
Sección patrocinada por 

ESCRITORAS
Una pionera de la igualdad y azote de la razón
Sin una voz valiente como la de Mary Woollstonecraft a favor de la educación y la libertad de la mujer, el feminismo y la Ilustración en Inglaterra habrían sido muy diferentes

En los elegantes salones europeos del siglo XVIII, donde la Ilustración florecía entre debates apasionados sobre razón, ciencia y derechos inalienables del individuo, Mary Wollstonecraft se atrevió a señalar la hipocresía fundamental de la época: aquellos brillantes filósofos que proclamaban la libertad universal se referían exclusivamente a los hombres. Pensadores brillantes como Rousseau seguían sosteniendo que las mujeres sólo debían ser educadas para complacerlos a ellos.
En este escenario de contradicciones nació Mary Wollstonecraft (1759-1797). Su infancia transcurrió en un bullicioso barrio obrero del este de Londres marcada por la inestabilidad. Los fracasos comerciales de su padre llevaron a la familia a constantes mudanzas, mientras su alcoholismo empeoraba, desembocando en abusos físicos hacia su madre que Wollstonecraft presenció impotente. Esta experiencia traumática despertó en ella una determinación por proteger a las mujeres vulnerables y buscar caminos hacia la independencia femenina.
Ya en su juventud, Wollstonecraft comprendió el poder transformador de la solidaridad entre mujeres, anticipando el concepto de «sisterhood» (hermandad entre mujeres que, aunque sin parentesco, cultivan una relación basada en el apoyo y respeto mutuos) que florecería siglos después. Junto a su íntima amiga Fanny Blood crearon una escuela y buscaron cierto grado de independencia económica. La muerte prematura de Blood durante un parto devastó a Wollstonecraft, quien le rendiría homenaje en su primera novela publicada en 1788.

Las mujeres en la situación de Wollstonecraft –educadas pero pobres–enfrentaban un horizonte desolador de opciones profesionales para mantener su independencia. Ella misma hablaría sobre esto en «Reflexiones sobre la educación de las hijas», donde lamenta la «desafortunada situación de las mujeres educadas a la moda que se quedan sin fortuna». Ante este panorama tomó una decisión radical: forjarse una carrera como escritora. Aunque sabía que era poco probable que generara ingresos suficientes, aspiraba a convertirse en «la primera de un nuevo género», según confesó a su hermana en 1787.
Comenzó traduciendo obras del francés y alemán, pero fue en 1790 cuando irrumpió verdaderamente en la escena pública inglesa con «Una vindicación de los derechos del hombre», publicada inicialmente de forma anónima. Ese año, el político y filósofo Edmund Burke publicó una crítica a la Revolución Francesa en un tratado que abogaba por la aristocracia hereditaria. En respuesta, un «misterioso autor» publicó ese libro. «El tiempo demostrará», escribió el anónimo, «que esta oscura multitud [es decir, los pobres de Francia] sabía más del corazón humano y de la legislación que los despilfarradores». Su impacto fue aún mayor cuando, en la segunda edición, se reveló que su autor era una mujer.
El verdadero legado de Wollstonecraft se consolidó en 1792 con «Una vindicación de los derechos de la mujer», texto fundacional del feminismo moderno que denunciaba la flagrante contradicción de una cultura que predicaba la libertad mientras les negaban a ellas el acceso a la educación básica y a la independencia. Para Wollstonecraft, garantizar una educación de calidad para las mujeres no solo era una cuestión de justicia fundamental, sino una necesidad para el progreso de toda la sociedad.
Sus ideas provocaron escándalo tanto entre conservadores como liberales. El político conservador Horace Walpole la llamó «hiena en enaguas» y «serpiente filosofante». Sin embargo, lo que finalmente dañó su reputación no fueron sus ideas sino su determinación de vivir según sus principios de libertad. Así, mantuvo relaciones sin matrimonio con el aventurero Gilbert Imlay y posteriormente con el filósofo William Godwin, con quien finalmente se casaría.
[[H2:El nacimiento de un «monstruo»]]
La vida de Wollstonecraft llegó a su fin trágicamente a los 38 años, once días después de dar a luz a su hija Mary, quien se convertiría en la célebre autora de «Frankenstein». Las memorias que Godwin escribió tras su muerte, si bien honestas y bienintencionadas, expusieron sus relaciones libres, desatando la furia de sus detractores, que vincularon su supuesta «inmoralidad» con sus ideas progresistas. La respuesta pública a los informes sobre una mujer tan sexualmente liberada y poco convencional resultaría profundamente hostil.
A pesar del rechazo inicial, el legado de Wollstonecraft resurgió con fuerza en el siglo XIX, cuando las primeras activistas por los derechos de la mujer redescubrieron su obra. Pioneras como Elizabeth Cady Stanton y Margaret Fuller hicieron suyo su llamamiento por la educación femenina. Como Virginia Woolf escribiría posteriormente: «Oímos su voz y rastreamos su influencia incluso ahora entre los vivos».
Por encima de todo, la filosofía de Wollstonecraft demuestra que la igualdad de acceso a la educación es fundamental para la libertad en toda sociedad civil, una lección que aún hoy debemos aprender.
✕
Accede a tu cuenta para comentar