Fiebre por la música en directo: la gran ola que no cesa
La industria alcanza cotas de récord impulsada por una cultura de los «eventos históricos» y el miedo social a quedarse fuera


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Diferentes factores están coincidiendo para que la música en directo esté alcanzando cotas nunca vistas: el sector facturó en el mundo 28.000 millones de dólares en 2023, dato que, a falta de cifras finales, se ha superado con creces en este año y que se espera que siga creciendo a un ritmo del 16 por ciento hasta 2030, cuando podrían supera los 80.000 según un estudio de Research & Markets que apunta a que la pujanza del negocio es firme por una serie de condicionantes sociales. En España estamos siendo testigos de la demanda masiva de entradas, de verdaderas proezas y cifras inconcebibles hace no demasiado tiempo, como los cuatro Bernabéus que llenó Karol G, los dos Metropolitanos que proyecta el urbano Dellafuente el año que entra y los diez WiZink Center que ya ha vendido Dani Martín para finales de 2025. El recinto, que a partir de ahora se llamará Movistar Arena y que estaba al alcance casi en exclusiva para grandes eventos y giras de artistas internacionales, acogerá el año que comienza nada menos que 120 conciertos. Los grupos españoles le han perdido el miedo al pabellón deportivo.
Un estudio de Ticketmaster, el mayor portal de venta de entradas del mundo, presentado recientemente revelaba que la venta de tickets en España hasta el 31 de agosto había crecido un 15 por ciento y se acercaba a cotas máximas pre-pandemia. La razones, según los autores de dicho estudio, pueden explicarse por el acrónimo de FOMO («Fear Of Missing Out»), es decir, el miedo a quedarse fuera de algo. Los conciertos son ese acontecimiento en el que todo el mundo quiere estar. O, mejor, no dejar de estar y ver que otros sí. La industria se mueve, además, a golpe de grandes eventos que se consideran icónicos o históricos. Giras como la de Taylor Swift –la más exitosa de la historia con 2.000 millones de recaudación solo en venta de entradas– o la anunciada reunión de Oasis sintetizan hacia dónde se dirige el mercado: faraónicos eventos, cuanto más grandes y más exclusivos, mejor. La enorme demanda solo impulsa más demanda. Se habla ya de «experiencias únicas compartidas», es decir, que poco importa que sean tan tremendamente masivas que casi parezcan ficticias: la cuestión es estar allí y poder decirlo. En muchos casos, buena parte del público asistente no está ahí por una auténtica vinculación con el artista, sino por el hecho de asistir al lugar donde todo el mundo quiere decir que está, como si de la adquisición de un producto de lujo se tratase. En este sentido, las entradas VIP (que ofrecen un trato preferencial entre la masa) o las todavía más exclusivas que ofrecen experiencias individuales (puede ser incluso un encuentro personal con el propio artista) son más demandadas que nunca. Algunos tickets de estas características pueden superar los 500 euros.
El informe de Research & Markets y el de Ticketmaster apuntan hacia una misma dirección: después de la experiencia del confinamiento y con la absoluta digitalización de las relaciones sociales está al alza la experiencia física, tangible, esa del mundo real de toda la vida. Vivimos tiempos de individualismo y pocas cosas generan más comunidad (con permiso del deporte, otra actividad donde también se canta) que un concierto. El anuario de la SGAE presentado este año acreditaba que el número de asistentes a conciertos y festivales en España durante 2023 fue de nada menos que 28.342.115 personas, la cifra más alta en una década. Además, el campo abierto para la innovación en materia de música en directo es mayor, potencialmente, que otras artes escénicas o disciplinas culturales: proyecciones en 3D, hologramas e Inteligencia Artificial podrían modificar para siempre la experiencia del directo.