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Pensar con los clásicos

La primera red social para el pensamiento: el ágora frente a Twitter

La plaza pública ha sido el germen de un sistema de comunicación que abrió las mentes a la filosofía, pero hoy nos encontramos con las barreras del engaño de la nueva plaza que son las redes

'La escuela de Atenas', en los Museos Vaticanos, es la obra más reconocida de Rafael
'La escuela de Atenas', en los Museos Vaticanos, es la obra más reconocida de RafaelMuseos Vaticanos

Qué importante es la plaza pública para conformar el pensamiento. No somos nada sin la perspectiva social, que nos ayuda a crecer, prosperar y avanzar. La plaza del mercado, lugar de encuentro en el centro de la aldea, es donde la comunidad se reúne a plena luz del día, en el bullicio cotidiano, en la charla, en el discurso o la proclama, pero también en las votaciones cruciales y la razón común. Esto se hace en persona y a cara descubierta desde tiempo inmemorial: nos juntamos para comprar y vender, para contar y escuchar, para narrar viajes y aventuras. En los albores de la historia de nuestra cultura, una de las más antiguas experiencias del ciudadano occidental es el encuentro en la plaza pública, hoy día cada vez más mediatizada por lo virtual. Sin ágora no hubiera habido Twitter, claro está, aunque hoy este malbarata bastante lo que significó aquella.

Ágora viene del verbo griego «ageiro», que significa reunirse. En principio fue la idea del «estar juntos» para avanzar con la exposición de ideas: hay un orador, un maestro o una serie de maestros, y un público o unos discípulos que inician el debate y contraponen ideas para buscar el punto medio de acuerdo, votarlo si es político o refrendarlo con el consenso si es sapiencial. Es la reunión en abierto para exponer el discurso lógico, a luz del día, exponer las cuestiones verosímiles, las discusiones políticas, la rendición de cuentas, las ofertas y demandas del comercio, las novedades que vienen de otras latitudes. Pienso que el ágora se opone a las oscuridades de la caverna, siendo esta también muy necesaria, por supuesto, en lo que al discurso mítico y en la narrativa primordial. El ágora diurna es opuesta y a la vez complementaria a la cueva nocturna como dos lugares clave de reunión de nuestra vieja tribu: en una aparece la decisión racional y colectiva, en otra la narración fabulosa, con leyendas y mitos al amor de la lumbre.

El ágora es el típico producto de una cultura mediterránea caracterizada, a diferencia de otras experiencias históricas, por la construcción de una sociedad abierta desde abajo hasta arriba. Ahí nace el pensamiento libre a la par que la política participativa: frente a los grandes imperios fluviales de oriente, la polis se organiza como un grupo de pequeños propietarios de explotaciones agrícolas, pequeñas unidades de producción, que, cada cierto tiempo, se juntan en un lugar común para consensuar decisiones. Así surge el ágora, para tomar decisiones sobre el bien común, en cuanto a defensa, estrategia, comercio, política, combate y muchas otras cosas más. Como quiere Aristóteles, tras la política y la economía, o a la par que ellas, todas las personas de bien habrían de dedicarse a la especulación científica, a la mejora de las condiciones de vida y de gobernanza individual y colectiva.

En la literatura griega se muestra la incomprensión de otros pueblos con respecto a este fenómeno emblemático del ágora. Por ejemplo, en el retrato que hace Heródoto del mundo persa, se muestra la reacción de un potentado ante la libertad y autonomía de esas ciudades-estado, especialmente al ver cómo deliberan y toman decisiones en el espacio público, a veces de forma complicada. Un persa, acostumbrado a un sistema monárquico, debía hallar desconcertante la forma de gobierno griega, su discusión política, filosófica y comercial, en pos de un punto de encuentro. En otro pasaje, Artabano insiste ante Jerjes que el debate público y el contraste de ideas es indispensable para la búsqueda de la verdad (7.10). Pero el rey no lo entiende. Le irá mal en la guerra, obviamente.

Antesala democrática

El ágora es fundamental en todos los aspectos: como antesala de la democracia y también, cómo no, de la filosofía, que va a hacerse preguntas. A veces estas son incómodas, también para los gobernantes, pero ahí está la búsqueda de la verdad ante todo, la «aletheia». ¿Es esta hoy también nuestra meta en el ágora digital? El camino de la discusión filosófica empieza con los pasos básicos del método desde la época presocrática: el filósofo «fisiólogo», es decir, el investigador de la naturaleza («physis»), pretendía desvelar aquello que estaba oculto. No otra cosa sería la «aletheia» (verdad), un des-ocultamiento o un des-olvido (jugando con la etimología de «lethe» más la alfa privativa), que recuperaría en lo moderno Heidegger.

Hoy sigue siendo vital buscar la verdad frente a las muchas mentiras que nos asedian, ahora en las redes, en la era de las «fake news» y los embustes de la IA. Cada vez es más difícil diferenciar lo que es verdad de lo que es mentira y los engaños proliferan sin que a veces nos demos cuenta. La clave sigue siendo buscar críticamente, con la razón, sin caer en la ira, sino construyendo entre todos: ese es el espíritu del ágora.

Otro día hablaremos de cómo se indaga en la filosofía griega qué cosa sea la verdad y cómo se desvela lo oculto, el patrón clave en la aparente multiplicidad de fenómenos que vemos en la realidad (otra traducción para «physis»), y cómo los filósofos empezaron a investigar la música secreta que rige el cosmos. Pero, hoy como ayer, hemos de buscar la verdad en el debate público, sereno y racional, que tantas veces se echa de menos en las redes.