Tina Turner: la leona ha muerto
Tina Turner falleció ayer a los 83 años tras una larga enfermedad. El rock universal pierde a la mujer que con más potencia, raza y alegría ha cantado y bailado
Madrid Creada:
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No es cierto, Tina, pero ¿cómo va a ser verdad? La Vida, con una mayúscula superlativa, llevaba tu nombre, la energía y la valentía te tenían como referente, a ti, que habías escapado de varios infiernos con la única ayuda de una determinación que siempre envidió Sísifo. El rock universal pierde a la mujer que con más potencia y raza y alegría lo ha cantado y bailado, porque era extraordinaria desde los dedos de los pies hasta esa coronilla que ocultaba un melenón envidiable, y porque llevaba el tamtam de sus ancestros en la sangre, por la que también corría la esencia india norteamericana. Una sangre que hervía siempre, no sólo en el campo de batalla que es todo escenario.
Qué sola estabas cuando niña, Tina, qué malos tus padres, que frío hacía incluso en los meses tórridos de verano. Pero la ley de las compensaciones cumplió e hizo que fueras alumbrada con un don en la garganta, y cuando cantabas, vomitabas la furia de tu biografía solitaria y doliente. De aquella etapa primera que necesitaste tantos años para olvidar.
Y lograste escapar de Ike, tu pigmalión y tu hombre, tu maestro y tu esposo, tu cielo y tu tormento. Porque los reyes del ritmo, a pesar de todo el oro que os reportaron y de esa bendita «Proud Mary» firmada por Fogerty/Creedence, se tornaron turbios y dañinos: a aquel hombre, el polvo blanco le oscurecía la mirada y la mano se le disparaba como un látigo. Y entendiste que debías salir de ahí, alejarte de una violencia que sólo podía tener cabida en escena.
Fueron aquellos últimos setenta años de zozobra, de supervivencia, de aprender a respirar sola, de tratar de recuperar el brillo que habías conocido. Pero tú, que habías rodado con los Stones y le explicaste a un jovencísimo Mike cómo mover su blanco cuerpo como si fuera un negro del Harlem, no podías permanecer embarrancada mucho tiempo. Y en los ochenta renaciste y ya nada volvió a ser igual. «Private dancer» te disparó como un cohete con aquel «What’s love got to do with it», y a resultas de aquello rodaste con Mel Gibson cuando era Mel Gibson, algo así como el Apolo de Hollywood, y encima te premiaron por tu interpretación. Y a partir de ahí se te rifaban las estrellas más luminosas, que si Phil Collins, que si Steve Winwood, que si un tal Eric Clapton y un tal David Bowie y un tal Bryan Adams. Y luego llegó aquella canción, «The best», que le dedicabas a un hombre sin saber que era a ti misma a quien estabas cantando. Porque de cuantas estrellas de rock ha habido sobre la faz de la tierra, tú has sido la de mayor brillo.
Tenías sesenta años cuando decidiste plegar las velas porque ya lo habías conseguido todo, y el nuevo siglo del nuevo milenio te pedía recluirte en los palacios de invierno. Pero a punto de cumplir las siete décadas te lanzaste, contra todo pronóstico, a una gira internacional, por tu país y por Europa, y no había un solo veinteañero que se moviera como lo hacías tú, carajo, desconcertantemente joven y vigorosa. Y en el estadio de Maracaná, en la festiva Río de Janeiro, metiste a ciento ochenta mil personas y el Libro Guinness te lo reconoció, porque aquello era algo que sólo logró McCartney veinte años atrás, y mira de quién estamos hablando.
Quedan ahí todos esos premios, todos esos reconocimientos, toda esa legión de imitadoras que nunca tendrán ni tu temperatura ni tu fortaleza ni tu cabeza de volcán en erupción. Que no tendrán, sobre todo, tu voz, a la que el trueno quería parecerse sin éxito.
El rock, que lleva unos años de declive frente a otros ritmos y géneros, acaba de perder a su reina suprema. Ha sido un viaje de medio siglo en el que has hecho feliz, Tina, a seres humanos de todo el mundo, que veían en ti mucho más que una simple cantante, veían un ejemplo de superación y de entrega y de talento.
No puede ser cierto, Tina, pero ¿cómo va a ser verdad? Debo de estar soñando. El rock llevaba tu nombre, el ritmo tenía tus piernas y tu corazón, tu rabia callejera y feroz
Eras simplemente la mejor, Tina. Y tu muerte sólo puede ser un mal sueño que desaparecerá cuando abra los ojos.