David Bowie: la teoría del caos que moldeó un genio
Brett Morgen se deja poseer por la vida inabarcable del genial artista en “Moonage Daydream”, un documental recién estrenado, laberíntico y fragmentario, que atrapa una personalidad artística única
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Pronto, Brett Morgen se enfrentó a la paradoja. ¿Cómo se hace una “película biográfica” de alguien cuya vida no es abarcable? ¿Cómo se ordena el caos de la existencia de David Bowie? ¿Qué haces cuando has tenido acceso ilimitado a su archivo personal y, tras más de siete años de trabajo, te das cuenta de que no quieres hacer una “película biográfica”? Esas son algunas de las tensiones que laten en cada plano de “David Bowie. Moonage Daydream”, la anunciada como película definitiva sobre el genio de la música, un creador único, enigmático, indefinible, pero que no tiene nada de canónica ni de conclusiva. En primer lugar, porque nos asomamos a una vida tan desbordante que pone al espectador, primero, ante el manual de estilo de cómo exprimir nuestra limitada existencia sin malgastar un solo día y, después, inevitablemente, ante la abrumadora realidad de medirse a un gigante. Tan extraordinario es el sujeto de la película que su contenido no podía ser convencional. No esperen una biografía al uso: la cinta de Morgen es misteriosa, fragmentaria y mágica. Como David Bowie.
Sin embargo, si lo que buscan es una película que cuente que David Jones (1947 -2016) nació en Brixton, creció de aquella manera y después fue a tal escuela, la cinta de Morgen solo logrará irritarles. Porque algunas de esas cosas se cuentan cuando no procede y otras se solo se insinúan o aparecen deslavazadamente, mientras que la mayoría de los datos biográficos se omiten. Sin embargo, si quieren oler a Bowie un segundo, llevarse una impronta fugaz del genio o asomarse a su vida un segundo a través de la persiana antes de que salga volando hacia el espacio, aquí lo encontrarán. “No hay principio ni final. Me estoy muriendo y tú también. ¿Eso importa? ¿Debo preocuparme? Sí, claro que importa. La vida es fantástica. Pero todo es impermanencia, transitoriedad. Somos momentos perdidos en el tiempo como lágrimas”, dice la voz en off de Bowie al principio de la película, marcando el tono trascendente de las siguientes dos horas y cuarto. Porque “Moonage Dream”, construida como un larguísimo videoclip en el que pocos planos llegan a los diez segundos (algo que puede irritar a no pocos espectadores), está lleno de texto, de declaraciones de intenciones, de filosofía vital, de disquisiciones sobre la identidad y el arte. Estamos en la puerta de entrada a una mansión fascinante llena de habitaciones.
Como decíamos, Morgen (que ya ha trabajado el documental musical en “Crossfire Hurricane”, sobre los Rolling Stones y en “Kurt Cobain: Montage of Heck”, entre otros) fue el primer cineasta en acceder al archivo completo del artista británico y en obtener el apoyo de sus herederos. Según ha revelado él mismo, se sumergió en unos cinco millones de documentos, entre los que se encontraban dibujos nunca vistos, grabaciones, películas y diarios, que el británico atesoraba con compulsión de archivero y que para el director supuso el mayor esfuerzo que había realizado nunca para preparar una película. Los cuatro meses que había pensado dedicar a visionarlo todo se convirtieron en dos años. Entrevistas de televisión, actuaciones inéditas y vídeos domésticos se abrieron ante los ojos de Morgen, quien, para mayor desgracia, sufrió un ataque al corazón durante el proceso de la película. Estuvo tres minutos en parada, cinco días en coma. “No pasó por accidente. Mi vida no estaba equilibrada, me había obsesionado con el trabajo. Me obsesioné completamente con la película, estaba digiriendo a David y sus imágenes me hablaban. Pero la idea de morir a los 47 años me aterraba. Mis hijos no tienen más de 7″, explicaba el director a la revista “Uncut”. Así que transformó la energía de la película en un mensaje vitalista para sus hijos: “Sabía lo gran artista que era Bowie, pero no la clase de hombre sabio e increíble que era. Así que decidí crear a través de su vida un mapa dirigido a mis hijos para que sepan cómo vivir de la manera más plena en el siglo veintiuno”. Morgen se recuperó plenamente, pero seguía teniendo una afección cardíaca y entonces llegó la pandemia. El realizador permaneció en total aislamiento, flotando en el espacio exterior de la vida de David Bowie. Pero nadie podía ayudarle a trabajar en el metraje de la película que exigió cuatro años de completa inmersión. Debido a estas vicisitudes, a su propio afán por capturar el misterio y quién sabe si poseído por el desorden del artista británico, completó su obra bajo el signo de una estructura laberíntica. Tan lejos llegó en su obsesión el realizador, que una de sus principales preocupaciones eran los colores. A partir del rojo de Ziggy Stardust, fue dando forma a una paleta que completase el arcoíris con la sucesión de planos y de imágenes.
Las transformaciones
El primer obstáculo era sortear la “presión del fan imaginario”, esa que lleva a cabo uno mismo cuando se sitúa en el calzado de los devotos de Bowie que esperan una cinta que repase sus fases creativas, sus momentos de auge y caída y sus sucesivas transformaciones. Pero todo el mundo conoce ya eso, o bien hay muchos libros y documentales que lo narran. Está en la Wikipedia, se defiende Morgen, que evitó la narración de la época junto a Iggy pop y la etapa tóxica de Berlín o a la de Tin Machine. El director, en cambio, prefiere una película emocional y sensible. Pero sin renunciar a contar, por ejemplo, las razones del gusto del creador por el disfraz en el inicio de su carrera, cuando se presentó ante el mundo como Ziggy Stardust, el Duque Blanco y otros personajes. En lugar de convertirlo en una mera cronología, acompañamos a Bowie en su permanente exploración. “Lo importante es la búsqueda; creer haber llegado a algún punto es desalentador”, dice el narrador en el filme. Lo más curioso de la película es cómo Bowie, vestido y peinado de forma estrafalaria, explica con naturalidad su esencia como artista a entrevistadores treinta o cuarenta años mayores que le miran como si se tratase de un excéntrico sin seso y enmudecen ante su elegancia y su manera de expresarse. “El artista no existe. Son creaciones de los espectadores. Jagger no existe. Lennon no existe. Son fantasmas”, asegura. “Nunca me convertí en lo que debería, y eso que pasé muchos años buscándome”, dice en otra entrevista.
El cambio es la única verdad inmutable del creador. “Me pongo a mí mismo en problemas para hacerme más fuerte -explica-. Odio Los Ángeles y me mudé allí dos años para ver cómo afectaba a mi escritura. Me sentía allí como un cuerpo extraño. Lo odiaba todo de esa ciudad”. De la misma manera, busca incomodidad en el Berlín dividido donde nadie repara en su presencia. “Cuando estás cómodo, ese es el enemigo del escritor. Ya no es sólo porque escribes algo menos potente que lo anterior, es si simplemente necesitas escribir”. La película gira en torno al siglo XX. “Se abre con una cita de Nietzsche, pero bien podría haber sido de Einstein, Picasso, Joyce o Freud o cualquier otra de las mentes que deconstruyeron nuestro sistema de creencias durante los últimos cien años. David vivía en ese caos porque pensaba que, cuando perdimos la idea de Dios, también perdimos nuestra capacidad para creer. Por eso el creaba la banda sonora de ese desconcierto”, asegura Morgen en la entrevista a la publicación británica.
En todo caso, la película no obvia cuestiones personales sino que las presenta de otra manera. Por ejemplo, asistimos en el tercio final al capítulo de la infancia. “Nunca tuve un osito de peluche ni me interesaron las cosas de niños”, dice Bowie, que tenía en la figura de su hermano la referencia que le abrió los ojos a las lecturas, películas y discos provocadores. Habla de sus padres, con los que no estaba muy unido y mantenía una relación típica de su tiempo y su lugar. “En mi familia hay una gran mutilación emocional”, dice lacónico cuando cuenta que apenas habla con su madre. Y también se aborda su ambigüedad sexual, su soledad autoinfligida y sus reticencias al amor, porque supone una implicación que no está dispuesto a restarle a su obra artística. Hasta que llega su relación con la modelo Iman que tuvo un efecto curativo en su vida, en un momento en que su manera de entender la creación pasaba por la autodestrucción. Bowie se quemaba en el fuego de su propia creatividad y sacrificaba las relaciones personales y de amor a cambio de un sufrimiento que le llevaba más rápido a su arte. Sin embargo, con la aparición de Iman, Bowie cambia, ya sea por voluntad o por hallarse desarmado, y comienza uno de los períodos más fructíferos de su vida a partir del año 1995. Paradójicamente, a pesar de mostrar este proceso, en la película no hay apenas rastro de toda esa producción musical.
El resultado es íntimo como pocas biografías que pudieran escribirse. Un poema visual algo anfetamínico, pero la celebración de una de las vidas más fantásticas de la historia de la música. Un primer plano de un hombre sensible y vulnerable, y, por supuesto, la celebración de su obra, la que permanece y la que se ha llevado el tiempo como lágrimas en la lluvia, como el aliento del replicante.