Buscar Iniciar sesión
Sección patrocinada por
Patrocinio Repsol

Jerry Garcia, un mito genuinamente americano

La edición del maratoniano concierto «RFK Stadium, Washington 1973» de casi cinco horas de duración reivindica la singularidad de Grateful Dead y su trágico líder
Grateful Dead en 1977
Grateful Dead en 1977Ap
La Razón
  • Alberto Bravo

    Alberto Bravo

Creada:

Última actualización:

Lo normal siempre ha sido que Estados Unidos exportara a Europa sus mitos musicales y que luego desde el viejo continente se perpetuara su leyenda. Ocurrió con Frank Sinatra, Elvis, Bob Dylan, Bruce Springsteen y demás. Pero hay un caso extraordinariamente singular y es el de Jerry Garcia, fundador de los Grateful Dead. Un mito de dimensiones estratosféricas en su país, pero un músico poco menos que de culto en Europa. La edición del maratoniano concierto «RFK Stadium, Washington 1973» reivindica la singularidad de Garcia, un artista realmente genuino y detrás de cuya aparente afabilidad se escondía una personalidad trágica.
El nuevo directo rescatado es una buena muestra de la épica con la que Grateful Dead se instaló en la cultura norteamericana. Casi cinco horas de música en la que no faltan clásicos como «Morning Dew», «Box of rain», «Stella Blue», «Truckin’» y esas largas jams tan prodigiosas que todavía hoy siguen cautivando a varias generaciones y definiendo un sonido tan personal. Grateful Dead llenó estadios durante décadas mientras en Europa apenas llegó a actuar en clubs y salas pequeñas. La banda fue el sueño de Garcia, pero también su pesadilla, algo que solo se sabría después de su prematura muerte en 1995.
En los años 60, San Francisco era el lugar en el que estar si alguien se sentía parte de la contracultura. Eran los textos de la generación beat, las proclamas de libertad y, por supuesto, la música. Gente como John Coltrane, Bob Dylan o Beatles habían mostrado la senda sobre la cual inspirarse y en la ciudad californiana surgirían bandas realmente auténticas y de extraordinaria personalidad. Sería conocido como el «sonido San Francisco», una pintoresca mezcla de folk, blues, pop y psicodelia que a lo largo de la década alumbraría a bandas como Big Brother and the Holding Company, Jefferson Airplane, Moby Grape, Santana y, por supuesto, con los Grateful Dead a la cabeza. Garcia fue el líder espiritual y musical de todo aquello.
Nacido el 1 de agosto de 1942 en San Francisco, sus antepasados tenían procedencias tan diversas como Galicia, Irlanda y Suecia. Creció en un ambiente profundamente musical, pero su primer encontronazo con el infortunio llegó cuando apenas contaba con cinco años de edad. Durante unas vacaciones, su padre resbaló, cayó al río y los rápidos lo ahogaron. Su madre tuvo que dedicarse a trabajar a tiempo completo en un bar mientras sus hijos crecían libres y Garcia comenzaba a desarrollar sus aptitudes para la música. Su primera pasión fue el «bluegrass» y su primer instrumento, el banjo. Garcia fue asimilando como una esponja todos y cada uno de los movimientos musicales que se irían generando durante su juventud de la mano de sus líderes: Hank Williams, Elvis, Chuck Berry, Buddy Holly, Bob Dylan, Beatles, Rolling Stones… Todo le entusiasmaba y se aprendía cada canción. Pero no imitaba, todo lo llevaba a un terreno personal que iría desarrollando y que sería el germen de Grateful Dead.
A mediados de los años 60, California era un hervidero de bandas y Garcia comenzaba a ser muy conocido por su actividad al frente de varios grupos por su talento para la guitarra y su capacidad para improvisar. Conoció a Bob Weir, un gran cantante y guitarrista amante del incipiente folk-rock. Después se uniría Ron Pigpen McKernan, devoto del blues, y más tarde llegarían el bajista Phil Lesh, de formación clásica, y el batería Bill Kreutzmann, de influencias jazzísticas. Semejante amalgama de influencias sería lo que acabaría por dar forma al sonido único de los Grateful Dead.
[[H2:«American Beauty»]]
La banda comenzó a tocar en las calles, luego pasó a los bares, siguió por clubes y teatros y así hasta comenzar a llenar grandes recintos y acabar en grandes estadios en poco tiempo. Fue una bola de nieve que se fue amplificando simplemente por el prestigio de sus actuaciones. Garcia entendía la vida y la música como una celebración. En la banda no había egos ni ínfulas. Simplemente querían tocar un tipo de música pacífica que de alguna manera llegaba a miles de personas. Si en los comienzos la lisergia dominaba, la banda fue evolucionando hacia terrenos mucho más inspirados hasta dar con un sonido realmente único. La gente iba a verlos para vivir una experiencia única. Cambiaban el set-list cada noche, ningún show era igual. Las canciones volaban hacia sitios desconocidos con largas improvisaciones siguiendo el destino que marcaba la excepcional guitarra de Garcia. Sería en 1970 cuando los Grateful Dead mostrarían todo su esplendor compositivo e interpretativo con dos joyas del tamaño de «Workingman’s Dead» o especialmente «American Beauty», una obra maestra con clásicos como «Friend of the devil», «Sugar Magnolia», «Brokedown Palace» o «Truckin’». Los 70 situaron a los Grateful Dead en la cima a medida que su éxito se hacía masivo, aunque solo en Estados Unidos. En Europa aquel sonido tan singular no llegaba. Y no acabaría de llegar. Pero en Estados Unidos, los miles de seguidores se convertirían en millones.
Garcia era el gurú, el apóstol, el mito. Su figura era venerada hasta en altares y el reconocimiento era masivo. Garcia disfrutaba en escena y la banda llenaba de felicidad a sus Deadheads con la celebración que suponía cada concierto, que reunía a familias y varias generaciones. Pero otra cosa es lo que ocurría cuando el barbado líder se bajaba de las tablas. Entonces comenzaba su pasadilla: vivir. Simplemente ocurría que Garcia no podía con todo. Los Grateful Dead se habían hecho demasiado grandes. Había no solo toda una comunidad pendiente de ellos, sino muchas familias que vivían del trabajo directo e indirecto que generaba el grupo. Garcia se sentía responsable de todo aquello. Muchas veces estaba agotado, pero se veía en la obligación de salir de gira otra vez. De las anfetaminas pasó al LSD, pero luego llegarían la cocaína, el crack y la heroína. Se transformó en un adicto.
Durante los 80 aparecía más apático y abotargado en el escenario, aunque increíblemente el sonido no se resentía. Comenzó entonces un carrusel irrefrenable: gira, enganche y reclusión en centro de desintoxicación. Así cada año prácticamente mientras convivía con su diabetes. La banda vivió en 1987 un tremendo éxito comercial de la mano del álbum «In the dark» y del sencillo «Touch of Grey», lo que acrecentó la asfixia de Garcia. Siguieron las giras y las presiones hasta que el 9 de agosto de 1995 se le paró el corazón en una pequeña habitación del centro de rehabilitación de Lagunitas-Forest Knolls. Contaba 53 años, pero parecía que tenía 80. A su funeral acudieron desde su colega Bob Dylan al jugador de baloncesto Bill Walton. Cuatro días después, 25.000 personas asistieron a un monumento conmemorativo organizado en los campos de Polo del Parque Golden Gate de San Francisco mientras sonaban las gaitas de «Amazing Grace» en recuerdo de aquel mito tan genuinamente americano.
Alrededor de Grateful Dead fue surgiendo toda una comunidad y decenas de miles de seguidores que los perseguían de concierto en concierto, que crearon su propia jerga y expresiones y que se hacían llamar «Deadheads». Contra todo espíritu comercial, el grupo instalaba una zona especial para que estos seguidores pudieran grabar con comodidad y buen sonido cada uno de sus conciertos y luego esas cintas circulaban a nivel masivo entre todos los fans. Fueron los directos lo que acabarían dando popularidad al grupo, y no los discos, muchas veces apenas esbozos de las posibilidades reales de la banda. Y es que Grateful Dead hacían de cada noche un ejercicio de improvisación que sus fans preservaban hasta el punto de existen miles de grabaciones que forman incluso un archivo oficial: el Archivo Grateful Dead de la Universidad de California, es puro testimonio de la contracultura de los años 60.