Manolo García: “La capacidad del ser humano de aguantar el tirón es infinita”
Impulsivo, intuitivo, inspirador, el artista continúa imparable lanza este viernes doble disco: “Mi vida en Marte” y “Desatinos desplumados”
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Para Manolo García, sentarse a pintar «un rato» quiere decir hacerlo durante unas seis horas seguidas. Mientras que para crear un disco de cero –véase composición y guitarra, para empezar– le vale con menos de un mes. Esto último le ha ocurrido con «Desatinos desplumados», álbum con 13 canciones que lanza el viernes y que creó en cuestión de días en diciembre. Porque para él, la vida es eso: instinto, impulso, inspiración, introspección. No satisfecho con eso, decide apostar por más, reinventarse para poner en jaque la monotonía –costumbre uniforme, para el cantante y pintor, tan aburrida e inútil–, y junto a este disco publicará otro, «Mi vida en Marte», con 14 temas. Todo ello, mientras prepara una exposición en Madrid y otra en Burdeos, tras la que ha realizado en un pueblo de Málaga. En definitiva, intercambio creativo. Comunicación. Estar cerca y que se note. Eso sí, a través de un talento imparable.
Saca un álbum doble, ¿muchas cosas que decir o es que no veía la hora de compartirlas?
He tenido tiempo con todo este tostón de la pandemia, tan inquietante, pavorosa, un desastre. No puedes huir en ninguna dirección despavorido ni salir por patas. Hay que templar, estar en el mundo, que nos ofrece luces y sombras. Y mi forma de estar en este duermevela es esta, pintar, preparar exposiciones, tocar y hacer canciones. Y vas acumulando obras. Lo he hecho muy a gusto. Ha sido un tiempo para mí de felicidad. Dentro, insisto, de ese pesar. Es un refugio, un aliento, darte alas a ti mismo y pensar que con tu talento quizá puedes darle ánimo a otros.
El bolígrafo y el pincel, ¿le sirven de evasión o de desahogo?
Es una suma. La palabra es experiencia vital. Sentir que la vida merece la pena es cuando alguien te abraza, te sonríe, te ofrece una canción bonita. Cuando uno compone no sabe lo que va a salir, pero la magia llega, y esa emoción es palpable, impacta en otras personas. Saber que puedes vivir sin un móvil, caminar por el desierto de Almería, que caigan cuatro gotas y ver cómo han crecido cuatro briznas de hierba, observar aves volando, migrando, tener una conversación de cinco horas en una terraza en Madrid, con alguien con quien estás a gusto, arreglando un mundo sin arreglo... Eso forma parte de un todo en el que las canciones, los cuadros, el mundo de la cultura, resultan un regalo magnífico de unos dioses generosos que nos cuidan.
Parecen ser los sentimientos y la naturaleza sus principales ingredientes cuando compone.
Hubo algo curioso, cuando llevábamos tres semanas confinados, que se notaba cómo todo florecía más, se vieron jabalíes donde antes no estaban, el puerto de Barcelona se puso verde esmeralda y atrajo a los delfines, y en la sierra de Madrid se vieron más águilas que nunca. ¡Pues claro! ¿No nos habíamos dado cuenta? Muchas personas no han necesitado ninguna pandemia para saber que lo más importante en la vida es la calma. Me pueden decir «eres un romántico, un anticuado, pasado de vueltas, anacrónico»... yo no soy nada, si no un ser humano al que el asfalto le repele y un árbol floreciente le atrae. Que una mirada hosca, un salivazo, un puñetazo, le repelen. Y una mirada cariñosa, una sonrisa, le atraen. Y mi forma de abrazar a la vida es compartiendo canciones, recomendando libros, películas. Regalos, intercambio, vida. Venimos de un tiempo inconmensurable, infinito, de la nada, luego hay un brillo que dura un instante, y volvemos a la nada. Acepto y respeto absolutamente a los creyentes que ven más allá, pero suponiendo que volvemos a la nada infinita, ese tiempo de lucidez es tan rápido que lo absurdo es no aprovecharlo. Es mejor que vivamos todos correctamente a que solo vivan unos pocos muy bien (según ellos, porque no me lo creo), y la gran mayoría muy mal. Es ilógico, nada racional y torpe.
Gran parte de ese brillo está repleto de guerras o desastres, ¿es fácil perder la esperanza en el ser humano?
La capacidad del ser humano para reinventarse y aguantar el tirón también es infinita. No hay que perder nunca la esperanza, porque sin ella somos un pelele, los hilos se cortan y nos caemos. Otra cosa importante es deshacer los nudos y erguirte, luchar cada uno con sus posibilidades y de manera pacífica por una dignidad y mejores condiciones para todos. Todo ello, aceptando el billete de ida que es la vida, sin vuelta. Esa es la actitud, comérselo con patatas viendo cómo no pincharnos las encías con el tenedor. Nadie es perfecto, todos tenemos altibajos. Pero tenemos que apoyarnos. La vida es un intercambio y la soledad es algo terrible. Cuando veo a personas tiradas en las calles, durmiendo en puentes o cajeros, pienso cómo podemos estar contentos cuando el vecino no lo está. Yo claro que lo estoy por cómo me va, y agradecido, pero no del todo, porque hay que ser coherentes todos en el mismo barco. Si se hunde lo hará para todos, a ver si lo entienden. ¿Me hablan de tecnología y robotización? ¡Váyanse a la mierda! Ya no es que nos estemos deshumanizando, sino que esto no es nada aleccionador, poético, prístino, limpio. Ya sabemos que Atila, los vándalos, los Reyes Godos, los árabes o los romanos se mataban. Ya conocemos la condición humana. Pero estamos en el siglo XXI, ¿no hemos avanzado nada?
Quizá el problema esté en que nos hemos acostumbrado a ese paisaje.
Estoy de acuerdo. Ya no se trata de hacer una revolución y ponerlo todo patas arriba, sino de obrar de una forma consecuente a las posibilidades humanas. Para mí, la gran revolución que ha de ser pacífica e indispensable, es la verde. Un árbol, cualquier arbusto, una secuoya o un álamo crecen, buscan luz y nutrientes en el suelo. Pero llega un momento en que necesitan echar raíces, fortalecerse, porque si siguen hacia arriba se van a quebrar. No podemos quebrarnos, hemos de echar raíces y vivir todos. Dentro de la imperfección de la vida, debemos hacerlo mejor.
¿Vamos tarde?
No, pero hay que actuar ya. Suelo hacer la broma con lo que dice un grupo que me gusta mucho: la filosofía de Siniestro Total, que dice «¿cuándo se come aquí? y ante todo mucha calma». Son mis Sócrates. ¿Cuándo comemos aquí, y no solo ministros y funcionarios? No hace falta caviar, tranquilos.
¿Ha recuperado algún tema de la recámara para los discos?
Sí. «Laberinto de sueños», de «Desatinos desplumados», es una rumba, a mi modo, que la tenía para mi anterior disco, «Geometría del rayo». También he rescatado «La Maturranga». Lo demás casi todo lo compuse en poco más de 20 días. Me dio un pronto, anotaba textos, letras, y notaba que la cosa tiraba. En «Mi vida en Marte» es todo de los últimos años.
¿De dónde sale tanto material?
Somos lo que vemos, leemos, vivimos. Llevo leyendo toda la vida, he visto todo el cine que puedas imaginar, he escuchado toda la música y he visto todos los museos y galerías que he tenido al alcance. Me lo como todo con patatas. Entonces algo va quedando.
¿Es para usted una constante la búsqueda de la renovación?
Huyo de la rutina y lo repetitivo. En la música me sale de manera natural, porque ya no me sale aburrirme. «Nada es lo que fue», digo en una canción, y «nada es lo que será». Es una obviedad. Soy de impulsos, de intuición, soy bastante animalito para eso. La vida para mí es mirarte a la cara y escucharnos, no tener un móvil y mandar ochocientos mensajes. Cómo se llama eso que hablas y otro lo oye...
¿Un mensaje de voz?
Eso, no sé lo que es. Para mí eso no es vida. Ahora, si queréis funcionar así, hacedlo. Mi pequeño, torpe y tonto recurso es la calidez, la mirada, el calor. ¿Soy mejor que tú? Para nada. Cada uno con su sensatez y obrando en consecuencia. Eso sí, pretender que los niños tengan un móvil o Wi-Fi es una cabronada. Alcohol y tabaco prohibido para menores, pero puedes estar abducido por un aparato viendo monstruosidades. No intento convencer a nadie de nada, pero estábamos mejor con una pelota en la calle.