tiene sin haberse esforzado para ganarlo. Da la impresión de tener la cabeza bien amueblada y dejarse asesorar por los que saben. Por eso, barnizan bien un producto cuya música quedaría pobre sin una producción adecuada. Y da lo mismo que muchas de sus letras sean sonrojantes muchas veces y que haga esa indignidad de hacer rimas con tiempos verbales similares («Este no es más que otro sarao / En el que te has colao / Con un traje alquilao / Ni siquiera me han nominao»). Una de las ventajas de C Tangana es que no tiene muchos con los que compararse en este sentido, pues el género de trap o el reguetón no da mucho más de sí en cuanto a la elaboración de los textos. Es de una limitación exagerada. Tanto por la pobreza de léxico como por la escasa versatilidad del propio mensaje. Hablemos de uno mismo, de lo «empoderao» que estoy y lo auténtico que soy. El cultivo de ese canalleo tan estomagante y tan merecedor de un «Pantomima Full» infinito.
En el mejor de los casos, C Tangana puede convertirse en un buen chiste que de tanto repetirlo se hace pesadísimo. Pero si no lo repites y te limitas a su consumo rápido, puede llegar a hacer su gracia. En eso consiste el espectáculo: entretener. Y no pidan más. Sobre cultura y arte, ese ya es otro debate. «Cultura de la calle», te dirán sus defensores. Eso en realidad es un pobre argumento. Lo que haya en la calle no tiene por qué ser bueno necesariamente, más que nos pese.