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Nancho Novo: «He sido mucho de bares, pero ya me he retirado»

Anda entre su éxito, «El cavernícola», su libro, «El cibernícola», y las tabernas de diseño... en la ficción

Nancho Novo: «He sido mucho de bares, pero ya me he retirado»
Nancho Novo: «He sido mucho de bares, pero ya me he retirado»larazon

Lleva cinco años haciendo «El cavernícola» –literalmente, no es que estemos faltones– en los escenarios madrileños. Cinco temporadas de risas y aplausos para un texto multipremiado internacionalmente que el actor gallego ha hecho suyo. Se va, de momento, pero ya le espera a la vuelta de la esquina la sexta temporada. Que le hablen a él de la HBO y sus series... Y mientras, acaba de publicar «El cibernícola» (Ed. Temas de Hoy) y de dirigir a Eloy Azorín y Marta Hazas en «Confesiones de un bartender», una innovadora propuesta de teatro patrocinada por una marca de ginebra.

–¿Se puede hablar de una evolución desde el cavernícola al «bartender»?

–No, yo creo que son términos paralelos. Ahora mismo el cavernícola y el «tabernícola» van muy unidos.

–¿Cómo es el «tabernícola»?

–Es como un hombre de las cavernas, pero dentro de un bar. Tanto al «tabernícola» como al cavernícola que yo hago en la función se les presupone seres con sensibilidad, alejados del mito que tenemos todos de la caverna, que es una fuente de creación artística, de entendimiento y de armonía.

–¿Qué pasa en un bar?

–En un bar se bebe de todo y se vive de todo. Se aprende más de lo que se vive que de lo que se bebe: las vivencias adquiridas en un bar son muy ricas si estás receptivo a lo que pasa.

–¿Y se ve de todo?

–Depende. Si estás con los ojos abiertos puedes aprender muchas cosas en un bar. Y lo más importante no es lo que se ve, sino lo que no se ve.

–Decía Woody Allen que el mejor psicoanalista es un buen barman...

–Es una leyenda urbana. El barman de hoy en día no tiene tiempo para escucharte. Ahora es al revés: el mejor psicólogo es el cliente para el barman. ¡A mí me han dado la chapa algunos!

–El barman de «Confesiones de un bartender» va de esmoquin y sirve cócteles. Pero en España nos pega más el de toda la vida, pantalones negros y camisa blanca.

–Efectivamente. Aquí somos más del camarero que grita «¡marchando un fino de Almería» cuando te sirve un vaso de agua.

–¿Y usted qué prefiere?

–Yo soy del tabernero típico de siempre. Cuando me preguntaban si era más de Tom Cruise en «Cocktail» o del camarero de «Casablanca», respondía que, para mí, el tabernero ideal es el Pica Lagartos de Valle-Inclán, ése que tiene una sabiduría de la vida y una salida para cada cosa, y que opina de política y dicta sentencia.

–De hecho, tiene usted pinta, conste que es un halago, de ser hombre de bares.

–He sido muy de bares, pero ya me he retirado.

–¿Vermú, San Francisco o caña?

–Soy totalmente de caña.

–Se habla mucho de la Ley de Mecenazgo, y van ustedes y se «inventan» –aunque ya hubo alguna experiencia similar anterior– una forma de hacer teatro patrocinados por una marca de ginebras.

–Bueno, han sido ellos los que se acercaron a nosotros. Pero vuelvo a «Casablanca»: éste podría ser el comienzo de una gran amistad. Llevo muchos años diciendo que sería un maridaje perfecto que las empresas privadas nos apoyasen a la cultura. A ellos, imagino, también les viene bien.

–Si no tenían poca fama los «cómicos» de juerguistas, ahora les pagan las obras las bebidas alcohólicas...

–Hombre, lo que tratan es de dar una imagen limpia de apoyo a la cultura. Lo cual me parece muy bien. En esta sociedad que vivimos a veces lo políticamente correcto prima demasiado y quedan denostadas cosas que no deberían serlo.

–Usted no parece en absoluto políticamente correcto...

–No lo soy. Y eso me ha perdido muchas veces en la vida. Lo que sí soy es una persona educada.

–¿Hay demasiadas reglas en esta sociedad nuestra de hoy en día?

–Más que reglas, yo creo que lo que hay son demasiadas cortapisas. Nos ponen mordazas. No existe la censura como en la época de Franco, establecida y organizada por el Gobierno, pero sí hay una censura mediática o social, estas cosas que empiezan a ser tabúes y de las que no se pueden hablar. Y uno se siente amordazado.

–¿Donde está el equilibrio entre el cavernícola y el metrosexual?

–Eso ha pasado ya de moda, ha desaparecido. Lo que sí pienso es que, a la hora de hacer humor, ironía sobre hombres y mujeres, hay que cargar más las tintas sobre nosotros porque nos lo hemos ganado a pulso durante siglos.

–Ha publicado «El cibernícola», un libro que ha dedicado a su hijo...

–Sí. Llevo ya años con mi chica y, después de tanto tiempo, me he decidido a contar mis experiencias y mis puntos de vista sobre esto. Como «El cavernícola», está escrito en son de paz. Pero me desmarco de las tesis de la obra.

–Acaba de cerrar la quinta temporada de «El cavernícola»...

–Y ya tenemos firmada la sexta, que empezará en septiembre.

–¿El éxito de la función se podría explicar porque todos los hombres somos, en definitiva, un poco cavernícolas?

–El éxito de la función se basa en que el actor que lo hace es espectacular (risas). Es una obra que atrae más a las mujeres que a los hombres. Sobre todo en la versión que yo he hecho aquí, en España, la mujer queda mejor parada. Hay un punto de autocrítica feroz. Los hombres me dicen: «Tío, te has pasado mucho con nosotros». Y les respondo: «Sí, porque os lo merecéis».

–Cinco temporadas en el Teatro Fígaro: usted no sabe de crisis.

–Sé, porque no soy ciego ni insensible al sufrimiento de mucha gente que me rodea. Pero he tenido la suerte de encontrar mi cascaroncito para pasar esta tormenta. Esperemos que acabe pronto.

–Con este personaje, ¿hasta que el cuerpo aguante?

–¡Hasta que el público me aguante! Eso es algo que aprendí de José María Rodero. Me dijo: «Yo no entiendo a estos actores jóvenes que triunfan en teatro y se van a hacer una película o una serie de televisión. Un éxito en la escena es algo tan preciado y difícil de encontrar que hay que explotarlo al máximo». Y estoy de acuerdo: mientras el público me sostenga en el escenario, yo seguiré ahí.