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El amor y la muerte

La Razón
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La preciosa obra de Enrique Granados ha dado título a un filme que sobre su vida ha dirigido Arantxa Aguirre con la producción ejecutiva de Rosa Torres-Pardo y que se encuentra ya estos días en la cartelera, tras tener su première en la 63 edición de la Seminci de Valladolid. Viene precedido del éxito de «Dancing Beethoven», de la misma directora. Además de la estupenda pianista que es, Torres-Pardo lleva años promoviendo iniciativas para difundir nuestro patrimonio musical. Así, propuso a Carlos Saura la realización de la película «Iberia», de la que luego formó parte. También colaboró en el documental sobre Lorca «Así que pasen cien años», de Javier Rioyo; en «El color de la música», de J.L. López-Linares, dedicado a Albéniz; y produjo y protagonizó el documental «Una rosa para Soler», dirigido por la misma Aguirre. En este caso se nos cuenta a buen ritmo, de forma amena, la vida del pianista-compositor, descubriéndonos muchas cosas desconocidas para el gran público. Músicólogos y artistas nos van desvelando su travesía musical, sus relaciones con otros músicos de la época, como Albéniz o Pablo Casals, las opiniones que su música recibió de compositores coetáneos a quienes envió sus partituras, las dificultades para triunfar de los músicos españoles, la vida artística en el París de la época, las penurias y las ilusiones, etc. Es un paseo no sólo por la vida de Granados sino por toda una época cultural que se ve complementada por muchos fragmentos musicales en los que participan, además de la propia Torres-Pardo, figuras como Evgeny Kissin, José Manuel Cañizares, Arcángel, Rocío Márquez, Carlos Álvarez y Nancy Fabiola Herrera, porque en el filme no solo se ve sino que se escucha. Y se escuchan cosas conocidas y otras que sorprenden por su ausencia en el repertorio. Algunas de estas actuaciones son artísticamente mágníficas y muy tiernas en lo humano. Imposible reflejar aquí su contenido, por ello basten un par de temas y un par de observaciones finales. El primero, el relato del estreno en el Metropolitan, con Granados teniendo que añadir más música en el último momento y escribiendo el célebre «Intermedio» en una noche. Su sorpresa y desconcierto inicial al darse cuenta de que le había salido una jota y la salida de Casals: «No te olvides que Goya era aragonés». Eso es España, una suma de culturas imposible de separar. El segundo una observación. No hubiera sido un demérito contar que al indudable éxito de aquel estreno de 1916, que contó con Martinelli de Luca, ayudó en no poco el ir en programa doble junto a «Pagliacci» con Caruso. Curioso que este homenaje a un catalán haya sido realizado por dos madrileñas. Como curioso fue que el Real estrenase el «Merlin» de Albéniz y esté aún ausente en el Liceo. Bien merece una reflexión frente a tanto populismo político. Esfuerzos como el presente son necesarios porque el desconocimiento de nuestra propia cultura es enorme. El próximo: Falla. Adelante, Rosa, con todo tu empeño habitual.